La mitad de los chilenos reza o hace oración diariamente, según la última Encuesta Nacional Bicentenario realizada por la Pontificia Universidad Católica de Chile y Adimark Gfk. Es decir, estamos hablando de un país con una tradición eclesiástica importante, pero cuya población ha ido transformándose en religiosos que declaran profesar una fe pero que en la realidad no la practican.

De acuerdo a los datos de la medición realizada en 2013, es evidente la sostenida baja en la cantidad de personas que dicen ser católicos. De un 70% en 2006 cayeron a un 61% en 2013, en una baja que registró su punto mínimo el 2012 con un 59%. Por el contrario, los evangélicos aparecen con un crecimiento sostenido de un 14% en 2006 a un 18% en 2012, cayendo un punto en 2013 a 17%.

Pero estas cifras son, por decirlo de alguna forma, algo engañadoras ¿sabe por qué? simplemente porque de los católico que dicen serlo, muy pocos asisten a misas. Es más, apenas un 5% dice pertenecer a algún movimiento vinculado a esta religión.

Otra encuesta, en este caso un estudio del Latinobarómetro, remarca un hecho a estas alturas irremediable: en los últimos tres años los católicos disminuyeron su práctica de un 41% en 2010 a 27% en 2013.

Pese a la baja, los católicos siguen teniendo una fuerza importante, principalmente por las redes de poder que mantienen a nivel político y social. Maraña que les ha permitido subsistir pese a los escándalos a raíz de los casos de pedofilia, como lo sucedido con Fernando Karadima.

Y es a raíz de esto último donde pareciera estar la explicación a la baja en su feligresía. Pero no solamente por los abusos sexuales contra menores por parte de miembros de la iglesia católica, se trata del silencio y la complicidad pasiva para encubrir estos casos.

Una entidad religiosa, cualquiera sea su estilo o creencia, debe “predicar” con el ejemplo. Es decir, no basta con condenar el pecado, si dentro de sus líderes hay quienes lo avalan e incluso fomentan. No basta con pedir alejarse del pecado, si ellos mismos no alejan a sus miembros pecadores de las indefensas ovejas. No basta con exigir santidad y pureza, cuando quienes usan sus púlpitos tienen sus propias almas manchadas producto de la lujuria y la mentira. Eso no es admisible, pero es parte de la dura realidad que enfrenta la iglesia católica.

Aún así no se le puede desconocer el rol social que han cumplido algunos, como el recordado padre Pierre Dubois y el cardenal Raúl Silva Henríquez durante la dictadura. Obviamente sus obras con ellos quedan, pero ciertamente facilitadas por las redes de poder que sustentan a los curas.

Un botón de muestra. Para ingresar a una cárcel, los evangélicos son revisados exhaustivamente en la guardia armada de Gendarmería siguiendo el mismo procedimiento usado con las visitas corrientes, incluyendo en ocasiones sacarse parte de la ropa. No se confunda, no es mi intención criticar este procedimiento, está muy bien si se piensa que se ingresa a un recinto donde hay personas con antecedente delictuales que se valen de cualquier cosa para obtener una mejor estadía.

Sin embargo, los católicos no pasan dicha revisión. Sólo se corrobora su identidad con la providencia de ingreso, y se les hace pasar por un detector de metales para evitar que alguno ingrese celulares ¿nota el cambio? sutil, pero revelador de una desigualdad histórica.

Pero los datos duros no cambian una realidad que de a poco han ido asumiendo la sociedad. El rol cada vez más protagónico de los evangélicos que progresivamente han ido saliendo del anonimato en que permanecieron. No obstante, esto se ha ido transformando en un arma de doble filo, puesto que los líderes evangélicos se han aprovechado de esta situación para buscar figuración pública, siendo que la iglesia no está llamada a participar de los debates políticos.

Y es que no concibo un pastor involucrado en política como legislador o líder comunal, Chile es un estado laico y ese equilibrio debe permanecer. Los evangélicos deben mantenerse al margen, no dando apoyos a candidatos ni menos dejando que políticos se suban a los púlpitos en épocas de campaña, que a mi juicio es aberrrante, por decirlo menos.

Queda la sensación que las religiones en Chile comienzan a cambiar sus posiciones de privilegio, con una iglesia líder en baja que tiene a muchos feligreses pasivos que se aparecen en misa sólo para algún matrimonio o un responso fúnebre. Y el problema no es que la gente deje de creer, el problema es la razón por la cual la confianza cae, en este caso por culpa de la propia iglesia.

Pareciera que los pastores están tan entretenidos negociando con el lobo, que poco o nada se preocupan de las ovejas que están desbandándose. ¿La solución? Hoy más que nunca se necesitan pastores con “olor a cordero”, que no tengan miedo a reconocer sus culpas y enmendar camino por el bien de una ciudadanía que necesita volver a creer. Porque una población que no cree, es una ciudadanía que no tiene esperanza.