No fue capaz de generar un nuevo clivaje, una nueva forma de la discusión y del conflicto político. Y no fue capaz de construir un proceso político que fuera capaz de superar la herida de 1973.
En el siguiente párrafo contaré toda la historia de esta columna. Podría usted detenerse allí, luego de leer ese par de líneas. El resto del texto, si usted persevera, será arduo. Le aviso desde ya. Por supuesto, al leer el texto completo podrá comprender los fundamentos y demostraciones del argumento que se expresa con urgencia a continuación. Vamos al argumento.
Comenzaré exponiendo (y espero que me disculpen) un asunto aparentemente accesorio a esta columna. Pero inmediatamente después llegaré al lugar, o al argumento, que me interesa relevar. Y la tesis central es simple: argumentaré que es demostrable científicamente que la transición democrática chilena fracasó. No sé si es mucho o es poco, usted dirá.
Para llegar allí aprovecharé de hacer algunas observaciones que muestran ciertas virtudes de un uso adecuado de las metodologías, es decir, mostraré cómo al leer la encuesta de “La Cosa Nostra” del mes de octubre se podría pensar que los grandes actores de la transición (de los 30 años para decirlo en la nomenclatura de época) caminan sobre rieles sólidos. Y mostraremos cómo, al aplicar una estrategia de análisis y técnicas algo más sofisticadas (nada demasiado difícil), podemos llegar a la conclusión de que ese proceso, con sus valías y aportes, demuestra haber fracasado.
He aquí el argumento que deseo exponer. Pero como dije, ahora comienza un largo periplo para explicar los hallazgos. Y comenzaré por una observación sobre las metodologías.
El análisis y la interpretación de los datos de encuestas se hace normalmente en “horizontal”. ¿Qué es eso? Veamos el siguiente gráfico (que nos sirve para nuestro propósito). Las variables reunidas allí provienen de distintas preguntas.
Como se aprecia, la evaluación de la ciudadanía respecto a la Unidad Popular es mala (un 60% la considera un error). Pero es igual de mala esa opinión que la existente respecto al golpe (casi idénticos). Y la dictadura tiene resultados parecidos, aunque un poco peores que el golpe y la Unidad Popular.
Esto ya es interesante porque hay gente que cree, en la derecha, que puede “entregar” el golpe a los leones, pero que se ha de rescatar la dictadura (por el modelo económico y otros asuntos). Pero no es lo que dicen los datos. Luego llegamos a la transición y vemos algo formidable. Solo el 20% dice que la transición fue un error. Lo voy a decir con un punto aparte, porque esto es muy interesante.
Toda la historia entre 1970 y 1990 es considerada, por más de 60% de la población, como un error. Pero desde 1990 en adelante, solo el 20% considera que fue un error. Usted dirá: pero ¿cómo fue usted a llamar a su columna “el fracaso de la transición” si resulta que es exitosísima. Pero recién aquí empieza lo interesante. Y es que todavía hay más datos que pueden servir para decir que esta columna está mal titulada.
El siguiente dato es que hemos evaluado, en la Encuesta de La Cosa Nostra, la calidad de los gobiernos existentes (y terminados) desde 1964 a la fecha, es decir, desde Frei Montalva hasta Sebastián Piñera en 2022. Y hemos detectado algo muy interesante: el primer lugar es de Patricio Aylwin, el segundo de Ricardo Lagos y el tercero de Eduardo Frei Montalva. Es decir, dos símbolos de la transición como Aylwin y Lagos están en el medallero. De hecho, son los dos grandes símbolos del estilo de la transición.
En el caso de Aylwin es obvio, por ser el primero en propiciar la ruta de negociación; y en el caso de Lagos porque al ser el primer Presidente socialista luego de Allende, había temor de una inflexión a la izquierda del proceso, asunto que no ocurrió al punto que fue referido (el de Lagos) como un gobierno de acuerdos con la derecha y con el empresariado.
