Corre, que aún es tiempo.

Huye, sin vista atrás a los recuerdos.

En la primera etapa del trayecto, el victimario (con disfraz de víctima) te dirá que lo pienses, que nadie te “amará” como él, aunque los golpes digan lo contrario.

Llorará. Sí y hasta puede que se arrodille pidiendo perdón. Asumirá una terapia en pareja, aunque no tengas espacio en un sillón de culpas.

Cuando vea la determinación vendrá el camino más difícil. Verás la ira con abrasivo machista, pero con palabras que harán tu puerta más ancha: que nadie quiere a una mujer con hijos de otro, ningún hombre las respeta, que serás como una perra pariendo hijos de muchos, etcétera.

Luego el ataque en redes sociales, con algunos “amigos” bailando sobre sus palabras. Te dirá “puta“, “mala madre“, “egoísta“… dejará ir toda su descarga.

Vivirás una vida de mensajes abusivos, correos, llamadas y hasta burlas, si tus relaciones posteriores fracasan.

Dirá que te lo mereces por dejarlo. Por ser “infiel”, por negar la familia que tenías en “casa”.

Dirá lo que quiera pero al correr, te salvaste de la desesperanza, del abuso, de la victimización y de los malos recuerdos. De pensar cada noche al acostarte, qué nuevo round vendrá mañana. Un jabón mal puesto, una lonchera “mal preparada” porque “así no lo hacía mi madre“, porque él es el único capaz de ser lo que tu no alcanzas.

Pero ya habrás escapado. Ya habrás salido de una zona contaminada. Estarás respirando y durmiendo más tranquila, más descansada y menos frustrada contigo misma por hacer lo que debías. Lo que tanto anhelabas y que la sociedad machista no te deja: “cómo, ¿estás separada”?

No hay garantía de que acaben los ataques verbales, sobre todo si en lugar de una camada de crías, tuviste el hogar que no te pudo ofrecer y que tanto anhelabas.

Descansen en paz Karla Turcios y otras mujeres que no corrieron al alba.

Paola Alemán Flores
Periodista Internacional
BioBioChile

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