Empleado de Pullman Jota Be en Los Ángeles | Christian Leal

Empleado de Pullman Jota Be en Los Ángeles | Christian Leal

Ocurrió el último fin de semana largo en Los Ángeles, tras pasar algunos días de descanso en casa de mi novia. Como suele ocurrir por esas fechas, el terminal de buses estaba atestado de gente, con una verdadera multitud abalanzándose en busca de una máquina que los trasladara, más aún si no habías tenido la precaución de reservar tu boleto a tiempo.

Alcé la vista y descubrí a un costado el bus Jota-Be que me correspondía, subiendo con dificultad por la gran cantidad de personas que, estaba claro, viajarían de pie. Pero yo tenía mi pasaje, por lo que tras ahuyentar con un gesto hosco a quien se había esperanzado en obtener mi asiento, me dejé caer sobre la tapicería deseando llegar lo antes posible a Concepción.

Desde luego, mis pretensiones se vieron tempranamente saboteadas: en la escalinata del bus, el chofer mantenía una discusión con un hombre de polera naranja que llevaba el rótulo de Pullman (matriz de la empresa), quien presionaba al conductor para hacer subir la mayor cantidad posible de gente al bus.

- ¡Pero hombre! Nos van a pasar un parte los pacos – se quejó el chofer.
- Tay we’iando. Si todas las máquinas están saliendo reventadas hoy día – justificaba el hombre de naranjo mientras le daba el pase a otra veterana para subir.

Rápidamente el ambiente del bus se hizo insufrible. La gente comenzó a murmurar que era un abuso, que era peligroso, o simplemente que por la codicia del encargado, ya llevábamos 15 minutos de retraso en salir.

Empleados de la empresa discutiendo

Empleados de la empresa discutiendo

Abajo, el auxiliar se unió al chofer en la protesta, creo que más preocupados por la posibilidad de una multa que del riesgo vial. Sin embargo el sujeto de naranja era inflexible e insistía en meter a cuánta persona por metro cuadrado pudiera acomodarse dentro de la maquinaria.

Eso ya era el colmo. Indignado, hice lo que cualquier otro ciudadano con cojones haría: tomar discretamente fotografías del involucrado con mi celular para hacer la denuncia en el MTT.

Esto no se iba a quedar así. Ya me van a conocer… apenas llegue a Concepción.

Pero el padre de un joven pasajero que acababa de llegar no se conformó con el murmullo de queja, con la impaciencia o con inmortalizar la patética escena. Tras señalarle al hombre de naranja que no dejaría viajar a su hijo así por el riesgo que involucraba, llamó a Carabineros. Con viento fresco, los hombres de verde hicieron evacuar totalmente la máquina de pasajeros en pie, para frustración del encargado de Pullman que se quedó con las manos vacías en el andén viendo cómo partíamos.

Aquello me hizo sentir muy avergonzado.

Y para aumentar el agravio, las fotos que iban a constituir mi denuncia continuaron reposando en mi teléfono hasta hoy, cuando una veintena de muertos en la ruta de Santiago a San Antonio llegaron de la peor forma a recordármelo.

Es tras estos casos impactantes que solemos descargar nuestra rabia con las autoridades y su falta de fiscalización, o con las empresas y sus faltas a las normas laborales (o a las mínimas normas de seguridad), sin embargo… ¿cuánto hacemos nosotros al respecto?

¿Cuántas veces somos pasajeros inmutables frente a máquinas cargadas como camiones de ganado, a las que viajan a exceso de velocidad o que incluso desconectan las alarmas? ¿Cuántas veces toleramos con indiferencia estos abusos, deseando que alguien más hiciera lo que nosotros deberíamos hacer?

En La Radio hemos publicado incontables denuncias de pasajeros contra líneas que no respetan a sus propios pasajeros -Línea Azul y Tur-Bus se repiten con frecuencia- sin embargo y para mi sorpresa, muchos usuarios simplemente las dejan pasar con desdén. “¿Acaso eso es noticia?”. “No sean acusetes”, objetan otros.

No. Lo peor que nos puede pasar es acostumbrarnos tanto a las faltas de seguridad en nuestro transporte (o el de nuestras familias) que ya no nos importen. Desentendernos de que para tener el derecho a viajar con seguridad, primero tenemos el deber de exigirlo tanto a las autoridades como a las propias empresas.

En mi siguiente viaje, como una señal de lo que pudo haber ocurrido ese fin de semana largo, pasamos lentamente frente a un bus que yacía volcado en la ruta Concepción-Cabrero. Había chocado frontalmente con un automóvil, muriendo el conductor del vehículo. Por fortuna la máquina trasladaba pocos pasajeros y sólo hubo unos pocos lesionados.

En la Autopista del Sol no tuvieron tanta suerte.