En el caso de Frei Montalva nos encontramos con el proyecto de tercera vía entre las ofertas de la Guerra Fría: comunismo revolucionario y liberalismo capitalista. La síntesis fue “revolución en libertad” y su gobierno, por las razones que sean, estuvo más cerca en términos de decisiones de una gestión de izquierda.
Frei Montalva fue el símbolo, posteriormente al golpe, de la equidistancia y la diferencia tanto con Pinochet o con Allende. No hablo desde la discusión histórica y su rol más o menos intenso en el golpe de Estado, me refiero a su rol en dictadura donde definitivamente fue un problema para Pinochet y su rol en la Unidad Popular donde efectivamente fue un problema para Allende.
A continuación vemos las distintas calificaciones obtenidas.
Los tres nombres triunfantes nos muestran dos cosas: una búsqueda de un término medio y un fuerte apoyo a los líderes que cumplieron el rol de salir de la dictadura.
El proceso de transición no está mal evaluado. Pero si usted va a un chequeo médico, ¿qué pensaría usted si ocurre la siguiente escena? El profesional a cargo le pregunta cómo se ha sentido y usted declara que muy bien, que se siente formidablemente. Pero usted agrega que quisiera chequearse para cerciorarse de que no hay nada incipiente o algo que no esté notando. Y supongamos que el doctor le dice que no se preocupe, que si se siente bien está todo bien. ¿Usted piensa que ese diagnóstico es suficiente? La verdad es que es posible que usted lo considere un diagnóstico inapropiado, pues solo le hizo una pregunta.
Ahora bien, si usted se siente mal, todo el cuerpo le duele, cada tanto le dan arrebatos con conductas disruptivas psicológicamente y la funcionalidad de sus principales órganos ha decrecido; usted ¿qué pensaría si el médico, a pesar de todo, le dice que le hará un hemograma y una radiografía? ¿Y qué pensaría usted si después de realizarse esas pruebas médicas el profesional le dice que está todo bien? Se lo señala argumentando que, más allá de unas desviaciones menores en los indicadores medidos, los exámenes no muestran problemas relevantes. Y usted vuelve a casa, pero se sigue sintiendo mal, meses y meses.
Pues bien. En el primer caso, con el médico señalando que usted está bien porque se siente bien; el médico está mal porque alguien puede sentirse bien y estar mal. Y si usted va a un chequeo médico no es porque se sienta mal, sino porque busca un control preventivo. Pero en el segundo caso la situación es mucho más grave, mucho peor, porque usted dice que se siente mal y el médico insiste en que usted está bien luego de un examen poco profundo y luego de minimizar posibles datos que indicarían alguna falla.
Este último sería el caso de Chile si queremos quedarnos con la idea de que la transición funcionó y punto. Y es que la crisis institucional y el ciclo de doce años de disrupción y protesta social no es un fenómeno aislado, no puede ser un síntoma que carezca de enfermedad.
Si queremos ser científicos asumiremos que la casualidad no existe. Y entonces debemos reconocer que pasar de protestas de treinta mil personas como era antes de 2011 a trescientos mil y luego a un millón de personas, recorriendo hasta dos tercios de las comunas de Chile a la vez, con intensas movilizaciones en 2011, 2012, 2013, 2016, 2018 y 2019; debemos reconocer (decíamos) que no es una casualidad y que si la confianza en las instituciones ha caído no es tampoco una casualidad.
Si además sabemos que entre 2010 y 2011 los indicadores de legitimidad institucional se deterioraron rápidamente en caídas de casi el 50% de sus mediciones anteriores (y eso en muchas variables a la vez), resulta claro que había parámetros que indicaban el escenario mórbido.
