Hay situaciones en las que llamar a una persona por el nombre de otra puede ser terrible: como llamar a tu pareja por el nombre de tu ex. También confundir apodos o decirle “mamá” a tu jefa o profesora pueden ser momentos muy vergonzosos. ¿Por qué sucede esto?

Al respecto, un estudio de la Universidad Duke, ubicada en el estado de Carolina del Norte en Estados Unidos, descifró el motivo por qué cambiamos el nombre de algunas personas y de otras no, y por qué solemos hacerlo entre 2 a 4 veces por semana (al menos).

Para la investigación, se aplicaron cinco encuestas a más de 1.700 personas, en donde se incluyeron a estudiantes y trabajadores.

Confusiones relacionales

Uno de los primeros puntos señalados por los investigadores se vincula con las relaciones entre los individuos. Según explica una de las autoras del estudio, Samantha A. Deffler, es común confundir los nombres de dos personas que están en la misma categoría relacional.

En otras palabras: es fácil confundir el nombre de un amigo con el de otro, el de un familiar con el de otro familiar; etc. Samantha también comenta que es por ello que nos equivocamos de nombre cuando discutimos con una persona, con otra con la que también solemos enfadar.

En este mismo contexto, es por ello que es probable confundir el nombre de una persona que nos gusta, con otra que sentimos algo similar.

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También es posible llamar a un familiar por el nombre de la mascota: sólo si se trata de un perro. Deffler explica que lo anterior sucede porque los caninos suelen responder a su nombre -a diferencia de los gatos-, y se utilizan con bastante frecuencia.

La psicóloga también destaca que “no hacen falta segundas intenciones en estos lapsus, los que normalmente ocurren en medio de una conversación despreocupada”.

¿Similitudes?

Otro factor que infiere en la confusión de nombres, son las similitudes fonéticas entre algunos nombres, ya sea porque se escriban con la misma letra inicial o tengan un parecido en extensión, como sería Francisca y Fernanda; por ejemplo.

Por otra parte, el estudio establece que los parecidos físicos no tienen relación con este fenómeno. “Hay padres que llaman a un hijo por el nombre del otro, y a veces son de distinto sexo”, señalan.

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Sin significado importante

En el estudio, los investigadores destacan que finalmente los nombres no aportan algún significado importante ni colaboran con información sobre la persona. No obstante, el informe señala que sí funcionan como un estereotipo en algunos casos.

“Los nombres suelen estar asociados a etnias o clases sociales, por lo que acarrean prejuicios que a veces no tienen relación con la persona que los llevan”, señala Deffler.

Por su parte, el neurocientífico Dean Burnett señala en su libro El Cerebro Idiota, que “desde un punto de vista puramente objetivo, lo normal es que la cara y el nombre de una persona no guarden relación”.

En tanto, la mejor manera de recordar el nombre de alguien, explican los expertos en el portal español El País, es creado asociaciones: “Jaime se parece a ese otro Jaime al que conocí en mi niñez”, ejemplifica.

Otra técnica es relacionar la información personal de la persona al nombre: su ocupación, lugar de residencia, hobbie; etc. Finalmente los investigadores aseguran que repetir la palabra varias veces continuas, también puede ayudar a retener la información.