La pandemia ha dejado en evidencia la falta de conectividad e infraestructura necesaria para que todos los hogares tengan acceso a internet y educación a distancia. En zonas rurales la disponibilidad y calidad del servicio sin duda ha imposibilitado una educación remota de emergencia. Esta brecha digital viene a dañar aún más la ya precarizada educación en Chile, por lo que resulta urgente contar con alternativas para garantizar un buen acceso a internet a diversos rincones del país. Pero, ¿cuáles son las opciones para ello y cuál es el precio que como sociedad debemos pagar?
El proyecto Starlink busca posibilitar el acceso a internet de forma global a través de una mega-constelación de satélites distribuidos alrededor de la Tierra. Starlink depende de SpaceX, compañía creada por Elon Musk, el físico, emprendedor y magnate que durante la pandemia ha sido criticado por difundir “fake news” sobre el coronavirus y reabrir sus fábricas violando las medidas sanitarias locales. Bajo el lema “Better Than Nothing”, algo similar a como decimos en Chile “Peor es Nada”, la prueba de conectividad ya comienza a dar sus primeros pasos en el país. El pasado 2 de diciembre de 2020, la empresa TIBRO SPA (empresa vinculada a Starlink cuya sigla curiosamente es “orbit” al revés) presentó una solicitud de concesión al Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones de Chile por 30 años para SpaceX, en la cual se detalla la ubicación de siete estaciones a instalar en Punta Arenas, Caldera, Coquimbo, Talca, Puerto Saavedra, Puerto Montt, y también en la comuna de Pudahuel en Santiago.
Con objetivo de mejorar el servicio de internet y disminuir el tiempo de latencia, los satélites de Starlink orbitan a una altura promedio de 550 km, 37 veces más bajo que, por ejemplo, los satélites que conforman la red de geolocalización GPS. Esta cercanía a la Tierra se traduce en que los satélites son mucho más visibles y brillantes, lo que ha provocado gran alarma sobre todo en la comunidad astronómica internacional por la interferencia que los satélites generan en la toma de datos provenientes del espacio.
En 2019, astrónomos usando DECam, una cámara diseñada para mapear la expansión del Universo desde el telescopio Victor Blanco en el observatorio Cerro Tololo, notaron que los datos estaban contaminados por brillantes trazas blancas que atravesaban el cielo nocturno. Los datos en los 520 mega-píxeles de la cámara de última generación se volvían prácticamente inútiles. Cómo éste, han sido muchos los casos reportados alrededor del mundo de datos astronómicos dañados por el paso de la red de satélites Starlink. El impacto mayor sucede al comienzo de la noche de observación cuando ha caído la noche sobre la superficie de la Tierra pero aún no para los satélites que brillan fulgurantes en el cielo reflejando la luz del sol. Estas horas iniciales de la noche son claves para la observación astronómica. En ese momento es cuando las valiosas observaciones de calibración son realizadas.
Las trazas de satélites en imágenes de telescopios no es el único factor preocupante. Proyectos como el observatorio ALMA en Chile y el observatorio SKA en Sudáfrica son conjuntos de antenas que escudriñan el cielo en el rango de las frecuencias de radio, cercano al espectro de frecuencias usado por Starlink, por lo que se han entablado conversaciones para aminorar estos efectos a través de “zonas de exclusión” y otras medidas de mitigación. No obstante, no existen regulaciones a nivel nacional o internacional que obliguen a Starlink y otras empresas a respetar el acceso de la humanidad al cielo nocturno. Del mismo modo, los astrónomos tampoco tienen derecho establecido para la observación de un cielo despejado y libre de satélites. Y aunque existe un Tratado del Espacio Exterior promulgado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) no se estipulan cláusulas que regulen las propiedades reflectantes de los satélites o que limiten su impacto en la astronomía.
Frente a esto, la comunidad científica sólo puede apelar a la voluntad de las empresas para disminuir el impacto en sus investigaciones. Por ejemplo, la American Astronomical Society publicó en julio de 2020 un informe con recomendaciones para mitigar el impacto por parte de observatorios y operadores de constelaciones. Frente a las recomendaciones y peticiones de la comunidad científica, la empresa SpaceX ha cambiado la orientación de sus satélites en órbita, los ha pintado de color más oscuro y les ha agregado algo similar a una visera para reducir la reflexión de la luz del Sol y por ende su brillo. Sin embargo, los estudios más recientes han mostrado que estos cambios no han sido suficientes para evitar el impacto en la observación astronómica.
SpaceX ya tiene más de 1700 satélites en órbita y cuenta con la aprobación de la Federal Communications Commission (FCC) de EEUU para lanzar hasta 12.000 satélites en el corto plazo, esperando llegar a 30.000 en los próximos años. La situación es preocupante si consideramos, además, que a este proyecto se le suman otras constelaciones de satélites con propósitos similares, como los más de 3.000 que lanzará Amazon y cerca de 650 de One Web, entre otros.
