"Neruda, en verdad, nació un día de octubre de 1920 al pie de página de un poema titulado “Hombre”, pero ese día no hizo más que descubrirse, pues allí estaba el poeta desde siempre. Aunque se repitieran idénticas millones de veces las circunstancias que rodearon la vida de Reyes, habría un solo Neruda".

El mes de julio, un día 12, vio nacer a Ricardo Neftalí Reyes Basoalto, el desconocido más famoso de Chile. Parral se llama el sitio donde nació en invierno, donde apenas supo de la muerte de su madre ni del segundo casamiento de su padre, porque ya a los dos años estaba en Temuco, ciudad que vio nacer al poeta.

Cuántos chilenos conocimos Temuco, Nueva Imperial, Loncoche y Pillanlelbún a través de su descripción de la humedad de La Frontera, del brillo del verde que golpea los ojos y de esa fragancia a madera que penetra los pulmones. Hasta en las más recónditas latitudes se conocen los sonidos del bosque siempreverde, la inmensidad de la Araucaria y el recorrido del tren por Labranza, Boroa, Ranquilco, Carahue e Imperial.

Fue al liceo en Temuco. Allí leyó a Salgari (¿quién no viajó junto a Sandokán, tigre de la Malasia, haciendo amor y justicia en el mar?), sintió la embriaguez de la naturaleza, esperó con ansias cada domingo la leche nevada preparada por su “mamadre”, subió al tren de su padre ferroviario, sufrió los primeros contactos con el segundo sexo, conoció a Gabriela Mistral y escribió su primer poema.
Pero ¿cuántos chilenos escribimos un poema a nuestra madre, leímos a Salgari, nos enamoramos del amor, viajamos con la imaginación y nos escondimos en el bosque? ¿Cuántos hicimos todo eso y no llegamos a ser poetas?

¿Qué será lo que habrá convertido a Neftalí Reyes en Pablo Neruda? Neruda, en verdad, nació un día de octubre de 1920 al pie de página de un poema titulado “Hombre”, pero ese día no hizo más que descubrirse, pues allí estaba el poeta desde siempre. Aunque se repitieran idénticas millones de veces las circunstancias que rodearon la vida de Reyes, habría un solo Neruda.

Fue quizás la búsqueda de la Guillermina, desde que entró un día a su casa en Temuco, “con dos relámpagos azules / que me atravesaron el pelo / y me clavaron como espadas / contra los muros del invierno”. Porque ésa sí que es inspiración, la que aparece, como la lava incontenible de un volcán, cuando “Mi corazón ha caminado con intransferibles zapatos / y he digerido las espinas / No tuve tregua donde estuve: / donde yo pegué me pegaron / donde me mataron caí / y resucité con frescura / y luego, y luego, y luego… / es tan largo contar las cosas… / Vine a vivir en este mundo/ ¿Dónde estará la Guillermina…? ¿Habrá sabido esa niña de trenzas rubias que ese niño “oscuro, funeral y ceremonioso” de 14 años no cesó jamás de correr en su búsqueda?

Los arqueólogos del futuro llamarán al siglo veinte chileno el siglo de Neruda. Vivido o leído, con Neruda da lo mismo, todo es poesía y la poesía lo es todo. “El mayor poeta es el que hace el pan de cada día”, nos decía, tocando con la gracia de su canto todo lo que se reflejaba en sus ojos. Gabriela Mistral lo llamó “místico de la materia” y su alma ha regresado a cada una de las cosas que cubrió con sus versos. Caminando lo encontramos a diario, porque las piedras chilenas son nerudianas, como las peluquerías, las araucarias y los trenes. No son sólo los libros los que nos recuerdan a Pablo Neruda; es la vida misma, las noches estrelladas, los marineros, el caldillo de congrio, las olas del mar y las piedras en la arena.

“Chileno a perpetuidad” se confesó en su periplo por el mundo. En marzo de 1921 ya estaba en Santiago, el Pedagógico, la bohemia estudiantil, la revista de la FECH, la Fiesta de la Primavera y las primeras ediciones de sus poemas. Y en esa tan acertada tradición republicana, el poeta fue enviado como cónsul a Rangún, luego a Singapur, más tarde a España y finalmente a París. De la Madre Patria regresó con un barco cargado de republicanos españoles, hoy día tan sureños como el propio Neruda.

No hablemos de su muerte, de la tristeza que lo embargó cuando el cielo se cargó de violencia y la tierra de caídos, de la pena por la destrucción de su casa porteña ni de su funeral bajo rigurosa vigilancia. Porque Neftalí Reyes, Pablo Neruda, preferiría que hablásemos de sus amores, sus alegrías y sus vidas. “Ahora me dejen tranquilo / ahora se acostumbren sin mí / pero porque pido silencio / no crean que voy a morirme / me pasa todo lo contrario / sucede que voy a vivirme”.