El 1 de septiembre de 1939 comenzó uno de los episodios más terribles de la historia de la humanidad: el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Este episodio bélico que comenzó con una invasora Alemania Nazi, culminó con millones de muertes y personas que lo perdieron todo.

Se destruyeron ciudades completas y hoy sólo es un amargo recuerdo para quienes lograron sobrevivir a la guerra. A más de 80 años, varios escritores e historiadores han recopilado los relatos de personas que quisieron contar su historia de lo que fue el holocausto y tras ocho décadas, cada 27 de enero, se conmemora a cada víctima del nazismo.

Svetlana Aleksiévich, periodista bielorrusa, escribió en 1985 “Los últimos testigos: los niños de la Segunda Guerra Mundial”, una recopilación de historias de los niños sobrevivientes a la guerra, con relatos que estremecen, pero que hasta el día de hoy, son una inspiración, incluso, para el cine.

Sobrevivientes del holocausto

“Yo, claro está, no sabía nada de la muerte… Nadie se había parado a explicármela, la vi con mis propios ojos… Cuando las ametralladoras disparaban desde los aviones, tienes la impresión de que todas las balas te buscan a ti. Que vuelan directamente hacia ti. Yo pedía: ‘mamá, ponte encima…’ Y ella me cubría con su cuerpo; entonces, yo ya no oía nada”.

Esas palabras pertenecen a Lena Krávchenko, quien para ese entonces tenía siente años y fue apartada de su madre. Lena cuenta a Aleksiévich, que perdió a su familia completa y que un grupo nazi se la llevó a no recuerda dónde.

Durante 25 años tuvo un nombre que no era de ella. De mayor encontró a una de sus tías que le explicó lo ocurrido y que su verdadero nombre era otro. “Tardé mucho en acostumbrarme a mi verdadero nombre. Cuando me llamaban por él, nunca respondía”… relata.

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“Los alemanes habían acostumbrado a sus perros a la carne humana, a la sangre humana. Cuando íbamos al bosque, siempre lo hacíamos en grupos grandes, de unas veinte personas. Las mujeres nos decían que debíamos gritar mientras caminábamos, así los perros se asustaban (…) Esos perros eran grandes como lobos, les atraía el olor humano”, relata Nadia Savítska su entrevista con la periodista bielorrusa, quien para la Segunda Guerra tenía doce años.

“Cuando los soldados alemanes entraron en nuestra casa, nos escondimos encima de la estufa. Tapados con unos trapos viejos, mis cuatro hermanos y yo, con los ojos cerrados por miedo. Quemaron nuestra aldea. Las bombas destruyeron el cementerio. Salimos corriendo y los muertos estaban fuera de las tumbas, como si los hubieran vuelto a matar. Vimos a nuestro abuelo que había fallecido hace poco; hubo que volverlo a enterrar”. Esta historia pertenece a Vania Tivov, que en ese entonces sólo tenía cinco años.

Otros relatos

“En 1933 comenzó el período nazi, cuando yo tenía ocho años. Ahí la gente se envalentonó para insultarnos por ser judíos. Al comienzo no entendía siquiera que eso fuera algo especial”, cuenta Anita Lasker-Wallfischa al medio alemán Deutsche Welle

Anita Laske-Wallfisch, quien hoy tiene 94 años, sobrevivió al campo de exterminio alemán de Auschwitz tocando el cello en la orquesta de niñas, y en 1945 fue liberada por los británicos del campo de concentración de Bergen-Belsen. Después de la guerra se fue a vivir a Inglaterra, donde se casó con el pianista Peter Wallfisch y tuvo dos hijos Desde hace muchos años se dedica a relatar su experiencia, a menudo en escuelas.

“Uno puede seguir adelante, pero ¿perdonar? ¿Cómo se puede perdonar algo así? Es imperdonable lo que pasó. No soy Dios. Yo tampoco fui gaseada. Yo no yazgo en una fosa común. Yo no tengo el derecho de perdonar”, concluye Anita luego de contar al medio alemán que sobrevivió a uno de los campos de concentración más grandes, perdiendo a toda su familia a los ocho años.

Otra historia la relata Jeremy Dronfield, escritor e historiador británico, famoso por su libro El chico que siguió a su padre hasta Auschwitz, que cuenta la travesía de un padre y su hijo, sobrevivientes de cinco campos de concentración.

Se trata de Gustav y Fritz Kleinmann, ambos habían sido apresados en Viena, donde vivía la familia, en septiembre de 1939 y fueron deportados, con escasos días de diferencia, a Buchenwald, uno de los mayores centros de prisioneros de Alemania.

Esta historia, logró ser contada gracias al diario que Gustav escribió clandestinamente mientras se encontraba en un campo de concentración. Gustav y Fritz fueron destinados a la cantera de Buchenwald como vagoneros, una tarea muy peligrosa por el enorme peso del cargamento que debían transportar, y que a menudo aplastaban y desmembraban a los prisioneros.

“El chico es mi mayor alegría. Nos damos fuerzas el uno al otro. Somos uno, inseparables”, escribió Gustav en su diario secreto en Buchenwald. En el mayor campo de exterminio lograron sobrevivir gracias a sus dotes de albañilería, construyendo, junto a otros reclusos, el subcampo de Monowitz.

Este último, y al más puro estilo del Diario de Anna Frank, es uno de los tantos relatos de sobrevivientes que dejó el holocausto, historias que circulan como fantasmas por lo que fue la Alemania Nazi, recordando la fuerza de quienes sí pudieron contar su historia.