La cinta chilena de terror dirigida por al estadounidense Aaron Burns invoca una serie de ingredientes “perfectos” para lograr inquietar y generar miedo…

De Purgatorio, la nueva productora de Miguel Asencio Llamas y Nicolás López (“Sin filtro”), la cinta está protagonizada por Daniela Ramírez, Cristoìbal Tapia-Montt, Aida Jabolin, Matiìas Bassi, Ignacia Allamand y Nicolaìs Duraìn.

Bien realizada, es una película que se deja ver (y en cualquier formato, tanto en gran pantalla como en televisión), con una buena trama y una banda sonora que acompaña bien.

La historia aborda a una pareja acomodada (el trabaja buena parte del año en Japón) que tiene un hijo, Martín, con un autismo severo que ha impactado en sus padres, en sus dinámicas, sus vínculos y emociones, en sus rabias y culpas.

La madre, Diana (Daniela Ramírez), está embarazada. A la tensión propia de su vida (con su hijo autista severo y un padre –Tomás- en general ausente) se suma el temor que su futuro hijo sea como Martín.

Estando Tomás fuera del país, Martín entra en crisis cuando acompaña a su madre en las compras en un supermercado. Entonces interviene Luz, una filipina que trabaja en aseo, logrando con suma facilidad calmar a Martín.

Entonces Tomás (en conversación con Diana) propone contratarla. Luz, hablándole siempre en filipino, tiene un asombroso efecto en Martín, que rápidamente va superando el autismo… pero empieza a mostrar síntomas inquietantes.

Algunos ingredientes

Madre pone en escena una mujer acomodada embarazada, sola, con un hijo muy problemático, casi inmanejable dado su autismo severo. Vulnerabilidad máxima.

Se suma la aparición de Luz, una filipina: la extranjera, que habla un idioma ininteligible para nosotros, aparentemente muy sumisa pero que finalmente controla la situación, al poder comunicarse y lograr grandes avances con Martín. La desconocida, la que inspira desconfianza. Aquí se pone en juego la gran confianza de Tomás en ella (en parte porque le “soluciona” la vida) con la desconfianza de Diana.

Por otro lado, Luz amenaza la construcción cultural de maternidad (más estando embarazada) de Diana: es ella la que se “comunica” con Martín, la que logra que avance y se mejore.

A lo anterior se suman elementos secundarios, como la ausencia del padre, un ser desafectado que no tiene problemas en anteponer su desarrollo profesional ni engañar a su esposa con prostitutas. En síntesis, una cinta sin figuras masculinas.

En término de ingredientes, están todos… pero cuajan a medias. Es una cinta de suspenso pero que no llega al terror (o en cuotas muy restringidas), que avanza lento para un desenlace demasiado rápido, con un final demasiado abierto. Donde tanto los personajes de Martín como de Luz (no así su hijo, en un rol menos exigente) en ciertos momentos no son tan creíbles (son muy difíciles de interpretar porque se juegan en detalles, en gestos mínimos).

En resumen, una película de “terror” chilena muy por arriba de la media de la producción local en este género, entretenida y que se deja ver.