"Qué mayor muestra de deslealtad que traicionar el propósito declarado, la misión encomendada, la identidad esencial de un gobierno que aspira a ser transformador poniendo el eje en los más pobres, en los abusados del sistema".

Hemos conocido las últimas semanas varias denuncias de irregularidades con ocasión de convenios para el traspaso de recursos desde órganos públicos a corporaciones y fundaciones de naturaleza privada que asumen acciones y funciones públicas y las financian con estos fondos que reciben desde los órganos fiscales.

Se trata de un proceso en curso que se encuentra en desarrollo, que el Gobierno ha generado comisiones y unidades para lograr la mayor información, que ha entregado al Ministerio Público y ha tomado medidas administrativas y de responsabilidad política según se ha conocido.
Por cierto, se ha generado el esperado debate sobre las implicancias de estos hechos y su impacto en la gestión política y en la continuidad de algunas autoridades que han debido transitar al parlamento para entregar la información requerida.

En los mismos días, se ha conocido un debate respecto de declaraciones formuladas por Patricio Fernández en una entrevista radial, referidas al golpe cívico militar del año 1973 y que provocaron reacciones del partido Comunista y de agrupaciones de familiares de víctimas de atropellos de Derechos Humanos ocurridos en dictadura.

Se trata de una persona que fue designada por el Presidente Boric para coordinar los actos conmemorativos de reconocimiento a las víctimas del golpe militar y que como producto de esta controversia, debió presentar su renuncia al encargo.

Ambas situaciones dan cuenta de conductas preocupantes. Se trata de desconsideraciones de la figura presidencial y su relevancia, pero lo preocupante es que provienen de su círculo político más cercano, aquellos que lo acompañaron desde el inicio de su dinámica presidencial como candidato.

No es algo tan inusual en la política chilena de los últimos tiempos. Ya en el gobierno de la Presidenta Bachelet y luego del caso conocido como CAVAL, se produjo una desafección evidente de algunos partidos con la gestión y figura de la Presidenta, al punto que las últimas reuniones del gabinete político y en la gestión de las autoridades en el Parlamento se encontraban con una falta de apoyo evidente con las iniciativas de gobierno y de su programa.

Otro tanto le sucedió al Presidente Piñera en las postrimerías de su gobierno. Fueron los propios que lo abandonaron, sus partidos tomaron la clara distinción de distanciarse de su gestión, que hay que señalar estuvo llena de desaciertos y las llamadas Piñericosas que terminaron finalmente, más allá de lo pintoresco, en un sello distintivo de su gestión.

Los hechos descritos, esto es las irregularidades y faltas administrativas y eventualmente delitos, especialmente teniendo como protagonistas a personas vinculadas y que son parte del círculo más estrecho de la historia política del Presidente, de uno de los partidos más importantes de la primera coalición de gobierno, y que corresponden además a una generación política que hizo de la crítica a las anteriores un eslogan de una supuesta superioridad moral, hacen más reprochables estas conductas.

La vieja frase que por la boca muere el pez, está plenamente vigente.
Si a estas inconductas, se agrega la falta de respaldo de otros sectores también de la primera coalición del Presidente, del llamado “primer círculo”, se acuerdan, en torno a la designación de Patricio Fernández pero más bien, a las intenciones del propio Presidente de hacer una reflexión de conmemoración, de reconocimiento a las víctimas del golpe, en especial al Presidente socialista Salvador Allende, pero también de futuro con el compromiso con el “nunca más” y el respeto irrestricto al sistema democrático.

El intento de apropiación de esta conmemoración también se ha hecho evidente.
Lo preocupante es que ambas situaciones, las irregularidades que involucran a los cercanos y la falta de respaldo de su entorno, ambos mundos del primer círculo de coaliciones de gobierno dan cuenta de una deslealtad con la figura presidencial y el liderazgo político que los cobija.

La figura presidencial debe ser objeto de respaldo y cautela de todos sin excepción, incluso de los opositores, entre otras razones más allá de las institucionales, por la legitimidad que invoca su elección democrática.

En estos casos, se produce una suerte de abandono de la figura del Presidente, jefe de estado, jefe de gobierno y especialmente para estos efectos en jefe de coalición y en este caso de coaliciones. Pareciera que cada uno de los involucrados en estos hechos piensa en salir del problema sin considerar las consecuencias que estos tienen en el liderazgo que los cobija y que le permite su existencia y despliegue al interior de su Gobierno.

La ocurrencia de hechos irregulares, por decir lo menos, que golpean la línea de flotación ética política del gobierno y que ponen de manifiesto un modo de operar, un formato que se repite en varias regiones de igual manera, constituye finalmente una deslealtad a la gestión que los instaló en lugares para otros propósitos, muchos más nobles que los acontecidos. Qué mayor muestra de deslealtad que traicionar el propósito declarado, la misión encomendada, la identidad esencial de un gobierno que aspira a ser transformador poniendo el eje en los más pobres, en los abusados del sistema.

Asimismo, la falta de respaldo a decisiones del Presidente en un tema tan trascendente como la conmemoración de los 50 años del golpe cívico militar y el respeto y reconocimiento a las víctimas, algunas cuyos cuerpos y destinos aún no son encontrados, con la pequeñez de transformarse en únicos dueños de tal conmemoración, es una muestra de deslealtad con el Presidente, con su propósito de hacer de este momento un tema nacional de todos los chilenos.

Es de esperar que pronto se esclarezcan los hechos y se sancionen administrativa, penal y política las conductas que lo merezcan. Es de esperar que los entornos más cercanos del Presidente, los del “primer círculo”, asuman el compromiso de respaldarlo sin matices, sin propósitos mezquinos y de corto plazo, sin otra convicción que respaldar al Presidente, le hace bien a Chile. Hacer bien las cosas, con transparencia, honestidad y lealtad, es una exigencia propia de la política, más aún en estos tiempos.