¿Qué tomo al desayuno? ¿Automóvil, microbús, colectivo o bicicleta para llegar al trabajo o a la universidad? ¿Qué pantalón me pongo hoy? ¿Qué almorzaré? ¿Dormir un poco más o salir con los amigos?¿Tangananica o tangananá?

La vida diaria implica tomar muchas decisiones de distinto nivel de complejidad. En Estados Unidos calculan que en promedio toman unas 70 decisiones al día, según señala la neurocientífica Sheena Iyengar.

La infinidad de alternativas con las que contamos se supone que debería facilitar nuestra toma de decisiones. De seguro el lector ha dedicado más de algunos minutos en los pasillos de un supermercado para decidir entre miles de productos que en apariencia se ven similares, como champús, pastas o ciertos alimentos que ni siquiera presentan diferencias sustantivas en el precio.

Lamentablemente, para nosotros, es que inundarnos de opciones no es lo mejor si queremos tomar decisiones eficaces.

Esta temática ha sido recurrente en las conferencias que organiza TED anualmente desde 1990.

En una de estas instancias participó el psicólogo estadounidense Barry Schwartz, autor del libro “The paradox of choice” (“La paradoja de elegir”). Bajo la premisa de “más es menos”, el profesional propone que, en la sociedad occidental actual, la elección pone al individuo en dos situaciones: parálisis e insatisfacción.

La parálisis, de acuerdo a lo que plantea en el citado libro y resumió en su charla de julio de 2005, radica en que contar con demasiadas alternativas no genera necesariamente un efecto liberador en el sujeto, provocando que se detenga para meditar cuál sería la mejor opción entre las miles que tiene en frente.

Por otra parte y aunque se logre pasar la etapa de parálisis, la insatisfacción es el otro fantasma que atormentará a la persona. “¿Podré haber tomado una decisión mejor que la que ya tomé?“, configura una de las preguntas recurrentes cuando ya uno se inclinó por una alternativa. Ese pensamiento termina torturando al individuo, creyendo sin mayor asidero que su opción podría haber sido más eficiente.

A lo anterior se suma otro dilema y que Schwartz desliza como uno de los problemas basales de la sociedad moderna: las expectativas en escalada. Con todo lo que se encuenta a disposición, es fácil pensar que uno nunca sentirá placer al tomar una decisión porque el resultado no te satisfará lo suficiente. “Nunca recibirás una sorpresa placentera porque tus expectativas, mis expectativas, se fueran por arriba del techo“, señaló.

Ideas que siguen esta línea son las que postula la neurocientífica Sheena Iyengar, reconocida en Estados Unidos por sus investigaciones en cuanto al comportamiento de las personas a la hora de decidir.

“El problema de la sobrecarga de opciones nos afecta en decisiones bien trascendentales”, afirmó en noviembre de 2011 ante otra audiencia de TED, en lo que fue un esbozo de su libro “El arte de elegir”.

Su “experimento de las mermeladas” supuso una ratificación de los postulados que plantea. La investigadora logró que en un supermercado dispusieran stands de degustación de mermeladas. En una instancia se ofrecieron seis mermeladas y en otra 24.

En este último caso, más gente se detenía a consultar y a degustar aunque, en la práctica, la mayor cantidad de compras se concretó cuando se ofrecían solo seis mermeladas.

Hacer más fácil una decisión, según Iyengar, puede resumirse en seis pasos.

- Cortar: deshacerse de las opciones extrañas
- Concretar: trabajar con material en concreto. Como ejemplo, apunta a que se gasta más utilizando tarjetas de crédito que empleando efectivo por estimar que la primera alternativa no es dinero “real”.
- Clasificar: la división en categorías puede hacer la diferencia en el momento de manejar varias opciones.
- Condicionar la complejidad: si se simplifica la información con la que se cuenta se puede manejar mucho más de lo que se piensa.

Dan Gilbert, profesor de psicología de la Universidad de Harvard, publicó en 2006 “Stumbling on Happiness” (“Tropezarse con la felicidad”). El título del libro precisamente resume lo que defiende Gilbert; la felicidad es un punto con el que nos encontramos o “tropezamos”, sin tener la capacidad de permanecer en ese punto de forma permanente.

En este marco, sostuvo en 2005 que la gente se equivoca al estimar las probabilidades de ganar algo con una determinada acción y también falla asignando un valor a este éxito, lo que finalmente gatilla en tomar una decisión equivocada.

Un parámetro que no resulta 100% conveniente es el pasado, según señala Gilbert. Por ejemplo, abstenerse de adquirir un producto basándose en que estuvo más barato la semana pasada puede ser más bien una mala decisión, a su juicio.

“Comparar con el pasado causa muchos de los problemas que los economistas del comportamiento y los psicólogos identifican en los intentos de la gente para asignar valor. Pero incluso cuando comparamos con lo posible, en vez del pasado, aún cometemos cierto tipo de errores”, afirma.

Quien también ha seguido de cerca este tipo de comportamientos es la profesora de filosofía de la Universidad Rutgers de Nueva Jersey, Ruth Chang. Según expuso recientemente en TED, la dificultad al decidir radica en que muchas de las opciones se dan entre alternativas que no son del todo mejores que las otras.

A ello, agrega, se suma que tendemos a pensar que los valores como la justicia o la bondad son similares a las cantidades científicas, como la longitud, la masa y el peso que son cuantificables. Definir que algo es “más bueno” o “menos bueno” es, de acuerdo a sus postulados, caer en una nebulosa.

Debido a que no todas las opciones con las que contamos pueden ser “buenas” o “malas”, propone añadir una tercera categoría que en inglés denomina como “on a par” (“al mismo nivel”). Ello denota que éstas se encuentran en el mismo radio en cuanto a valor, pero aún así se está en condiciones de definir una diferencia notable.

Pese a que aún no existe una fórmula para alivianar nuestra vida en cuanto al proceso de toma de decisiones, Ruth Chang nos da una luz de esperanza ya que apunta a que si siempre tuviéramos que resolver decisiones fáciles, ello nos haría “esclavos de la razón” debido a que obviamente optaríamos por las alternativas que sean más razonables.

Las decisiones “no son una maldición, sino un regalo del cielo”, apunta.