Es de perogrullo, pero es más conveniente ser propietario del 30% de una Compañía que tiene utilidades por $300, que tener el 51%, y por ende el control, de una compañía con utilidades por $100. Más aún, si el negocio es de corta duración. Lo anterior es pragmatismo puro y duro, y entendiendo que la economía es un medio y no un fin, el pragmatismo debe primar.

Si nos referimos al litio, donde todos los análisis señalan que hoy cuenta con precios mucho más altos de los que tendrá en el futuro y cuya demanda no será eterna, sino más bien por un período corto de tiempo, la estrategia a seguir parece clara: sacar lo más posible, lo más rápido posible. La función objetivo debe ser: aumentar la recaudación pública en términos brutos para cubrir las necesidades sociales del país, obviamente considerando un estricto cumplimiento medio ambiental. Cualquier otra cosa es “ruido ambiente”.

La experiencia internacional es clara: mientras Bolivia, que tiene los mayores recursos del mundo de litio, deambula ya más de una década con su intención de explotación estatal, Australia que tiene recursos menores, lidera la producción mundial de litio. Lo anterior ha hecho que los bolivianos estén explorando alianzas con privados, tipo australiano, para la explotación.

En relación a la estrategia nacional del litio lanzada hace algo más de un mes, el Ex subsecretario José Miguel Ahumada comentó lo siguiente: “el 51% de participación del Estado es clave porque nos da poder de decisión” ¿Por qué el ex subsecretario Ahumada, que, por supuesto habla representando una corriente muy fuerte al interior del oficialismo, le da tanta importancia al porcentaje y al control?

Sin duda, para este grupo, bastante añejo, la función objetivo no parece ser sólo la recaudación, sino también dar ciertas señales y simbolismos, construir un relato con elementos retóricos y nostalgia, mucha nostalgia. El control estatal de la producción del litio es evocación pura a la nacionalización del cobre, añoranzas de la épica sesentera-setentera y reminiscencia de aquel cartel de los hermanos Antonio y Vicente Larrea que señalaba: “Chile se pone los pantalones largos, ahora el cobre es chileno!!

La verdad es que con esa estrategia -del control estatal- pareciera que se va a prolongar el tema. Seguiremos perdiendo tiempo y ya bastante hemos perdido. Es importante recordar que el tiempo es dinero (sobre todo si los precios y la demanda bajan en el tiempo), por lo tanto, se está perdiendo mucho dinero de recaudación pública, es una estrategia muy lenta de implementar.

Obviamente, pese a lo anticuado de la estrategia, hay empresas interesadas. Se trata de una explotación sumamente atractiva, siempre habrá interesados. Pero el punto es que probablemente sean muchas menos interesadas que las que hubiera mediante otras estrategias más agiles y más modernas.

Aquí el elemento no es un análisis de la existencia de interesados, sino un análisis comparativo frente a otras alternativas. Toda estrategia del litio, por mala que sea será muy rentable (explotar el litio es en sí muy rentable), pero hay algunas opciones más rentables que otras. Claramente la que tomó el gobierno no lidera el ranking de estrategias más rentables.

El pragmatismo implica no proyectar utopías como, por ejemplo, la idea de ser grandes productores de baterías. La realidad es siempre un dique de contención a estos sueños adolescentes (¿qué adolescente no sueña con “romperla”?). El caso del “Gas a precio justo” es un buen ejemplo, no hay que meterse donde no se tienen ventajas competitivas, menos aún si se tienen desventajas. Esto último sería el caso si Chile entrara como productor de baterías, partiendo por la locación geográfica.

Por último, reitero que lo que debe primar es el pragmatismo. No estamos para elementos nostálgicos ni abusos de la retórica, tampoco para sueños adolescentes: hay que ser prácticos, el resto es ruido, y bastante daño ha hecho el ruido en la materia a la fecha. Aquí hay que tomar los antecedentes particulares del contexto de explotación del litio, dejar romanticismos de lado, y escoger pragmáticamente la estrategia más conveniente para el país.

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