“Cuando salga de aquí, quiero una vida normal. Con este trabajo, estoy segura de que todo irá bien”, dice Kalu, una nigeriana detenida por tráfico de droga que recuperó la esperanza gracias a una marca de bolsos y ropa fabricados en cárceles italianas.

La grifa Sigillo, organizada y financiada por el Ministerio de Justicia, es revolucionaria en su concepción porque sus productos, artículos de marroquinería y prêt-à-porter, serán comercializados en el círculo de la moda y no sólo en tiendas de artesanía solidaria.

“Nadie pretende hacer grandes cosas. Solamente se trata de darles las herramientas necesarias para integrarse al mercado laboral” cuando salgan de la cárcel, explica Nanda, una de las creadoras de la marca que les enseña los oficios: marroquinería, crochet, bordado, costura.

Kalu, de 40 años, recorta tiras de tela plastificada en el taller de Rebibbia, una de las principales cárceles de Roma.

Desde hace dos años, sale de su celda tres veces por semana para ir a trabajar en esa habitación ubicada en el primer piso: aquí no hay rejas, sólo cuatro paredes blancas, una mesa grande, dos máquinas de coser y un armario para guardar las tijeras y el pegamento.

En la puerta de entrada se destaca una frase: “La duda es más desgarradora que la certeza”

Kalu sabe bien de incertidumbre. Después de tres años y medio tras las rejas, todavía no ha sido juzgada y desconoce por completo lo que le espera.

La Ministra de Justicia, Anna Maria Cancellieri, lo reconoció hace poco: el sistema carcelario italiano “no es digno de un país civilizado”. En enero, la Corte de Estrasburgo condenó a Italia por su sobrepoblación carcelaria, con 67.000 detenidos para una capacidad de 45.000.

Una iniciativa para liberarse de las rejas

Sigillo no es la primera iniciativa para volver a humanizar las cárceles italianas. La película “Cesare deve morire” de los hermanos Taviani, Oso de Oro en el Festival de Berlín el año pasado, era interpretada por detenidos de Rebibbia.

“El problema es que las cárceles están pensadas para los hombres, de manera dirigida y racional, mientras que las mujeres necesitan espacios más propicios a la expresión de sus sentimientos”, subraya Nanda al hablar del proyecto.

El taller no se hizo sólo para trabajar y generar ganancias sino para que las detenidas den rienda suelta a su imaginación, sin la presencia de guardianes.

“Aquí nadie te mira. Nos distraemos, nos liberamos de las rejas, no sólo físicamente sino también a nivel psicológico”, cuenta Natalia mientras termina de coser un colorido bolso.

Con 34 años y de origen ucraniano, esta bonita mujer de pelo corto está en Rebibbia desde hace tres años. A diferencia de Kalu, no quiere contar lo que la llevó a estar encarcelada; prefiere hablar del futuro, de la tienda que le gustaría abrir, cuando quede libre, con socias que también pasaron por el taller.

“Es un proyecto excepcional: es el único que fue pensado para mujeres y para que unas detenidas puedan crear luego su empresa”, subraya Nanda. De hecho, las detenidas ya no se consideran simples empleadas.

Por ahora, el proyecto de cooperativas sociales que opera bajo la marca Sigillo emplea a 10 mujeres a tiempo parcial y forma a otras 40 para una nuevo oficio relacionado con la moda. Sigillo se encarga luego del marketing y de la difusión de los productos en un circuito de alta gama, con el patrocinio de la famosa casa Fendi.

Gracias a este proyecto – que recibe financiación de 400.000 euros del Ministerio de Justicia -Kalu gana 600 euros por mes, un salario que ganaría en el sector privado por un trabajo equivalente a tiempo parcial.

“La mitad de lo que gano se lo doy a mis nietos, que están en una familia de acogida, y el resto lo ahorro”, cuenta Kalu, con una gran sonrisa optimista.

http://youtu.be/U2lsJE8OX6Q