Páginas y páginas (digitales y de papel), ríos de tinta (virtual y líquida), son derramadas en estos días para criticar, cuestionar o manchar la imagen del Presidente Gabriel Boric. Y parece dar resultado a la luz de las encuestas.

Y en las redes se empieza a transformar en una especie de “deporte” o amargo entretenimiento, este círculo vicioso de sentirse parte del “pelambreo”, e insistir, reiterar, chaquetear…

Soy amargo, luego existo. Y mejor si es con el Presidente. Pareciera ser la consigna.

Mientras tanto, algunas y algunos, desde los olimpos del poder, se soban las manos y brindan al mirar tanta amargura.

Claro, si nadie realmente quiere ver/escuchar la agenda de trabajo cotidiana del Presidente Boric, en que además de ocuparse de los complejos temas nacionales, se acerca activamente a las personas que nadie visita, a las comunidades, regiones y barrios olvidados, impulsando medidas que no buscan grandes titulares sino ayudar concretamente a la gente… si nadie quiere ver/escuchar también aquello, claro, va ganando la desilusión, el descrédito, la negación de que un presidente joven se atreva -al fin- a hacer las cosas de otro modo.

El Presidente dijo en la región de Los Ríos que había que preocuparse del transporte de los niños para ir a sus escuelas rurales, del transporte fluvial para conectar comunidades repartidas por todo el territorio, del acceso al agua en tiempos de crisis climática… y que ello no puede quedar a la espera de que se aborden primero -siempre- los temas que ocupan a la elite y a la capital.

El Presidente es, está siendo y hace cotidianamente, tantísimo más que lo que la guerra política-comunicacional impone día a día respecto de su figura. El Presidente Boric está conectado y preocupado de todo(s) aquello(s) que por años y años ninguna autoridad abrazó. Los niños, ojos sabios y transparentes, lo ven con tanta claridad.

Claro, eso es peligroso (para algunas y algunos). Claro, hay que aprovechar que el triunfo de la opción rechazo pareciera un gran cheque en blanco para desdibujar y “desinspirar” el futuro. Para ensuciar con un velo amargo el trabajo cariñoso, potente y genuino que -a pesar de todo- sigue haciendo día a día el Presidente más joven de nuestra historia.

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