Un instrumento que tenía por objetivo facilitar los procesos de las mentes creativas y utilizar los elementos del pasado para elaborar innovadoras soluciones ahora se les ha vuelto en contra. Muchos han sindicado al Copyright, o derechos de autor, como el “caballito de batalla” de las grandes industrias y que han disparado su enriquecimiento, sin preocuparse por las necesidades creativas.

Hagamos el ejercicio de escuchar dos temas de bandas completamente distintas: ‘Children Of The Damned‘ de Iron Maiden, lanzado en 1982, y ‘La Balada Del Diablo Y La Muerte‘ de La Renga, de 1996. ¿Se parecen ambos temas? Sí. ¿Podríamos acusar a la banda trasandina de plagio?

Repitamos el ejercicio anterior con otras canciones: ‘Seven Nation Army‘ de The White Stripes, de 2003, y ‘The Adventures Of Rain Dance Magic‘, primer single del álbum ‘I’m With You’ lanzado por Red Hot Chili Peppers en 2011. El riff altamente contagioso del primer tema se replica en la línea de bajo de la placa más reciente de los californianos.

Algunos dirán de frentón que los dos casos se pueden calificar como un plagio, pidiendo sanciones a las bandas involucradas y a todos los nombres que aparezcan en los créditos. Sin embargo, muchos se plantean la duda de si es posible crear algo nuevo sin utilizar elementos que hayan aparecido en el pasado.

La necesidad de crear y el marco legal respectivo que, en opinión de gran parte de los involucrados, se excede en los límites de su jurisdicción, se han enredado en una trifulca que está lejos de acabarse si no se genera un debate informado para regular la materia.

Bases del copyright y la pérdida del dominio público

El primer marco legal sobre derechos de autor, o copyright, surgió en 1710 con el Estatuto de la Reina Ana, el que establecía potestad sobre la autoría de las obras por un plazo determinado y renovable solo si el creador se encontraba vivo.

Con el tiempo los países modificaron sus legislaciones, fijando un “espacio” para las obras cuyos derechos de autor ya habían expirado. Esta condición pasó a llamarse “dominio público”.

Sin embargo, con el correr de los años y con el aumento de las ganancias de quienes pasaron a controlar las obras que no necesariamente habían creado, las leyes de derechos de autor se fueron endureciendo y la libertad con la que contaban las mentes creativas quedó restringida.

La tendencia hacia la rigidez en este ámbito se apreció fácilmente en el siglo XX, pero fue mucho más explícita cuando la difusión de archivos a través de internet comenzó a masificarse. El ejemplo más claro al respecto fue la batalla legal que varias empresas llevaron a cabo contra Napster, uno de los pioneros en el intercambio masivo de archivos en línea. Incluso el baterista de Metallica, Lars Ulrich, inició acciones legales contra este servicio. El músico se ganó el odio de muchos fanáticos por la arremetida pública.

La respuesta y el cambio de paradigma

Las bases que sentaron la respuesta a este endurecimiento se establecieron en la década del 70 en el ámbito de la informática, de la mano de Richard Stallman. El programador del Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnológico de Massachusetts se manifestó en contra de la política contra la difusión de software implementada en 1981 en dicha entidad, tras algunos cambios en los equipos con los que trabajaban los desarrolladores.

La imposibilidad de difundir códigos fuente y generar trabajos compartidos de forma libre, que había dado el sello al laboratorio del MIT, indignó de tal manera a Stallman que decidió crear una comunidad que evitara a toda costa la restricción a la hora de desarrollar programas.

Con este propósito creó el proyecto GNU, que tenía como propósito desarrollar un sistema operativo completamente libre. Y para proteger su integridad, la que debía permitir que todo el mundo tuviera acceso a utilizarlo, distribuirlo, y realizar modificaciones, es que se desarrolló la licencia ‘copyleft’, que reune dichas características.

Lo anterior representó una vuelta en el paradigma de los derechos de autor, que ya se habían volcado a condenar las creaciones que no “solicitaran los permisos correspondientes” para utilizar extractos, piezas o segmentos de otras obras.

Una cruzada absurda

La lucha de las discográficas y las grandes industrias por momentos rozó en el absurdo, persiguiendo a todo aquel que osara infringir los derechos de autor y sus estrictas normas.

The Verve utilizó de forma autorizada en primera instancia un extracto de la versión orquestada de ‘The Last Time’ de The Rolling Stones para crear ‘Bitter Sweet Symphony’, un tema que fue éxito mundial. Tras una disputa legal, tuvieron que compartir la autoría de la canción junto con Keith Richards y Mick Jagger.

Sin embargo los conflictos legales no se acabaron y la banda tuvo que ceder completamente los derechos sobre esta canción a un ex manager de los Stones. El tema incluso fue utilizado para un aviso publicitario de Nike.

En otro tema y, en un gesto que fue considerado como “de redención”, Lars Ulrich, quien había perseguido a los creadores y usuarios de Napster, asistió legalmente a la banda Beatallica, quienes tributan a The Beatles y a Metallica al mismo tiempo.

La agrupación toma los temas del cuarteto británico y los interpreta con el estilo que lo harían los californianos. Esta confluencia no le pareció apropiada a quienes poseen la propiedad sobre los derechos de las canciones de The Beatles, Sony/ATV Music Publishing, quien advirtió a la “banda tributo” que gran parte del contenido de su sitio web rozaba con la ilegalidad.

En este punto Ulrich ofreció tomar parte en la asesoría legal para evitar una disputa que, a todas luces, no favorecía a los imitadores.

La lucha llevada a cabo por la defensa de los derechos de autor muchas veces vulnera la propia creatividad artística, llegando a restricciones y medidas absurdas. Es en este punto donde cabe reflexionar sobre la vigencia del copyright en la actualidad y si las leyes vigentes deberían ajustarse a las formas de difusión corrientes, permitiendo que el público se deleite con las nuevas creaciones artísticas y también sea partícipe del proceso.