Una lectura horizontal
Y esto no es lo único. En la Encuesta de La Cosa Nostra se aprecia que los chilenos declaran que estamos en crisis económica y en crisis institucional. Y los resultados nos dicen algo importante: se verifica que se percibe una mayor crisis institucional que económica. Eso es llamativo porque los hechos económicos son notoriamente explícitos y en cambio los institucionales suelen tener una presencia tenue en nuestra vida cotidiano, alcanzando a ratos rasgos de existencia metafísica. Los resultados son claros.
Estamos en un atolladero. Los actores de la transición ya no son votados: la centroizquierda está rota y la centroderecha también. Las zonas de liderazgo presidencial están en la arena pinochetista (el hermano de un alto funcionario de la dictadura y la hija de un miembro de la Junta de Gobierno) o, por izquierda, en la hija de un Ministro de Salvador Allende o en la candidata del Partido Comunista. Pero esta lectura del proceso, aunque sirve y pertenece al repertorio de lo posible en las ciencias sociales, no es suficiente. A esto es lo que he llamado la ‘lectura horizontal de los datos’.
La lectura horizontal refiere a que, mediante ella, tienes la capacidad de seguir la totalidad de una dimensión del fenómeno, ya que recorres como quien lee una partitura teniendo acceso a lo que corresponde a la interpretación de un solo instrumento, por ejemplo, el violín. ¿Tendrá usted algo coherente con ello? Por supuesto, tendrá el desarrollo en el tiempo, tendrá melodías, tendrá algún nivel de armonía básico (no todos los instrumentos pueden hacerlo con solo un instrumento y un solo intérprete), pero evidentemente sin acceder a toda la partitura no se podrá conocer la obra y tampoco se podrá valorarla como tal. Por decirlo así, el ‘fondo’ de la obra, el ‘argumento’ de ella, su ‘perfume’, su ‘imagen de mundo’, en fin, todo lo más importante permanecerá ajeno a nosotros.
En la lectura horizontal penetramos un par de capas de la realidad. Y es así como se sacan conclusiones que exceden las posibilidades de una lectura horizontal: ¿el estallido es apoyado por el 75%? Entonces, está vivo y es fuerte. ¿El estallido es criticado por el 75%? Entonces, el estallido está muerto. ¿Carabineros está en crisis? Tendrán que refundarlo. ¿Carabineros pasa a ser respetado y defendido? Debe mantenerse igual. Todas estas discusiones se agotan en sí mismas, duran una o dos jugadas después de su enunciación. Es decir, son argumentos pobres que no examinan el fenómeno completo. No solo no lo examinan, sino que ni siquiera lo intentan.
Esta es la lectura horizontal. Lo peor es que con ella se toman decisiones, se gobierna, se invierte, en fin.
La lectura vertical
La lectura vertical entiende que la partitura tiene distintos instrumentos que se articulan en el tiempo y que construyen un fondo musical que es distinto a lo que produce cada uno. La totalidad tiene un color específico y complejo, un mensaje difícil de descifrar de manera explícita, pero evidentemente reconocible. El mito de Edipo Rey es además una obra teatral y un síndrome psicológico. Todo ello participa en el nombre de Edipo. La realidad social contiene todo.
La Unidad Popular está en los materiales de construcción de su época, la dictadura también. Y ambos casos podrán vislumbrarse en muchas variables de todo orden. ¿Son todas pertinentes para el fenómeno? No. Pero no son del todo impertinentes. La gracia es buscar relaciones y evaluar la posibilidad de generar jerarquías de variables que explican fenómenos o, mejor aún, cadenas de fenómenos asociados.
Una cierta forma específica de moral tiene un origen y un desenvolvimiento, al tiempo que otorga bases para la existencia y despliegue de ciertos intereses. La lectura vertical es estratégica y geológica. Comprende que la realidad tiene profundidades y que a medida que bajamos hay factores grandes que, desde profundidades usualmente invisibles, inciden fuertemente en la superficie.
