Rubia y sonriente, tocada con una diadema de diamantes o vestida con traje chaqueta, la infanta Cristina, hermana del rey Felipe VI de España, dio durante mucho tiempo la imagen de una princesa moderna, que ahora se ve empañada por sus enredos judiciales.
En un nuevo capítulo de un escándalo que estalló en 2011 con la imputación de su esposo, Iñaki Urdangarin, por presunta malversación, el juez mantuvo este miércoles la imputación a Cristina por “dos presuntos delitos contra la Hacienda Pública y uno de blanqueo de capitales”.
Una decisión que no es firme, pero que de confirmarse convertiría a Cristina en el primer miembro de la familia más cercana al rey que se sienta en el banquillo de los acusados.
Interrogada por el magistrado el 8 de febrero, la infanta había optado por la “estrategia del amor”, afirmando tener una confianza ciega en su marido.
Siempre “ha vivido en su mundo. Se ha sentido hasta hace un poco intocable”, explicaba Abel Hernández, escritor especialista de la Corona española.
Durante mucho tiempo, la imagen de la familia había fascinado a los medios: la infanta profesionalmente activa junto a su marido, un exmedallista olímpico de balonmano alto y apuesto, y sus cuatro hijos con aire de principitos rubios, durante las vacaciones en el palacio de verano de Marivent, en las islas Baleares.
Cristina, de 49 años, “es una persona, como todos los miembros de la familia real, cordial, educada, agradable, habla muy directa, normal”, relata Ana Romero, corresponsal de El Mundo en la Casa Real.
Pero la imagen se rompió cuando el 29 de diciembre de 2011, el juez imputó a Urdangarin.
Con los meses, las sospechas se hicieron más amenazadoras. Tras haber escapado en la primavera boreal de 2013 a una primera imputación por tráfico de influencias, Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y Grecia era imputada por delito fiscal y blanqueo.
Desde hace dos años y medio, la infanta y su esposo desaparecieron de las actividades oficiales de la familia. Y el 19 de junio, Cristina era la gran ausente en la ceremonia de proclamación de su hermano.
“Su imagen evidentemente se ha deteriorado. Los españoles pusieron en ella y su marido toda la frustración que sienten por los casos de corrupción”, señalaba Romero.
Queda por ver si la abdicación de su padre, Juan Carlos I, el 2 de junio, bastó para alejar la sombra del escándalo de su hermano Felipe VI.
Unidos ante el escándalo
Cristina, nacida el 13 de junio de 1965 en Madrid y conocida como la hija rebelde de la familia, se licenció en Ciencias Políticas en 1989 en la Universidad Complutense de Madrid, antes de proseguir sus estudios en Nueva York.
Su compromiso humanitario la lleva en 1993 a trabajar para la Fundación La Caixa, en Barcelona, donde dirige el departamento de actividades sociales, y a ser presidenta de honor de la comisión española de la Unesco.
Es también una gran aficionada al deporte, especialmente a la vela. Conoció a Urdangarin en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996, en los que éste ganó la medalla de bronce con la selección española de balonmano.
Ella misma había participado en los Juegos de Seúl en 1988, como miembro del equipo olímpico de vela y abanderada de España.
“Es enormemente competitiva y obstinada”, aseguraba el escritor Andrew Morton en un libro sobre las mujeres de la familia real española, asegurando que fue Cristina quien tomó la iniciativa de cortejar a Urdangarin.
Contrajeron matrimonio el 4 de octubre de 1997, momento en que el rey Juan Carlos concedió el título de duquesa de Palma a su hija, hoy sexta en la línea sucesoria al trono.
La pareja tiene cuatro hijos, nacidos entre 1999 y 2005: Juan Valentín, Pablo Nicolás, Miguel e Irene. En 2009, todos se mudaron a Washington, donde Urdangarin fue nombrado consejero del gigante español de las telecomunicaciones Telefónica.
Alcanzados allí por el escándalo Noos, en agosto de 2012 regresaron a Barcelona. Dando imagen de una pareja unida ante la adversidad, Iñaki y Cristina viven desde 2013 con sus hijos en Ginebra, donde la infanta trabaja para La Caixa.