La invasión de Rusia en Ucrania trajo a la agenda pública una serie de efectos cuyas consecuencias seguiremos viendo en los próximos meses o años, entre ellos el inconmensurable drama humano derivado de una guerra, la crisis de migración y refugiados, la inflación por el alza de precios de los alimentos y el estancamiento económico, entre otros.

El aumento del valor del combustible es una posibilidad cada vez más real, ya que Rusia es el segundo productor mundial de crudo y debido a las sanciones económicas impuestas tras este lamentable conflicto bélico, muchas de sus exportaciones fueron suspendidas.

Si agregamos a este escenario la grave crisis climática global, la menor oferta de petróleo puede ser vista también como una oportunidad para acelerar la retirada de combustibles fósiles y buscar opciones más sustentables.

Desde el punto de vista medioambiental, sabemos que la producción de energías fósiles genera gases de efecto invernadero. Sabemos también que el petróleo ruso tiene un alto contenido de azufre y otras impurezas que alteran los ecosistemas y derivan en el calentamiento global.

Según el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), alrededor de 0,3°C de los 1,1° C de los que el mundo ya se ha calentado provienen del metano, gas emitido (entre otras fuentes) durante la producción de petróleo.

Desde una mirada geopolítica, depender de países exportadores de petróleo cuyos gobiernos defienden principios que atentan contra la paz y la democracia no es compatible con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, que promueven con el mismo nivel de relevancia a aspectos como el acceso a energía asequible, segura, sostenible y moderna, con el fortalecimiento de sociedades justas, pacíficas e inclusivas. Esto, porque la visión del nuevo mundo entiende que los conflictos, la inseguridad, las instituciones débiles y el acceso limitado a la justicia continúan suponiendo una grave amenaza para el desarrollo sostenible.

Actualmente, depender del gas y el petróleo es una mala decisión medioambiental y también geopolíticamente hablando. Pero la solución tampoco es volver al carbón como lo están haciendo Alemania o Italia para generar electricidad y reducir la dependencia de corto plazo del gas proveniente de Rusia, del que eran algunos de sus principales importadores. La verdadera oportunidad para el medio ambiente es una transición energética acelerada que permita incrementar la velocidad (y cuantía) de la sustitución del petróleo por una alternativa sustentable, limpia y libre de carbono, por ejemplo, con el uso de recursos solares, eólicos y geotérmicos.

Las guerras históricamente dejan como consecuencia una estela de muerte, dolor y pobreza. Nadie quiere un mundo en guerra, nada ni nunca justifica un mundo en guerra. Dicho eso, detrás de los conflictos bélicos de gran escala históricamente ha sido habitual que haya saltos de innovación tecnológica. Así ocurrió con el crecimiento de la física atómica a principios del siglo XX; el radar, el sonar, los radios de alta frecuencia y el internet en la Segunda Guerra Mundial, o el desarrollo de la industria aeroespacial en la Guerra Fría. Detrás de la tragedia, y a raíz de la misma, pueden producirse avances en algunos campos si la ciencia y la tecnología ponen sus talentos en el reemplazo definitivo de los combustibles fósiles y se aumenta la inversión en soluciones que generen una menor dependencia del petróleo que producen países no comprometidos con la paz y la democracia.

Cada vida importa cuando se trata de una guerra. Cada grado importa cuando se trata de la crisis climática y nadie desea que además de la destrucción de ciudades y pérdida de vidas inocentes, el mundo agregue a las consecuencias humanas y económicas de una guerra una estela de deterioro climático incremental que puede volverse irreversible en las próximas décadas.

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