Cómo se explica el fracaso de la transición
Entonces, lo primero para plantear una respuesta al problema planteado por el título de esta columna, es profundizar en la elaboración de la pregunta adecuada. Y es que: ¿cuál es el significado de un eventual fracaso de la transición? ¿Cómo se verifica una tesis así? Y es que claro, hay una tesis: la transición fracasó. Y hay una antítesis: la transición fue exitosa. Pero, ¿qué es realmente la transición?
La transición política tenía objetivos que eran relevantes para comprender que el paso desde dictadura a democracia había sido exitoso: la ‘democratización’ como criterio operacional era relevante naturalmente (elecciones a distintos niveles, fin de enclaves autoritarios, por ejemplo), crecimiento económico (permitiría legitimar el proceso), igualdad (permitiría revertir la alta desigualdad heredada de la dictadura) y gobernabilidad (que el poder institucional detente efectivamente el principal poder en la sociedad).
Normalmente se analizan estos factores cuando hablamos del tema. ¿Son importantes? Sí, pero nunca permitirán saber si fracasó o no la transición. Otras veces el análisis se hace episódico: ¿cuándo se pudo haber producido el fin de la transición? Esta es una pregunta típica. No merece análisis. Si un evento, incidente, decisión o lo que sea no está articulada con todo el proceso social y su ruta no conduce a un camino claro y transparente en sus implicaciones; entonces el hito no tiene valor científico. De hecho, normalmente no lo es. Se entiende que sirve para ilustrar, no está más allá su poder.
¿Y entonces qué hacer? Propongo la siguiente forma de incorporarse al ejercicio de analizar el posible fracaso o éxito de la transición a la democracia.
Una transición democrática es exitosa cuando la estructura de decisiones y propuestas políticas ha logrado extirpar los ejes fundamentales del proceso que, se supone, se debe superar. Una transición significa que la dictadura se acabó. ¿Se termina la Constitución de Pinochet? Esta lectura sería episódica. La Constitución es importante, ilustra la permanencia, implica un síntoma. Pero podría ocurrir bajo ciertas circunstancias que siga la misma Constitución Política y sí se logre una transición exitosa. O viceversa.
¿De qué depende entonces el éxito o fracaso de la transición?
Considero una transición terminada como exitosa cuando la estructura política emanada de la dictadura ha sido superada, esto es, cuando la reflexión, discusión, decisiones y la forma de articulación de las agrupaciones que participan del debate político y/o de la disputa del poder institucional; se encuentran superadas. Esto significa que el clivaje fundamental de ese proceso político dictatorial se ha extinguido. Surge así la pregunta: ¿logró la transición superar la estructura de conflicto que se da desde 1973 hasta 1990?
Para responder, nuevamente, debemos precisar una pregunta que es requisito para la comprensión. ¿Cómo se manifiesta en Chile la estructura de conflicto de la dictadura? La respuesta es la siguiente.
Son dos nombres y un evento los que revelan esta estructura de conflicto político propio de la dictadura. Los nombres son: Salvador Allende y Augusto Pinochet. Respecto al evento, es bastante obvio: el golpe de Estado. Alrededor de estos hitos se ordenan constelaciones: la violencia de resistencia (en todo su campo semántico a favor o en contra, como “vía armada”, “terrorismo”, “desobediencia”, “estallido social”) y la violencia de Estado (necesaria para algunos, o violación de Derechos Humanos para otros).
Bajo estas observaciones, la pregunta de investigación es: ¿resulta posible verificar en un conjunto de representaciones y decisiones ciudadanas la pertinencia del eje Allende/Pinochet y el hito del golpe como estructurantes de la discusión y decisiones actuales? Si es así, si efectivamente esos dos nombres y ese evento articulan el presente, significa que la transición fracasó. Porque la transición no es simplemente el paso de no votar a votar, sino la capacidad de construir un nuevo orden de conflicto que no tenga relación con la validación o no del autoritarismo.
