Muchos chilenos votaron por un cambio. Respaldar a Michelle Bachelet en la ONU representa una continuidad incompatible con ese anhelo.
Los costos políticos que asumiría el presidente electo si decidiera apoyar (o rechazar) la candidatura de Michelle Bachelet a la Secretaría General de la ONU serían monumentales y sumamente difíciles de administrar.
En este escenario, la única decisión verdaderamente patriótica que hoy podría adoptar la expresidenta sería renunciar a su aspiración, liberando así al presidente electo de una situación política innecesariamente compleja.
A continuación expongo algunos de los costos que pagaría José Antonio Kast si respalda dicha candidatura (los costos de no hacerlo podrán ser objeto de otra columna), y las razones por las cuales resulta razonable sostener que la mejor salida política es que Bachelet desista voluntariamente de su postulación.
Primero: sería un error simbólico monumental
Los chilenos no solo acaban de optar por un cambio radical respecto de la gestión del presidente Boric y la izquierda en general, también eligieron a un candidato que explícitamente desafió a los partidos tradicionales de la derecha. En este contexto, respaldar a Michelle Bachelet marcaría el inicio del nuevo gobierno con una señal controvertida respecto del mandato expresado en las urnas.
Pero no solo importa el resultado electoral, también es clave el relato político que dio origen al movimiento republicano. Este se estructuró en torno a un diagnóstico nítido: que el deterioro institucional y el estancamiento económico de Chile se profundizaron a partir de las reformas impulsadas durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet, particularmente en los ámbitos tributario, educacional y laboral.
Se puede discrepar de este diagnóstico, pero fue precisamente esa convicción la que movilizó a miles de republicanos que hoy respaldan al presidente electo.
Apoyar la candidatura de Bachelet sería interpretado, por vastos sectores del mundo republicano, no como un gesto de estatismo, sino como una señal de inconsistencia con ese relato fundacional. Ninguna coalición política mantiene cohesión interna cuando su liderazgo valida simbólicamente aquello que fue elegido para corregir.
Segundo: sería un error político, tanto en lo interno como en lo internacional
Un gobierno que se ha planteado como de emergencia —con prioridades claras como el control de la inmigración ilegal, el crecimiento económico y el fortalecimiento de la seguridad— no puede ignorar la carga política asociada a las evaluciones de los resultados obtenidos durante las administraciones de Michelle Bachelet, atando su destino político a una campaña internacional larga, costosa y con probabilidades de éxito muy inciertas.
Más allá de interpretaciones históricas, persiste en parte importante del electorado de derecha la percepción de que sus gobiernos coincidieron con decisiones que debilitaron seriamente la capacidad del Estado en áreas especialmente sensibles.
Hasta el día de hoy sufrimos las consecuencias de políticas migratorias laxas que derivaron en el ingreso irregular, incluso vía aérea, de cientos de miles de haitianos; señales de permisividad frente al terrorismo en el sur y la delincuencia común, retórica anticrecimiento y desarrollo, y decisiones en materia energética que redujeron la capacidad instalada y encarecieron los precios, por citar solo algunos ejemplos.
Esta percepción, compartida o no, sigue presente y tiene efectos políticos concretos. Ignorarla no la disuelve, solo la transfiere al interior del sector.
A ello se suma un escenario internacional complejo. Los nombramientos de alto nivel en Naciones Unidas responden a equilibrios geopolíticos delicados y requiere de amplios consensos entre las principales potencias, particularmente Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido.
Pedirle al presidente recién electo que, en su primera reunión con Donald Trump, inicie una gestión diplomática en apoyo para la candidatura de Bachelet en la ONU introduce un innecesario riesgo con un socio estratégico clave como Estados Unidos. Bachelet le abre un flanco externo innecesario al nuevo gobierno, el cual requiere claridad y fortaleza internacional desde el primer día. Trump cuenta, además, con poder de veto.
Tercero: sería un error estratégico, sin beneficios claros
Respaldar la candidatura de Michelle Bachelet no ofrece garantías concretas de gobernabilidad. No existe evidencia política ni parlamentaria que apoyos simbólicos en el plano internacional se traduzcan en colaboración legislativa en el ámbito interno.
La primera gran decisión en política exterior suele marcar el tono de una presidencia más que cualquier discurso inaugural. La experiencia del segundo gobierno de Sebastián Piñera dejó una lección clara al respecto: La generosidad política sin reciprocidad conduce a la vulnerabilidad.
Los gestos de buena voluntad, si no están acompañados de reciprocidad clara e inmediata, suelen interpretarse como señales de debilidad, no de generosidad. Lejos de descomprimir el escenario, tienden a elevar las expectativas, ampliar las demandas y aumentar la presión.
En este contexto, apoyar a Bachelet no reduciría la tensión: la aseguraría. No se debe olvidar que al presidente Piñera, quien ya había realizado una gran cantidad de gestos simbólicos y especialmente económicos con ellos, la izquierda igualmente respaldó la violencia durante el intento de desestabilización de 2019, el proceso constituyente impuesto bajo presión y las posteriores dos acusaciones constitucionales destinadas a derribarlo.
En el Senado, por su parte, dicho apoyo no aseguraría ni un solo voto adicional para la agenda legislativa del gobierno. En cambio, sí podría generar desafección y malestar dentro del propio sector del presidente electo, en un escenario donde los equilibrios en el Senado son frágiles y la disciplina resulta esencial para sacar adelante su programa.
Finalmente
Hay decisiones políticas que amplían el margen de acción de una presidencia, y otras que lo restringen desde el primer día. Apoyar la candidatura de Michelle Bachelet a la Secretaría General de las Naciones Unidas pertenece, sin duda, a esta segunda categoría.
Sin siquiera entrar a discutir cuál sería el programa que impulsaría en la ONU, dicho respaldo podría desafectar a la base electoral de Kast, no ofrecería beneficios concretos a cambio y debilitaría su posición interna en el Congreso Nacional, proyectando una señal confusa respecto del mandato recibido.
Muchos chilenos votaron por un cambio. Respaldar a Michelle Bachelet en la ONU representa una continuidad incompatible con ese anhelo.
Por todo lo anterior, parece razonable sostener que la única salida patriótica —aquella que evita el conflicto innecesario y no compromete al próximo gobierno— es que Michelle Bachelet retire su candidatura. Ello permitiría despejar el escenario, sin trasladar al presidente electo el costo político que no debería tener que asumir.
Enviando corrección, espere un momento...
