No sabemos si habrá algún día otro Mandela, pero lo cierto es que disidentes y movimientos de resistencia se han apropiado de la herencia del icono de la reconciliación basándose en trayectorias políticas regidas por la valentía y el sacrificio.

Christopher Hughes, de la London School of Economics, baraja el nombre del premio Nobel de la Paz chino Liu Xiaobo porque considera que es quien mejor encarna una figura contemporánea de Mandela.

“Hay parecidos. Está encarcelado y es un preso de conciencia”, afirma Hughes a la AFP. “Pero Mandela representaba evidentemente a la mayoría negra en Sudáfrica mientras que en el caso de Liu es más difícil decir si representa a una mayoría”. “Los críticos dicen que es un intelectual y que está desconectado de la vida real de la gente”, añadió.

La Birmana Aung San Suu Kyi, que pasó muchos años detenida, se ganó el apodo de la “Mandela de Asia”. Esta premio Nobel de la Paz, al igual que Mandela, se ha sacrificado tanto como el héroe sudafricano, al permanecer detenida mientras su marido moría de cáncer en Inglaterra.

“La dama de Rangún” recobró la libertad y es actualmente diputada en un país con un horizonte político más despejado aunque el ejército sigue llevando las riendas del poder.

A su salida de la cárcel, Mandela se convirtió en un héroe más allá de las divisiones étnicas de Sudáfrica, pero a Suu Kyi se le acusa de no hacer lo suficiente por la minoría musulmana Rohingya.

Los palestinos querrían por su parte que el mundo considerara a Marwan Barghuti, quien lleva once años en la cárcel, como su Mandela nacional.

Condenado por Israel a cadena perpetua por su implicación en ataques sangrientos, Barghuti fue uno de los líderes de la segunda intifada (2000-2005).

Desde la cárcel Barghuti escribió una carta en la que recuerda unas palabras de Mandela: “Nuestra libertad es incompleta sin la libertad de los palestinos”.

“Desde mi celda os digo que nuestra libertad parece posible porque habéis conseguido la vuestra. El apartheid no ha vencido en Sudáfrica y no vencerá en Palestina”, escribió en la carta.

Pero una gran parte del mundo estima que no se puede comparar el trato dispensado por los israelíes a los palestinos con el de la mayoría negra durante el régimen del apartheid (segregación racial).

Aparte de Aung San Suu Kyi existe otro hipotético Mandela asiático, Xanana Gusmao, actualmente primer ministro de Timor Oriental independiente, que pasó siete años en una cárcel indonesia después de haber hecho campaña por la independencia de la mitad de la isla.

Mandela lo visitó en secreto en su celda de Yakarta en 1997 y Xanana Gusmao siempre dijo que se había inspirado en el ejemplo sudafricano. En la actualidad su gobierno es acusado de corrupción.

Los kurdos comparan por su parte al dirigente separatista Abdulá Ocalan con Mandela, describiéndolo como un combatiente de la libertad que fue encarcelado y calificado de terrorista por las autoridades turcas.

Mandela recibía el sobrenombre de “Tata”, es decir “padre”, y a Ocalan se le conoce en el Kurdistán como “Apo” (tío). Pero los turcos se refieren a él como el “bebé asesino” por los ataques cometidos por su organización, el PKK, y contestan las cualidades paternales que le atribuyen sus simpatizantes.

El caso de Mandela fue distinto. El apartheid era una mancha en la conciencia de la humanidad, mucho más allá de un régimen de represión, lo que convirtió su lucha en una causa internacional.

Por eso la comunidad internacional pudo aceptar y perdonar que Mandela hubiera recurrido a la lucha armada, con actos de sabotaje que provocaron la muerte de civiles.

Para los disidentes y presos políticos de hoy en día no es tan sencillo, recalcó Hughes. Pero, pese a las diferencias, el mensaje de Mandela, “un hombre dispuesto a sacrificar su libertad, quizá su propia vida, por sus convicciones políticas” sigue siendo “un modelo extremadamente fuerte que alienta a disidentes del mundo entero”.