Enhebrar una aguja, discar un número de teléfono, pelar una fruta, abotonar, anudar los zapatos o cortar los alimentos son simples actividades diarias que las personas que sufren de Parkinson no pueden realizar con normalidad.
De acuerdo a la docente de Terapia Ocupacional de la Universidad San Sebastián, Verónica Guerra, “la enfermedad de Parkinson es una patología neurodegenerativa de alta prevalencia, que se origina por la pérdida neuronal progresiva de la sustancia nigra, estructura que se encuentra en el cerebro y que tiene una importante función en el movimiento y control de la postura de los individuos. Es progresiva y hasta el momento no tiene cura”.
Es la segunda enfermedad neurodegenerativa más frecuente y genera importantes niveles de discapacidad y dependencia. Afecta a hombres y mujeres, presentando una mayor frecuencia en los varones. Se inicia entre los 50 y 60 años, aunque existen casos de inicio más temprano.
Lentamente afecta el desempeño de las personas en las distintas esferas de la vida. Va deteriorando las habilidades motoras, cognitivas, emocionales y comunicativas, las cuales alteran la capacidad del individuo de involucrarse en actividades significativas, comprometiendo el ejercicio de diversos roles sociales.
“Se configura entonces, una especie de aislamiento o exclusión, que abarca al individuo con Parkinson y a su red social más cercana. Este aislamiento puede ser aún más profundo si como sociedad no desarrollamos las acciones para disminuir las barreras físicas y sociales que el contexto impone”, comenta la académica.
Al ser una enfermedad progresiva que requiere de cuidados, su enfoque de atención está dirigido a mejorar la calidad de vida. Por ello, las personas que la padecen deben participar en diversas instancias de rehabilitación para prolongar su bienestar y retardar el progreso de la enfermedad.
De acuerdo a Verónica Guerra la persona con Parkinson debe mantener sus actividades significativas en la manera que sea posible, sobre todo el ejercicio de los roles sociales que le dan sentido a su vida. Por lo tanto, son muy importantes los espacios de encuentro y participación.
“Si logramos generar un ambiente adaptado a las necesidades y características del paciente, podrá seguir realizando sus actividades cotidianas. Adaptar el ambiente quiere decir generar las condiciones para que la persona con sus habilidades y dificultades tenga la oportunidad de enfrentarse a una actividad. Por ejemplo, si la persona tiene dificultades para mantener el equilibrio mientras se ducha, podemos habilitar barras de seguridad y un asiento para su tina”, comenta la académica de la Universidad San Sebastián.
Paralelamente, se debe estimular las habilidades de la persona con Parkinson a través de terapias. En sentido, la Terapia Ocupacional promueve la participación de los pacientes en las actividades significativas y en el ejercicio de sus roles sociales.
“La Terapia Ocupacional tiene como propósito fomentar que la persona con Parkinson pueda seguir ejecutando aquellas ocupaciones y participando socialmente. Esto se logra realizando actividades que se encuentran diseñadas especialmente para proveer estimulación a sus habilidades motoras, cognitivas y sociales. Por otro lado, se realiza entrenamiento directo en las actividades que le resultan dificultosas, además de adaptar el ambiente, los objetos y utensilios a sus características y necesidades”, comenta Verónica Guerra.