“La Navidad es para los niños”. Este es un concepto que pocos se atreverían a discutir hoy en día, con el fuerte enfoque social y comercial que los pequeños reciben en esta época del año.

Pero, ¿realmente lo es? ¿No hay un dejo de displicencia por nuestra parte a lo que realmente debiera ser el rol de los niños en estas festividades?

Este es el tema que plantea Trevor Mitchell, un empleado público que trabaja a medio tiempo como colaborador en temas de sociedad y cultura en el diario británico The Guardian. Para Mitchell, los niños no sólo han sido malcriados por los agasajos de la festividad, sino que hemos sembrado en ellos un germen que los perseguirá hasta la adultez.

A continuación, la columna, traducida por BioBioChile.

A la Navidad se la asocia con muchas cosas en estos días, pero quizá el más engañoso de todos los mitos sobre la Navidad que nos tragamos ciegamente, sea ese que proclama que es una festividad para los niños.

Y no, no lo es. De hecho, nada podría estar más lejos de la realidad. Los niños arruinan la Navidad. Lo sé porque yo mismo lo hice.

Cuando era todavía un chico que crecía a comienzos de los 70, quería con todo mi corazón un traje de astronauta. Así, durante la mañana de Navidad el papel de regalo falló en su razón de ser y pude reconocer de inmediato por su forma el casco espacial entre una modesta pila de obsequios.

Una vez abierto ese, me lancé frenético hacia los otros para encontrar el traje plateado y el supuesto tanque de oxígeno. ¿Dónde estaban? Una caja de herramientas de madera y un juego de dibujo serían inútiles para mi viaje imaginario a Marte. Sucedió que mi madre no tuvo mucho tiempo para salir en búsqueda de regalos y lo único “espacial” que pudo encontrar en la juguetería, era aquel casco.

La furia de un niño petulante y desilusionado no conoce límites, así que grité, lloré y finalmente lancé el casco al otro lado de la habitación hasta hacer miserable la Navidad de mi familia. Mis padres no dijeron una palabra durante el resto del día. Mis hermanas abrieron sus regalos en un silencio avergonzado. Incluso el perro parecía deprimido.

Reconozcámoslo: aquella tradicional (e incluso levemente enfermiza) imagen navideña de una familia reunida abriendo alegremente sus regalos bajo el árbol, agradecida por los presentes que recibió, está horriblemente obsoleta.

Y eso si alguna vez existió, en primer lugar.

La realidad de las pesadillas navideñas modernas es más o menos así: compraste el juego de Xbox equivocado para tu hijo de 10 años y descubriste que las prendas que compraste para tu hija, la luz de tus ojos estuvieron de moda el año pasado (por eso estaban con descuento en la tienda y no porque fuera una promoción).

Y en cuanto a los teléfonos móviles que cuidadosamente elegiste para ellos pese a sus cortos años -porque todos los demás niños de la clase tienen uno- mejor ni los mencionemos. Tu maravillosa progenie está ahora sollozando de rabia debido a tu ineptitud y te odia por arruinarles su día. Sucede que no tienes idea de nada. Eres un idiota.

Cuando pasa el bochorno, comienzas a preguntarte para qué te tomaste la molestia en primer lugar, pero te das cuenta de que tus niños son los que están equivocados: no es que les hayas arruinado la Navidad; ellos arruinaron la tuya. El único consuelo es que esta triste mezcla de apetito consumista y psicopatía infantil se repite por todos lados a lo largo del país.

La idea de que los padres de nuestros días no tienen tiempo y quieren compensar a sus hijos por ello con regalos, es tan familiar que se ha vuelto un cliché, pero es verdad. Parece que hemos excedido las expectativas en crear nuestras propias versiones de los “pequeños emperadores” de China por lo que toda esta sobre protección e indulgencia ha hecho que nuestros niños sean incapaces de lidiar con algo tan básico como no conseguir lo que quieren.

Luego, cuando crecen, estas manías crecen con ellos y los hacen incapaces de enfrentar la desilusión, llevados por esa irremediable sed de auto satisfacción. No le hacemos ningún favor con nuestra incapacidad para decir “no” a los pequeños monstruos egoístas que hemos creado.

Los méritos o desventajas de decidir voluntariamente no tener hijos han sido debatidos hasta el cansancio. Sobra decir que mi pareja y yo decidimos no tenerlos. No los queremos, pero ambos esperamos la Navidad con mucha emoción. Para aquellos que desesperadamente quieren tener hijos pero no pueden, la Navidad debe ser intolerablemente triste dado el énfasis que la sociedad pone en tenerlos al centro del festival. Tienen mi más profundo apoyo.

Y para el resto, para la gran masa que tiene descendencia y que prácticamente se ha desfinanciado para mantener a sus codiciosos pequeños emperadores felices a cualquier costo, pues bien, espero que tengan la Navidad que creen que merecen. Pero no puedo dejar de pensar que acabarán desilusionados.