Estos últimos días se han conocido diversas noticias relacionadas a Educación, pero no precisamente sobre enseñanza. Por un lado, se publicó un estudio que cifró en 50.000 a las y los estudiantes que desertaron del sistema escolar de nuestro país, una cifra enorme que da cuenta de una crisis gravísima. Por otra parte, la noticia de un estudiante apuñalado en el Instituto Nacional y de manifestaciones violentas en Liceos Emblemáticos de Santiago dio continuidad a una crisis de largo aliento de la que parecemos no salir.

Ambos temas se presentaron de manera independiente a la opinión pública, pero están profundamente ligados. Se trata de dos caras de una crisis de nuestro sistema escolar que va mostrando sus efectos a todo el país a cada momento. Por un lado, y como lo hemos denunciado desde hace tiempo desde el Magisterio, la crisis de violencia en los establecimientos educacionales del país tiene su origen en un modelo educativo competitivo e individualista, que agobia a las comunidades escolares. Y ese modelo se ve reforzado en sus consecuencias adversas por la precariedad de la inmensa mayoría de escuelas y liceos del país. Y esa precariedad se profundiza con una sociedad que no valora a quienes trabajamos en la Educación. Y esa desvalorización social va de la mano con una criminalización a la juventud y al mundo estudiantil por parte del Estado. Y esa criminalización se une a la improvisación con la que se volvió a clases presenciales este año, sin recursos y sin asumir que se volvía después de la más grave crisis sanitaria del país en décadas y que generó una crisis de salud mental patente hasta el día de hoy.

Todos esos factores, estructurales, de largo plazo y también muy concretos y de este año, están a la base de la violencia que vivimos en el sistema escolar. Pero también están a la base de la deserción que se vive en las escuelas por parte de las y los estudiantes de Chile. Son estos jóvenes desencantados, aproblemados, apremiados económicamente los que desertan. Asistían a escuelas precarizadas y sin recursos, con profesores que dan lo mejor de sí pero que están materialmente sobrepasados, donde un psicólogo debe atender a quinientos estudiantes. Son justamente todas estas condiciones las que generan deserción escolar o violencia escolar. O, lamentablemente y en simultáneo, ambas.

Además de las noticias, oímos algunas voces expresar preocupación y apuntar responsabilidades, pero se oye poco sobre avanzar en la dirección que se requiere para superar tanto la violencia escolar como la deserción. Y esa dirección no es otra que enfrentar el problema globalmente, atendiendo a todas sus causas, las urgentes y concretas del momento, pero también, y sobre todo, las raíces estructurales de la violencia en las escuelas del país.

No faltan los que quieren una varita mágica que resuelva el tema, varita que no existe. Piden, sin más, expulsiones de estudiantes y, a la vez, reclaman furibundos por la deserción escolar, que está compuesta justamente por quienes han sido expulsados. Nosotros, con la insistencia de siempre, volvemos a indicar el único camino posible, serio y de largo plazo: la deserción escolar y la violencia en el sistema educativo serán superadas cuando atendamos a las causas de fondo de esta crisis, que es la crisis del sistema educativo, de la cual la violencia y la deserción son solo un par de expresiones. Y no son las únicas expresiones de una crisis que debe ser atendida con urgencia y profundidad, ahora ya.

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