Aunque de principio pueda parecer frívola, noticias como la del hombre que se granjeó injustamente fama de pedófilo no sólo en redes sociales sino en el mundo real, sólo por tomarse una fotografía, dan cuenta de dos fenómenos que deberían preocuparnos cada vez más en nuestra sociedad.

Para quienes no la vieron, un resumen: un sujeto en Australia -padre de familia y fanático de la saga de Star Wars- decidió tomarse una selfie frente a una efigie de Darth Vader, con la mala suerte de no prestar atención a un par de niños pequeños que estaban cerca de él. Y digo mala suerte porque la madre, que observaba la escena, interpretó el gesto como el intento de un depravado por fotografiar a sus hijos.

Así las cosas, la madre hizo lo que toda persona con sentido común en pleno siglo XXI haría: le tomó a su vez una foto al hombre y, sin mediar palabra con él, la subió a su cuenta de Facebook denunciándolo como pedófilo.

20.000 compartidos después, la vida del hombre estaba arruinada. Incluso debió entregar su teléfono a la policía para demostrar que no era un depredador sexual captando potenciales víctimas.

No vayamos a sorprendernos de que en plena era de la información, seamos incapaces de entablar un diálogo directo para saber qué está pasando. Ya en 2010 perdí esa capacidad cuando supe que luego de que el científico y estrella de la TV estadounidense, Bill Nye, se desmayó en plena charla y los estudiantes, en vez de ayudarle, se dedicaron a tuitear la situación.

Pero una cosa es que llevemos nuestra atención al lugar incorrecto. Otra peor es lo que hacemos con ella.

En una graciosa secuencia de The Big Bang Theory, Sheldon intenta superar sus dificultades sociales trabando amistad con una pequeña niña en una librería. Aunque su actitud es del todo inocente, Leonard lo saca rápidamente de ahí, alarmado de que cualquiera que viera la escena podría pensar que se trata de un pedófilo. “No mires a las cámaras” le advierte mientras lo tironea del brazo.

Curiosamente, debo decir que me siento identificado con aquel impasse. Como muchos de quienes me conocen saben, soy fanático de los videojuegos, por lo que suelo visitar las tiendas con regularidad. Muchas veces me veo rodeado de niños que también están vitrineando (sí, más de una vez me han humillado entregado mi compra preguntando si es regalo “para niño o niña”), pero aquí viene lo raro: de forma casi inconsciente tiendo a apartarme discretamente de los menores de edad. Es como si mi cuerpo temiera que alguien siquiera interprete que les hice o insinué algo…

Permítanme una anécdota más. Un amigo mío entró tiempo atrás con su señora y su hijo lactante al baño de niños de un centro comercial para cambiarle los pañales. Al terminar, su mujer salió con el bebé sin percatarse de que mi amigo se había quedado en el baño lavándose las manos. A los pocos segundos, este la alcanzó alarmado. “Por favor, no vuelvas a dejarme solo ahí”, le dijo entre asustado y molesto. Su señora no lo comprendió hasta que este le dijo: “¿qué crees que pensaría alguien si me ve a mí, un hombre adulto solo, en un baño de niños?”

Pues, ¿no hemos llegado a un punto absurdo de nuestra sociedad cuando no podemos siquiera estar cerca de un niño sin temer ser acusados de perversión?

Pero la noticia con que abrimos tiene una segunda lectura igual de intrigante. Esa que con mi amigo Claudio dimos en llamar, el fenómeno de las “turbas digitales“, que pulsan de forma casi instintiva botones de “Retuitear” o “Compartir” apenas ven una imagen de denuncia en una red social.

“Me sentí enfermo. Estoy avergonzado y devastado”, dijo el hombre de la noticia. “Entiendo que en la mente de esa mujer, ella estaba haciendo lo correcto por sus hijos, pero ahora me ha causado muchos problemas. La gente necesita obtener información de fuentes de noticias correctas en lugar de ser melodramáticos que comparten las cosas sin pensar en Facebook”.

Piénsenlo: ¿cuántas veces han visto en sus líneas de tiempos fotos de personas en poses perfectamente normales, pidiéndoles “difundir” porque -supuestamente- violaron al hijo, golpearon a la señora o cometieron alguna otra atrocidad de la que no hay mayor prueba que una cuenta en Facebook?

¿Cuán fácil es para una pareja despechada o un colega envidioso arruinarle la vida alguien echando a correr un rumor en redes sociales, a sabiendas de que este arderá como una mecha de explosivo, sin ningún tipo de cortapisa?

Por ello no soy partidario de las “funas”, ni reales ni virtuales. Creo que nuestra paranoia con la pedofilia responde a una sociedad presa del temor, y nuestra obsesión con disparar primero y preguntar después, a una sociedad que se guía por la rabia contenida.

Mientras aquellos sentimientos se enquisten en nosotros, mientras no existan instituciones que canalicen nuestras preocupaciones, no habrá posibilidad de recuperar la confianza. Ni en los demás ni en nosotros mismos.

Christian F. Leal Reyes
Periodista – Director de BioBioChile