Tal vez la culpa es de Jack Kerouac. Un sospechoso influenciador de siempre. Por lo menos hasta el siglo pasado siempre aparecía “En el camino”. O quizás la eterna recreación psicológica de “El almuerzo desnudo” con William S. Burroughs. Ni hablar de “El Grito” con Allen Ginsberg. Ese desgarro siempre aparece.  

 

Por Marcel Socías Montofré  

Aparece la Generación Beat. El jazz. La Harley-Davidson, “La Dureza de la Seda” y una novela que rueda como muchas otras desde la Ruta 66 hasta Latinoamérica. Hasta recuerda el fallido “McOndo” de Alberto Fuguet y Sergio Gómez. Tan solo ruedas. Escaso aporte creativo y exceso de influencias literarias y películas.
  
También podría ser una generación perdida de tanto buscarse escribiendo en lo que pudo ser y no fue. Escasas veces resulta.

Aunque escriban de la Harley-Davidson, los escritores de Latinoamérica -salvo monumentales excepciones como Borges o Bolaño- siguen siendo de Macondo. 

De hecho, en la presentación de “McOndo”, tanto Alberto Fuguet como Sergio Gómez reconocen (al menos en la edición de 1996), que “sabemos que muchos leerán este libro como un tratado generacional o como un manifiesto. No alcanza para tanto”.

Y la verdad es que no alcanza para tanto.

Se necesita de algo más. Al menos si se pretende parecer un latino escribiendo como anglosajón. O al revés. Se necesita parecer cierto, no tan sólo verosímil. Es más, se necesita aportar. Con algo nuevo. Sin darle más continuidad a los mismos contenidos de siempre. La mujer. La carretera. La Ruta 66. El thriller. La locación. La moto. Los recuerdos familiares. Los etcéteras.

Cansa leer sospechando que es un déjà vu lo que se está leyendo. Es un grito. Aunque parezca “La Dureza de la Seda”. Es un grito que hasta resulta tierno por repetido. Es Allen Ginsberg escribiendo un poema. Aunque en este caso, con Wilhelm Willeke y su novela, está escrito en prosa.

Con una prosa depurada, sin duda. Hay trabajo, edición y empeño. Buen estilo de redacción y una historia que no suena original. Más bien suena a la canción de Los Prisioneros. “Cuéntame una historia original”.

Pero al menos cuenta y da cuenta de una huella generacional –usualmente autobiográfica: más que una huella, una herida- que sigue la misma huella que va girando hacia el final, luego da la vuelta y regresa siempre a la misma herida.

Tan sólo cambia la moto. Se mantiene el perfil de los personajes y sus cicatrices. Habría que empezar a revisar esa herida que siempre aparece en la literatura chilena. A veces en prosa, otras en verso, viviendo en Santiago, en provincia y también desde el extranjero. Se repite un extraño patrón de contenido: la nostalgia, lo perdido. Porque al final no hay más que la misma pregunta existencial que pasa rauda por todas las generaciones.  

Como ayer la Harley-Davidson. Como Los Prisioneros en vinilo. Como los nuevos escritores en redes sociales. Pasan raudos, con mucho ruido y pocas nueces, más preocupados de ser mensajeros que del mensaje. Tan sólo pasan por grito y por dureza. Pero siempre terminan pasando suave como la seda. Sonaban más rudos Los Prisioneros.
  
Por eso de “Cuéntame una historia original”. 

Por ejemplo, en la página 74 de “La Dureza de la seda”:
 
“Encendió el motor y siguió de frente. Decidió no acelerar, sino ir calmosamente mientras se repetía las palabras que oyó en ese sueño rápido, las palabras de su madre. ¿A qué se refería, si es que el recuerdo era cierto?, ¿se sintió obligada a irse de su lado?, ¿su padre la echó, por un algún oscuro motivo, o se refería a que el trato de él hacía que fuera imposible permanecer a su lado? Bien, eso podía haber sucedido, que se alejara de él. Pero ¿y ella?”. 
“Extrañó terriblemente un whisky. Solo quería llegar a algún sitio, pedir un trago, olvidarse de las razones por las que estaba haciendo la travesía…”.

Jorge González cantaba algo parecido. Era el tiempo de Los Prisioneros y otras heridas. Pero algo había en esa letra, esa canción, que generaba identificación. De cientos. De miles. Allí entonces un manifiesto generacional. 

Con la “Dureza de la seda” no ocurre lo mismo. Pero al menos es un buen libro para leer el próximo verano. Rápido. Como en toda carretera. Sería lindo que un día llegaran a destino y sello propio. Para que descanse en paz el buen Jack Kerouac. 

La dureza de la seda, Wilhelm Willeke (c)

 

La dureza de la seda

 Wilhelm Willeke 
2021