Texto de Patricia Crispi

Economista, Feminista y Cuentautora de la obra Sabinerías

El Patriarcado está en crisis. De un lado mujeres más conscientes, por el otro, la crisis medioambiental…

Economista, Feminista, Teatrista y Cuentautora de la obra Sabinería

El Patriarcado está en una crisis tremenda. De un lado las mujeres, con más grados de consciencia, autonomía y libertad, salen al mundo público, comparten vivencias y denuncian la violencia sexual. El feminismo se hace palabra y sentido común.

Por otro lado, la crisis medioambiental muestra evidencias, cada día mayores, que la tierra prometida que creíamos infinita no lo es, que el consumo a escala primer mundo no es posible en el mundo entero y que el capitalismo depreda no solo animales, también rompe los equilibrios mínimos y amenaza la vida humana. Y entonces, a las migraciones por guerras, consecuencia de las peleas por la energía para seguir aumentando producción y consumo, riqueza y poder, se suman las migraciones por la falta de agua, que ocasionan los proyectos mineros y forestales de las mega transnacionales.

Y bueno, estos desplazamientos generan miedo que radicalizan los nacionalismos de derecha y la voz feminista también genera miedo que radicaliza a la derecha. Tenemos entonces por un lado a una extrema derecha que cunde en apoyo y volumen, su voz cada vez más iracunda y desalmada…y por el otro, las mujeres, los ecologistas y los pueblos originarios, movilizándose en distintos planos, no solo para denunciar, también organizándose, cooperativizando el consumo y la producción, cultivando sus propios huertos, rezándole a sus propios dioses, en fin, sacándole la lengua al Patriarcado para vivir y convivir con mayor sustentabilidad y sensatez. A lo que se suman movilizaciones de diversos grupos que reclaman derechos humanos, salud para todos, educación gratuita, desprivatización del agua, jubilaciones dignas. Todo lo anterior en aumento, pero aún en el margen, mientras la gran masa de la población sigue obnubilada con el progreso, sin ninguna consciencia que su consumo de carne o ropa podría estar contribuyendo al colapso.

Un colapso que ya comenzó y todo indica que no hay fuerza política para pararlo. Que los desastres dichos y redichos por científicos y autoridades competentes irán en aumento, mientras los acuerdos por el clima se desacuerdan. Pero mirando la bola de cristal también se ve que el eco-feminismo donde confluyen la inquietud ecológica con la de género será la política de las nuevas generaciones. Porque la fuerza que degrada al planeta, saqueando la fauna silvestre y las tierras vírgenes, es la misma fuerza machista que degrada a la mujer, saqueando su territorio íntimo. Y así, la rebelión feminista actual que circula por occidente “Me Too” se conjuga con la “Rebelión contra la Extinción” que acaban de declarar los jóvenes, conscientes que su futuro está en riesgo.

Lo otro que se ve es que la oleada feminista actual, desde el momento que llegó a esta zona tan íntima y universal que es el cuerpo, es bastante imparable. Y ocurre que la movilización ecologista, frente a los desastres naturales en alza, también resulta bastante imparable. Esto es muy interesante porque finalmente la emoción de apropiación machista que denigra a la mujer y vulnera sus derechos, es la misma emoción fundante del patriarcado que depreda el medio ambiente y amenaza la vida humana. La crisis ecológica no se solucionará sin el cambio del paradigma machista y viceversa. Y ambos movimientos están en un punto crítico.

El empoderamiento de las mujeres ha llegado a la realidad y consciencia de que “el machismo mata”. Y por otro lado, el calentamiento global está matando especies enteras de plantas y animales, matando incluso la posibilidad que los humanos sigamos viviendo en la tierra.

Lo insólito es que estas movilizaciones sean tan reducidas dada la magnitud de la crisis. Yo misma puedo tener mucha consciencia desde un hemisferio del cerebro, pero en el otro se me olvida. Hago algunos gestos de Recicla-Reduce-Reutiliza pero tan mínimos que dan risa. Me subo a un avión contenta sin preocuparme de la huella de carbono que ese viaje implica, disfruto de los calorcitos y falta de lluvias de otoño, sin asociarlo con el calentamiento global y la sequía. Aferrada a patrones culturales de consumo que suponen una producción infinita, vivo la vida como si fuese infinita.

Y bueno, la verdad es que la vida del planeta Tierra es bastante infinita: da lo mismo si lo calentamos 1, 2 o 5 grados, el planeta no se morirá. Más grados no podremos calentarlo porque antes nos moriremos nosotros. Achicharrados. Lo nuevo es eso: que la especie humana que creíamos inmortal no está siéndolo. Siempre hay muchas especies que se van extinguiendo, la novedad es que somos la única especie consciente de su extinción. Una extinción provocado por nosotros mismos. Y no hacemos nada. O no hacemos lo suficiente. Un suicidio a gran escala y corto plazo. Y ahí está el drama que denuncian los niños del “Friday for Future”. Estamos dejando a nuestros nietos sin futuro. Decimos quererlos pero les vamos a dejar una casa en llamas.

Veo a una chica sueca con largas trenzas que asusta y avergüenza a las elites, irresponsables del planeta que legaremos a nuestros nietos. Veo a los poderes fácticos aferrados al mástil de la concentración de la riqueza mientras el barco de su Titanic avanza con decisión al choque con témpanos de hielo que no quieren (¿o no pueden?) ver. Veo a miles, millones de niños y niñas cantándole a la esperanza. Miro de nuevo la bola de cristal y llamas surgidas del fondo de la tierra-útero, me encienden la promesa que prevaleceremos a pesar nuestro.

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