Simón Soto (Santiago, 1981) nos introduce en el Barrio Matadero Franklin (persa Bío Bío, Población Huemul, sector de curtiembres y fábricas de zapatos, de chinganas y prostíbulos) a través de la figura de Mario Leiva, el “famoso” Cabro Carrera.

Con un inicio sobrecogedor –propio del mejor cine del Neorrealismo italiano- Simón Soto nos sitúa en el barrio en 1930, momento en el que el “huacho” Mario Leiva, de seis años, queda huérfano. Las vecinas ayudando, la solidaridad, la comida y las bebidas alcohólicas, los compañeros de trabajo de la finada, el padrino, el niño ensimismado y un futuro incierto…

Desde ahí, el relato saltará a 1945, donde un joven “Cabro Carrera” trata de abrirse espacio en un mundo muy rudo, donde sólo pueden ser verdaderos hombres respetados los matarifes (donde trata de introducirlo, sin éxito, su padrino) o los “choros” del hampa. Todos buenos para enfrentarse con cuchillos –los que sirven a unos y otros para sus respectivos trabajos u oficios-, para beber y comer. Y, la mayoría, para irse a las “casas alegres” de calle Placeres.

Simón Soto, que había publicado los libros de cuentos “Cielo Negro” y “La pesadilla del mundo” (Editorial Montacerdos, 2015), nos entrega un relato más complejo y elaborado, donde transmite conocimiento y sensibilidad para relatar y entregarnos la vida de un barrio particular y complejo.

Matadero Franklin atrapa desde las primeras líneas y se deja leer rápido, fluido, con una pluma suelta que no escatima en detalles sabrosos, en personajes que seducen y provocan, al mismo tiempo, rechazo (como los “buenos” delincuentes), porque son humanos, víctimas -y victimarios- de sus entornos y circunstancias.

Simón Soto, con todo lo bueno de esta su primera novela, se engolosina y se hace reiterativo en las descripciones de bebidas alcohólicas y platos típicos chilenos (juicio muy personal). Y se obsesiona con la sangre, la sangre de los animales “beneficiados” por los matarifes como con la sangre humanas, que fluye a raudales en asesinatos como en duelos hasta llevarnos a episodios y escenas que nos harán pensar en Fargo (como bien me dijo Ignacia Biskupovic), de los hermanos Coen, o en episodios (reales, literarios o fílmicos) de mafiosos “americanos”.

Al final, Matadero Franklin deriva a un relato poco creíble, que no calza con un país violento -como Chile- pero no tan sanguinario (porque “las instituciones funcionan” y para ello se deben mantener las formalidades). Donde son raros los casos de violencia extrema, sádica.

Y si hay algo que se echa de menos, es la falta de contexto: en 1930 había una crisis económica mundial que ha Chile llegó de manera dramática, con niveles de cesantía y de hambre ineludible; en 1945 y 1946, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, la situación política y social era tensa, y el Barrio del Matadero Franklin fue muy importante –por la presencia de curtiembres y zapateros- políticamente para anarquistas, comunistas y socialistas.

En este sentido, Matadero Franklin tiende a ser una “novela policial” convencional, obviando parte importante del barrio. Un barrio donde el matadero, las curtiembres, el mercado, los bares y los prostíbulos convivían para conformar uno de los sectores más dinámicos y complejos de la capital.

En resumen, una novela entretenida, cautivante, que relata la vida de matarifes y delincuentes del Matadero Franklin en los años 30 y 40 que deja abierta la posibilidad de nuevas entregas…

PS: se lamentan los errores -menores- en el texto, poco aceptables en una obra de esta calidad y en una editorial de prestigio.

Portada, Editorial Planeta (c)
Portada, Editorial Planeta (c)

Matadero Franklin

Simón Soto
Editorial Planeta
Santiago de Chile, 2018