Pero, ¿hasta qué punto este tipo de proyectos son del todo legales? En un artículo publicado el año pasado por el medio Scientific American, se sugiere que existiría una falta de revisión por parte de la FCC al no considerar los impactos ambientales del proyecto, en coherencia con la Ley Nacional de Política Ambiental de Estados Unidos (NEPA por su sigla en inglés). De acuerdo con la sección 1508 de la mencionada Ley “Los efectos incluyen ecológicos (como los efectos sobre los recursos naturales y sobre los componentes, estructuras y funcionamiento de los ecosistemas afectados ), estéticos, históricos, culturales, económicos, sociales o de salud, ya sean directos, indirectos o acumulativos”. Al respecto, puede ser que aún la batalla no esté perdida, sin embargo, a la espera de que se tomen medidas legales frente al tema, este y otros proyectos continúan poblando nuestro cielo con satélites. En el caso de Chile, no hubo oposición a la concesión solicitada por Starlink en el plazo legal de 30 días estipulado para ello.
Con base en lo anterior, ¿por qué las mega constelaciones de satélites deberían ser una preocupación de toda la ciudadanía? Más allá de la importancia que la astronomía tiene en el desarrollo de la ciencia para Chile y el mundo, vivir bajo un cielo dominado por decenas de miles de satélites brillantes es un problema que nos afectará a todos y todas. Por una parte, se puede argumentar que el acceso al cielo nocturno es tan importante como el acceso a santuarios de la naturaleza o al océano. Por otra parte, existe un riesgo asociado a querer doblar o triplicar el número de satélites en órbita en sólo unos pocos años. Los riesgos de colisiones aumentarán y se agravará el problema de la basura espacial que tarde o temprano podría caer a la Tierra por efecto de la atracción gravitatoria, lo que físicos espaciales llaman el efecto Kessler.
Durante una noche oscura y estrellada, una persona puede observar alrededor de 2000 o 3000 astros a simple vista. ¿Será que en el futuro veremos más satélites que estrellas? Podemos considerar que el acceso a observar cielos limpios y despejados es un derecho de los seres humanos, heredado de nuestros antepasados que definieron su cultura guiándose por la posición de los astros. Pero ¿quién regula este derecho?. En un momento histórico donde Chile comienza a construir su nueva Constitución, es interesante plantearnos la posibilidad de que el acceso a observar el cielo nocturno sea efectivamente un derecho y que otros Estados y empresas deban entonces respetarlo. Del mismo modo, es este un tema de patrimonio cultural de la humanidad, que puede tener un impacto intercultural y que requiere un debate donde participen también los pueblos originarios.
Lo anterior, conlleva por supuesto a otra pregunta ¿es necesario sacrificar el derecho a un cielo despejado por el derecho a la conectividad? Dentro del actual modelo económico parece incuestionable la necesidad de contar con más satélites para acceder a servicios de internet, telecomunicaciones y entretenimiento, al punto de que los usuarios estamos dispuestos a pagar el precio que sea necesario por ello. No obstante, las decisiones que tomamos como sociedad ahora tendrán un impacto para las generaciones futuras, donde niñas y niños no sabrán cómo se ven los astros que observaban sus antepasados. Cuando ya les hemos hipotecado la posibilidad de conocer los bosques nativos y el acceso a aguas puras, pareciera ser que con proyectos como Starlink el cielo es el siguiente paso.
Diversos astrónomos y astrónomas en universidades chilenas junto a otros actores, llevan años mejorando la Norma Lumínica en colaboración con el Ministerio del Medio Ambiente y el Ministerio de la Ciencia para así asegurar la protección del cielo nocturno en nuestro país. Y aunque acaba de pasar por un largo proceso de consulta ciudadana, esta Norma no considera ninguna medida de protección relativa a las constelaciones de satélites.
Ante esta problemática, promover la participación ciudadana es también un desafío para la formación científica desde el nivel escolar. En situaciones como así la ciudadanía requiere evidencias, herramientas e información para posicionarse frente al problema y poder debatir en torno a las mejores opciones que permitan abordar la brecha digital, sin hipotecar el futuro.
Carla Hernández
Dra. en Didáctica de la Matemática y las Ciencias Experimentales
Subdirectora de Vinculación con el Medio, Departamento de Física USACH
Coordinadora IAU – NAEC Chile
Investigadora CIRASSebastián Pérez
Doctor en Astrofísica, Académico Departamento de Física USACH
Investigador CIRASCristina Dorador
Dra. en Ciencias Naturales con mención en microbiología
Académica Universidad de Antofagasta
Convencional Constituyente Distrito 3