Al finalizar el 2013, es natural que el periodismo en todo el mundo se aboque a repasar lo que ocurrió en el año, y a prever lo que sucederá en años que está a punto de nacer. Por mi parte, creo que lo fundamental es poner las luces altas para alcanzar a ver a tiempo lo que está allá adelante, en estas no tan anchas avenidas del futuro.

Las señales noticiosas parecen apuntar a que 2014 podría ser el año nefasto de la guerra. Sin embargo, mirando bien esas figuras difusas que se vislumbran, pareciera que el año próximo puede ser no tan malo, al menos en términos mundiales.

Recogiendo los antecedentes y los análisis de los internacionalistas de los principales medios informativos del mundo, y estudiándolos detenidamente, creo que definitivamente no va a estallar la guerra el año próximo.

Pero en cambio, veremos al fin asumir el protagonismo varios de los más inteligentes líderes con los que cuenta la humanidad. Y esos líderes lograrán, al menos por dos o tres años más, abrir espacios para hallar soluciones no sólo a las amenazantes diferencias, sino a los problemas mucho más graves del derrumbe económico occidental y del ya vertiginoso deterioro del planeta.

El problema más peligroso está en que los dirigentes estúpidos no logran entender que tienen una inteligencia insuficiente, y por ello sienten que se les falta el respeto cuando se les pide que se hagan a un lado.

Un importante informe elaborado por neurólogos, psiquiatras y psicólogos de la Universidad de Cambridge, publicado el viernes pasado, detectó que los tontos no se dan cuenta de que lo son, y que por el contrario, a menudo se consideran muy inteligentes.

En cambio los que son demasiado inteligentes rara vez alcanzan grandes éxitos financieros, y a menudo son odiados por los tontos.

Pero vamos al grano. El principal foco de peligro de guerra se centraba en la cuenca del Pacífico, donde dos buenos jugadores se enfrentaron y manejaron a Estados Unidos como si fuera una pelota. Me refiero al primer ministro del Japón, Shinzo Abe, y el presidente de China, Xi Jinping. Y la pieza de gambito fueron los islotes Diaoyu o Senkaku.

Inicialmente, el presidente Xi ganó la iniciativa y puso a Estados Unidos en situación de tener que mostrarse conciliador y tratar de llevar a un entendimiento salomónico entre Japón y China. Igual que en el caso de Perú y Chile, el sólo hecho de aceptar discusión o arbitraje habría sido un triunfo para China, que estaba bien informada de que el Presidente Obama tenía la opinión de sacar esos islotes que antes Estados Unidos había dejado bajo administración japonesa.

Pero Japón perció a tiempo la jugada china y rápidamente efectuó una movida de matonaje al capturar con un buque de guerra a un pesquerito chino que estaba en faenas en las cercanías de los islotes.

Para agravar intencionadamente la situación, no sólo retuvo la embarcación sino que, además, mantuvo prisionero al capitán del barquito. La reacción de China fue previsible. Japón perdió prácticamente todo su mercado de exportaciones a la China, estimado de más de 100 mil millones de dólares en ese momento. Pero con la reacción amenazante de China obligó a Estados Unidos a declararse aliado y solidario con el Japón, en términos de los tratados vigentes desde la Segunda Guerra Mundial.

Para Estados Unidos la situación era de desventaja, sobre todo porque cambiaba el tono de la presencia norteamericana como foco central de la Asociación Comercial del Pacífico, que estaba cobrando una fisonomía belicosa y dominante sobre los países de la cuenca.

Escucha la crónica completa de Ruperto Concha a continuación: