Sepultados durante siglos en el fondo submarino, los restos del “Mary Rose”, la nave insignia de la flota de Enrique VIII, y sus tesoros han sido reunidos en un nuevo museo en la ciudad inglesa de Portsmouth que ofrece un valioso testimonio de la era Tudor.

El armazón de madera del buque de guerra, sacado de las aguas hace 30 años, y los 19.000 objetos rescatados, constituyen un descubrimiento que sus promotores no dudan en tildar de “Pompeya inglés” debido a su excelente estado de conservación.

Esta vez sin embargo no fue la lava, sino los sedimentos que lo cubrían los que permitieron que “estos objetos estén maravillosamente conservados”, señaló el arqueólogo Christopher Dobbs, quien participó en las excavaciones.

El “Mary Rose” tuvo un destino fuera de lo común. Tras 34 años combatiendo a la flota francesa, se hundió en 1545 durante la batalla de Solent contra el enemigo acérrimo en circunstancias todavía misteriosas.

Unos 500 hombres perdieron la vida en el naufragio, presenciado por Enrique VIII desde la costa. Sólo una treintena sobrevivieron. Una parte del barco quedó enterrada, el resto desapareció con la erosión.

Cuatro siglos más tarde, en 1971, los restos fueron hallados y finalmente izados a la superficie en 1982, en una operación espectacular filmada por las televisiones. En total, 500 buzos participaron durante varios años en el proceso de excavación.

Varios miles de los artefactos rescatados están expuestos en el nuevo museo del “Mary Rose”, que abre sus puertas el viernes.

El edificio antracita, construido en torno a los restos, se erige en los muelles de Portsmouth junto a otros ilustres barcos de la marina inglesa, el “HMS Victory” y el “HMS Warrior”.

El visitante circula por galerías construidas en torno al armazón de madera, en tres niveles que corresponden a los tres puentes del barco, en una semipenumbra.

Es una manera de conservar y de destacar los objetos, explicó el arquitecto Chris Brandon. “Son tan valiosos, quisimos realmente que la atención se centrara en ellos”, dijo. También es una forma de restituir el ambiente a bordo del barco.

Los rugidos del mar y del viento, así como los crujidos de la nave completan la inmersión. Armas, cañones, arcos y flechas permiten descubrir la vida diaria de la tripulación.

“Es una colección extraordinaria, que constituye el mejor testimonio de la vida en esa época”, comentó John Lippiett, director general del Mary Rose Trust. “Las osamentas recuperadas nos permiten deducir la dureza de la vida que llevaban estos hombres, el tipo de heridas y de enfermedades que sufrían”.

A partir de estos restos, los expertos pudieron reconstruir los rostros de un carpintero, un cocinero, un arquero. También se reconstituyeron un esqueleto de perro, el de un Fox Terrier que vivía a bordo y se encargaba de cazas ratas, de las que también se exponen algunos huesos.

Un backgammon, violines y tapas de libros informan sobre los momentos de ocio de los hombres a bordo. De la cocina, sobrevivieron al naufragio espinas de merluza y de bacalao fresco, así como huesos de buey y de cerdo.

Más sorprendente fue el descubrimiento de ocho rosarios, que no estaban todavía prohibidos pero pero cuyo uso fue condenado desde la ruptura de Enrique VIII con el catolicismo en 1534.

Además de su interés histórico, el museo del “Mary Rose”, que costó en total 35 millones de libras (53 M de dólares, 41 M de euros) representa una proeza científica.

“La colección del Mary Rose cuenta con numerosos objetos de madera o de cobre que no sobrevivieron en ningún otro lugar, y cuya conservación plantea importantes dificultades”, afirmó Christopher Dobbs.

Para impedir que que se secaran o agrietaran, y evitar también un ataque microbiano, los restos del “Mary Rose” fueron primero rociados con agua dulce y, a partir de 1994, con una disolución de polietilenglicol (PEG).

Las operaciones de secado comenzarán ahora y deben durar entre cuatro o cinco años. Dentro de un tiempo, los visitantes podrán pasearse cerca del casco, que por el momento sólo el visible a través de las ventanas.