Víctima de un parásito identificado en 2016 frente a las costas españolas, cuya expansión fulgurante está favorecida por el cambio climático, la nacra -el molusco más grande del mundo por detrás de la almeja tropical- se muere.
Desde la superficie, nada permite presagiar la hecatombe. Pero en la profundidad hay un campo de moluscos vacíos amontonados donde antes solían erigirse en vertical, medio clavados en la arena entre la posidonia, estos especímenes bivalvos con forma de mejillón gigante.
Cuando muere, la nacra (Pinna nobilis) se oscurece, pierde la carne y sus pequeños anfitriones naturales, como gambas y pequeños cangrejos.
Olivier Jude, un submarinista monegasco que realiza sesiones de fotos submarinas para su web Phoctopus, no puede ocultar su sorpresa. “Ya no se encuentra ni una viva, es una pena”.
“Situación profundamente alarmante”
Su compañera de submarinismo, Lidwine Courard, miembro de la asociación NaturDive en Cannes, en el sur de Francia, comparte la preocupación. “Las primeras muertes aquí, en la costa Azul, datan de octubre […] Hay quien dice que quizás es el inicio de la extinción de otras especies”.
La gran nacra se considera un indicador de la calidad del litoral mediterráneo. En su caparazón registra durante su crecimiento, que puede ser de hasta 45 años y 1,20 metros, todos los parámetros físicos y químicos del entorno.
“La situación es profundamente alarmante”, confirma a la AFP María del Mar Otero, experta del Centro de Cooperación para el Mediterráneo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Su mapa, actualizado periódicamente desde el inicio de la crisis, está plagado de un número creciente de puntos rojos que corresponden a tasas de mortalidad masivas, superiores al 85%. La costa española del Mediterráneo está muy afectada, al igual que las islas Baleares, el sur de Chipre y una parte de la costa turca, así como Sicilia y Grecia.
“En España, esta especie está a punto de desaparecer. Y con el aumento de la temperatura del agua en los próximos meses, veremos qué ocurre en las zonas que aún no están afectadas, como el Adriático”, añade Otero.
De momento, “no hemos encontrado ningún remedio“, indica el biólogo marino Nardo Vicente, del Instituto de Oceanografía Paul Ricard, especialista en este molusco.
No se sabe muy bien aún cómo llegó el minúsculo protozoo que ataca a las nacras, ni cómo se transmite. Este organismo, que esparce esporas tóxicas, pertenece a la familia de los hasplosporidios que diezmó la ostricultura californiana en 1957.
Una de las hipótesis es que llegó al Mediterráneo con el lastre de los buques de comercio.
“Totalmente anormal”
Para Vicente, lo más probable es que la causa sea el cambio climático: “Hay un montón de gérmenes, de virus, de parásitos en estado de latencia en el entorno que actúan” debido al aumento de las temperaturas.
En octubre, cuenta, “estaba en la reserva natural de Scandola, en Córcega. Había marcado un campo con unos 40 especímenes, a entre 26 y 40 metros de profundidad. Nacras viejas, de unos 30 años y hasta 80 cm que observo desde principios de los años 1990. En 2017 el campo estaba en perfecto estado. Un año después, todo estaba muerto, absolutamente al 100%”, lamenta.
“Nunca jamás me habría imaginado eso”, dice, estupefacto con la temperatura del agua. “Superaba los 20 ºC a 40 metros de profundidad, es totalmente anormal. En principio es de 13 o 14 ºC”.
España es la más afectada. La UICN considera que la gran nacra está desde 2017 en peligro crítico de extinción, el último estadio antes de la extinción en estado salvaje.
En el país se puso en marcha un programa experimental de rescate para intentar preservar algunos ejemplares en acuarios, aunque la tasa de supervivencia es aleatoria.
Aunque reconoce estar “consternado”, el profesor Vicente mantiene viva la esperanza de encontrar una solución para salvar la gran nacra. “Se mantendrán islotes de grandes nacras, que permitirán volver a sembrar el resto del Mediterráneo”, cree.
Otra pista de rescate consiste en estudiar las zonas de lagos y el agua salobre no salada de la desembocadura de los ríos, donde la nacra parece resistir mejor.