Este es un cuento, una ficción. Toda similitud con personas o situaciones reales es sólo coincidencia. Es un divertimento.

Por Luis Gallardo

Este 4 de septiembre (de 2022), José “Pepe” Joaquín Gutiérrez González camina lento, pero decidido. Aún es temprano. Está nublado en la capital, como en un septiembre de antaño. Brumoso, dirán algunos.

A José Joaquín no lo mira nadie. Es como una sombra. Si alguien lo hiciera, pensaría que carga algo en la espalda. Algo grande, como un ataúd. Arrastra levemente los pies. No en vano tiene más de 70 años.

Grande, encorvado, de lejos da la impresión de ir bien vestido. Su gran chaquetón, que él trata de imaginar de pelo de camello, es de medio pelo color gris. Gris ratón, o gris guarén, por las manchas, las partes gastadas, las sebosas. A pesar del cuidado, cuarenta años de intenso uso han dejado sus huellas.

Debajo, una chaqueta hecha a la medida con tela (Bellavista) Oveja Tomé. Está en mejor estado que el chaquetón, pero hace tiempo ya no le cierra. Los pantalones hacen juego con la chaqueta, pero su estado se parece al del chaquetón: algo raídos en las posaderas, seboso en los muslos y levemente deshilachado en las bastas.

La camisa ya no es blanca, más parece tela de cebolla. Y su corbatín… es un recuerdo de sus tiempos de músico del Teatro Municipal de Santiago. Cuando tocaba el cello. Todo es de ese tiempo, de esos años. “Del siglo pasado. Pasado de moda”, se dice, sonriendo de su juego de palabras. Como él, piensa.

J. J. Gutiérrez camina por uno de esos barrios antiguos de la Chimba (1). Pero para el lado de Independencia. Va camino a su sede electoral. Va decidido. Convencido de su deber cívico y de su opción. Como en todas las elecciones. Desde que votara, por primera vez, en la presidencial de 1970. Aunque está convencido, casi seguro, que ya había votado antes. Pero la del 70, esa sí fue elección.

Al llegar al local de votación, ve que hay poca gente en la escuela. La mayoría son mirones, aquí rara vez llegan autoridades o prensa. Están esperando que se constituyan las mesas de votación. No quieren ser “voluntarios”. Él sabe dónde está su mesa, no es primera vez que sufraga aquí. Y, como siempre, corroboró todo días antes en internet, con la ayuda del almacenero de la esquina.

Cuando entra en la sala, se da cuenta que su mesa no se ha constituido. Falta una persona. Lo miran con decepción. A sus setenta y pico años, no sirve para esos propósitos. No lo pueden obligar a ser “voluntario”. Luego de intercambiar unas palabras se van a hablar con el encargado. Aunque no es legal, lo dejan votar. Saben que, a su edad, con ese estado físico, si se va no va a volver.

José Joaquín entrega su carné. Los dos hombres la miran con curiosidad y extrañeza. Está casi nueva, pero la foto parece de esas antiguas en blanco y negro, coloreadas a mano. Bueno, ya lo conocen. Le entregan la papeleta. Él ha traído su propio bolígrafo negro.

Con la papeleta en mano, se encierra en la cabina. Resguardado en el cubículo, marca con decisión, energía y rabia ¡Apruebo!

Empieza a sonreír con una sonrisa de oreja a oreja cuando, desde lo más profundo de él, retumba un ¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!

“No, no, no. Soy hijo de pa… Soy hijo de un carabinero, no puedo votar Apruebo. No puedo. No puedo hacerle esto…”

José Joaquín se despierta empapado en sudor. Se asusta y, respirando hondo para calmarse. Trata de escucha si algunos de sus compañeros de casa se han despertado.

Mientras tanto, sigue repitiendo, como un mantra, “soy hijo de carabinero, no puedo votar Apruebo. Soy hijo de carabinero, no puedo votar Apruebo. Soy hijo de carabinero, no puedo votar Apruebo. Soy hijo de carabinero, no puedo votar Apruebo…”

No sabe cuánto rato ha pasado, cuando mira el reloj despertador. Son las 4:12 de la mañana de este 4 de septiembre de 2022. Día del Plebiscito de Salida.

(1) Chimba, viene del quechua, quiere decir del otro lado. Se refiere a las zonas al otro lado del río. En el caso de Santiago, en especial a las comunas de Recoleta e Independencia.