El infierno en el que desde hace algún tiempo viven los vecinos del tradicional Barrio Lastarria (ni hablar de Parque Forestal) de Santiago únicamente lo conocen ellos mismos: casi la absoluta totalidad de las plantas bajas de sus edificios -o en algunos casos, edificios enteros- han sido raptados por la gula inmobiliaria que compra, gestiona y arrienda.

Por Aníbal Venegas

elbarrioquequeremos.blogspot.cl (c)

¿Conocen ese antiguo barrio de bonitas casas y bonitos balcones? Por sus angostísimas calles de inspiración gala se pasean, orgullosas, bonitas personas. Es como si desde siempre hubieran estado allí y pertenecieran al sofisticado paisaje. Es como si quienes vivieran encima de la charcutería francesa, la heladería holandesa y la cafetería vienesa ni siquiera existieran.

De vez en cuando alguna señora de mechas desteñidas se deja ver a través de la ventana de su departamento emplazado en un quinto piso y se atreve a mirar en dirección al gentío que se amontona fuera del elegante cine (que por obra y gracia de los tiempos modernos, ahora también incluye un pub).

Son las 11:00 pm y una multitud se ha congregado para celebrar los logros artísticos de un grupo de bailarines que exponen su performance mientras un trío de improvisados jazzistas aporrean diversos instrumentos de cuerda y viento. Porque absolutamente todo el ruido del Barrio Lastarria es diverso. Que más arriba viva una familia completa de GENTE o que en el edificio de al lado la de la guadaña aguarde con poca paciencia que el cáncer haga su trabajo con un octogenario, eso, todo eso no es problema de nadie.

Varios vecinos se quejan por cuarta vez con Carabineros de Chile. A veces incluso los escuchan y conducen hasta el lugar de los hechos profiriendo ruidos de motor con la boca, brrrr, brrrr. ¿Cómo no entienden los Pacos que esto es arte? ¿A ver? A nosotros nos llamó la señora de enfrente. Todo el odio para la señora de enfrente.

Gentrificación y gula inmobiliaria

Los señores de barba larga que por allí transitan no levantan la cabeza para ver que arriba del restaurant o del emporio o del mall del Tatuaje viven personas de carne y hueso; estos paseantes buscan diversión o lectura simplificada, a veces en un esplendoroso escaparate, otras en los “Se vende”, “Se arrienda”, “For Lease”. “Es la gentrificación” explican desde la arquitectura: barrios bonitos, pero de pasado rasca, luego habitados por artistas con poca plata y actualmente embellecidos y decorados por una alta burguesía que se adueña de todo y cuyas preocupaciones incluyen los cielos de doble altura para colgar lámparas de cristales Murano y el tamaño del living para poner las sillitas Valdés. A veces los llaman hípster.

Si bien es verdad que uno que otro modernillo de Vitacura se ha dejado caer en El Rosal o Villavicencio, la realidad es que la mentada gentrificación del barrio Lastarria la está produciendo el comercio descontrolado tutelado por la usura de los agentes inmobiliarios, locales y extranjeros. No pueden arruinar fachadas porque en su mayoría corresponden a edificios históricos, pero nada les impide ofrecer enormes ganancias a los dueños de departamentos que ahora pueden lucrar fácilmente e irse a vivir a otro lado a costa de la venta o arriendo de propiedades. Así es como actualmente Lastarria tiene cientos de restaurantes con estrellas Michelin, hotelería de lujo donde antes arrendaban empleados de la administración pública, bistrós en lugar de la tradicional galería de arte y boutiques con conciencia social que ofertan preciosos jarrones que cuando uno les echa agua hirviendo aparece la cara de Frida Kahlo.

Compiten codo a codo con los improvisados vendedores ambulantes que se amontonan a un costado de los tradicionales vendedores de libros: jóvenes modernos y esbeltos que se ocupan de la salud y del espíritu, porque venden queques “orgánicos” de “weed”, “hand-rolls”, ceviche, billeteras y hasta calzones para la buena suerte. ¿Horario de atención? De lunes a lunes de 9:00 am a 9:00 am. Entre medio saltimbanquis, la odiada -por vecinos- soprano de berma, el cantante de flamenco que se deja caer después de medianoche, y Dios mediante, la banda carnavalera Chinchintirapie que cada viernes parte en procesión desde Merced hasta el GAM, con trompetas, panderos y bailarines.

A nadie le interesa que más arriba haya gente durmiendo.

De 430 mil a más de 1 millón

Un nuevo récord se batió hace un par de semanas cuando a uno de los últimos bastiones de la tradición republicana y que le daba alma al Barrio Lastarria fuera sacado a puntapiés de su lugar de trabajo. De forma grosera y sin ningún escrúpulo el zapatero de calle Merced fue notificado: el arriendo de su local subirá de 430 mil a más de 1 millón de pesos, pague o mándese a cambiar. El asunto se transformó en trending topic, protesta pública y en redes sociales, reportaje de Canal 13, Las Últimas Noticias y Vivienda y Decoración de El Mercurio. Pero todo activismo ha sido inútil porque la usura es legítima en tanto la única ley es la de la oferta y la demanda. Desde el Municipio prometen seguridad y fiscalización, especialmente a vendedores ambulantes que ofrecen comida contaminada y restaurantes que ocupan la vereda pública con sus terrazas.

Sin embargo, la rapiña inmobiliaria se mantendrá incólume: los vecinos al parecer estarán destinados a arrendar o vender, o a apretar los dientes y aguantar el ruido de la multitud que se olvida que allí también viven otras personas.