Y aquí tenemos una herramienta para salir a mirar científicamente. Porque aun cuando hay muchas cosas que no se pueden medir, hay un par que sí se pueden. Por un lado, se pueden medir valoraciones y por otro lado se pueden medir decisiones, por ejemplo, la orientación a un cierto tipo de voto en un escenario definido.
Y fue así que emprendimos la tarea, junto a Ariel Villalobos, de aprovechar el diseño del cuestionario que desarrollamos en la Encuesta de La Cosa Nostra para mirar con una cierta profundidad el escenario.
La encuesta: ¿cómo lo hicimos?
En la última encuesta hicimos cuatro preguntas asociadas a procesos electorales. Una respecto a la elección de alcaldes, otras dos respecto al plebiscito (eventual) de diciembre y una pregunta sobre la elección presidencial próxima. Además, se evaluó a todos los Presidentes desde 1964 a 2022 y se evaluó el golpe, la transición, la dictadura y la Unidad Popular. También hubo preguntas sobre impuestos, tamaño del Estado, valores más importantes en la sociedad (libertad, igualdad, progreso, orden) y otros asuntos. Este era el material para nuestra obra. Teníamos que pasar de la lectura horizontal a la vertical. Aunque fuese un poco.
Evidentemente la forma habitual de hacer y analizar encuestas es completamente inútil para el objetivo trazado de acuerdo al planteamiento antes visto. Entre otras razones porque el estándar de operación científica de las encuestas se limita a discutir cosas como el tamaño de la muestra y asuntos de ese orden.
Con la sofisticación de una película pornográfica, algunos periodistas se preocupan solo del tamaño de la muestra. Y la industria se esfuerza en lograr meter su gráfico dentro del sistema de medios. No hay más. Es así como se abunda en opinantes u operadores políticos provistos de gráficos. ¿Hay algo diferente? Por cierto, pero en general incluso en la honestidad intelectual, el sistema sigue operando en la lógica de lectura horizontal.
Entonces las encuestas (hechas por empresas comerciales casi todas) producen y producen datos mientras eliminan y eliminan información. ¿Suena contradictorio? Puede ser, pero es cierto. Es un formidable absurdo financiado por consumidores de datos (empresas, Estado) que se tranquilizan con un gráfico en colores. Es una industria decadente. Los clientes compran tamaños muestrales irrelevantes y gráficos, sobre todo los gráficos que les convienen a sus propias decisiones. Es un festival de incompetencia y complicidad en la mediocridad, cuando no en la mentira. Las grandes encuestadoras saben que un porcentaje enorme de sus cuestionarios ‘legítimos’ no lo son. Esto quedará para otra ocasión.
Vamos al análisis que proponemos. No daré detalles metodológicos demasiado específicos, pero algo tendré que decir. Mis colegas se pondrán puristas y dirán que les duelen los ojos con las descripciones que daré de la operación. Tendrán razones, nobles y de las otras.
Lo que queríamos, junto a Ariel Villalobos, era obtener un conjunto de casos ordenados por similitudes, es decir, tener un par de perfiles de votación a partir de las cuatro mediciones. Entonces hicimos una clasificación a partir de las variables siguientes:
– P009 Votación por listas de alcaldes (proyectando ilusoriamente las listas del Consejo Constitucional)
– P015 Voluntad de voto para plebiscito 2023
– P019 Voluntad de voto para próxima elección presidencial
– P024 Pronóstico Plebiscito 2023
Obtuvimos 4 grupos y solo se excluyen 10 casos que no se agrupan tras dos intentos.
Tenemos cuatro grupos con casos semejantes entre sí.
Ahora seguimos el análisis pidiendo al paquete de análisis estadístico que nos diga: ¿qué variables son decisivas para haber separado los grupos tal y como la estadística los ha separado? Es decir, dado que obtuvimos una diferenciación en grupos, ¿qué fue fundamental para ello? Y obtuvimos tres funciones discriminantes, es decir, las funciones que operan con las variables que diferencian los casos.
Le sugiero fijarse en la tabla anterior en la columna “% de varianza” que refiere al porcentaje de la posición de los datos que se explica por cada función. En este caso, la función 2 solo explica un 4,9% y la 3 un 3,9%. Eso implica que la función 1 recibe un sorprendente e inusual 91,2% como su capacidad para explicar las posiciones de los casos analizados.
Imagínelo así. Supongamos que usted está en un lugar donde hay 100 personas y le han contratado para que haga grupos homogéneos. Usted dirá, ¿con qué criterio? Le pueden decir: altura, peso, color de piel, color de pelo, color de ojos. Pero le pueden entregar además muchos datos más de las personas. Bueno, es difícil saber quiénes son más parecidos. ¿Cuántos grupos además? Es complicado. Pero estadísticamente se puede hacer y ahora, gracias a los paquetes de análisis estadísticos, es fácil. Entonces le decimos hay cuatro grupos y todas estas variables fueron usadas. Dime cuáles fueron las importantes. Y he aquí.
No usé todas las variables para no ocupar todavía más espacio en este escrito. Pero he aquí lo importante.
La función 1 es la más importante. No solo es la más importante, lo es por lejos. Explica el 91% del fenómeno, es decir, a partir de esta función se está votando. En esta metodología siempre la función 1 es la más importante y efectivamente puede llegar a ser muy alta. Un 70% de explicación de la varianza en ella es posible, normalmente es algo menos y a veces menos. Pero es muy extraño que sea sobre el 90%. Sobre todo en un fenómeno como son cuatro votaciones distintas y donde lo que aparece son elementos emergentes de un largo pasado. Y es que esta función 1 está principalmente conformada por las siguientes variables:
– La evaluación de Allende
– La evaluación de la Unidad Popular
– La evaluación de Pinochet
– La evaluación del Golpe de Estado
– La evaluación de la dictadura
– La referencia a si la frase “Chile despertó” respecto al estallido social es cierta o falsa.
¿Qué significa esto? Que a 50 años del golpe de Estado, a 33 años del inicio de la transición, lo que principalmente define nuestras decisiones políticas son las representaciones construidas en torno a la Unidad Popular, al golpe y la dictadura. Y que Allende y Pinochet pesan más que el resto de los Presidentes de los últimos 60 años. Aylwin puede tener la mejor nota, pero no influye en las decisiones de los electores. Lo mismo vale para Lagos, con un tercer lugar en evaluación histórica. Los únicos ‘otros elementos’ que aparecen politizados con alguna influencia están en impuestos, en valores y poco más. Y explican mucho menos.
La función 2 tiene mucho peso de Pinochet, algo menos de la dictadura y la Unidad Popular. Respecto a todos estos puntos se presenta la misma direccionalidad, es decir, es una posición en contra de todo ello. Esta función parece representar la posibilidad de construcción de la transición, ya que su variable positiva y más intensa es Bachelet en su primer gobierno. Los demás gobiernos transicionales no marcan relevancia.
Es probable que esta función haya tenido en el pasado mucho más peso y haya sido un esfuerzo que logró crecer, pero no consolidarse. Y algo significa Bachelet en su primer gobierno al respecto (o el resto de los líderes se deterioraron muy intensamente después). Esto es una interpretación, pero los pocos datos que tenemos la permite formular como una línea de trabajo que es coherente con el seguimiento del caso chileno y su transición.
¿Qué implica lo visto? Que la transición fue un fracaso
No fue capaz de generar un nuevo clivaje, una nueva forma de la discusión y del conflicto político. Y no fue capaz de construir un proceso político que fuera capaz de superar la herida de 1973. Asumir que el 90% de nuestra discusión política sigue condicionado en el fondo por el golpe y la dictadura es una evidencia muy contundente del fracaso de la transición. Habrá que decir que en diversas formas de mirar los datos se observan vestigios de un proyecto transicional, pero evidentemente eso ha quedado atrás y estamos lejos de construir las bases para esa superación.