En Lo Hermida es un secreto a voces que Ángelo murió por su osadía de enfrentar a los narcotraficantes que controlan la población. Hasta ahora no hay sospechosos detenidos por el crimen del heladero de la feria, que dio su vida intentando sacar a sus hermanos de la pasta base.

El Melena, como era conocido, ese domingo descansaba luego de un día de trabajo hasta que llegó el “Pelón”, uno de sus amigos, para invitarlo a salir. Pese a la reticencia de su mamá, igual se subió a su vehículo y salieron a dar una vuelta, sin saber que sería la última.

Transitaban por Coronel Alejandro Sepúlveda cuando otro vehículo se les puso al lado aprovechando que Ángelo había disminuido la velocidad por uno de los tantos lomos de toro que tiene esa calle.

Con espanto, vio cómo del vehículo una pistola le apuntaba directamente y lo siguiente que sintió fueron los disparos a corta distancia. Aún con vida, el Melena intentó huir, pero su escape sólo duró unos metros hasta calle Chacras, donde terminó estrellando su vehículo contra un árbol.

Su copiloto salió huyendo como pudo, increíblemente había salido ileso. Y tras lo sucedido, no hubo rastros de él, como tampoco avisó a la familia de lo sucedido. En medio de la confusión, algunos vecinos se acercaron al vehículo para ver si podían hacer algo, pero Ángelo ya estaba muerto.

Una joven tomó su celular y buscó el número de su casa para alertar a su familia de lo que había pasado. Con voz entrecortada preguntó si conocían a un joven que manejaba un auto azul y les dijo que fueran a verlo porque lo habían matado.

Para cuando llegó la familia, Carabineros había acordonado el lugar, mientras que al interior del auto estaba el cuerpo acribillado de Ángelo.

Para cuando llegó el Servicio Médico Legal a retirar el cuerpo varias horas después del crimen, ya corría el rumor entre los vecinos que los narcos habían cumplido sus amenazas contra Ángelo.

Ángelo Meza

ADN de feriante

Ángelo desde niño se había ganado el cariño de los feriantes de la población ayudando a cargar la mercadería y desinstalando los puestos por unos pesos que guardaba para entregárselos a su mamá.

Llegó sólo hasta octavo básico, debido a que tenía que ayudar en su casa, ya que hacía unos años a su papá lo habían matado.

Posiblemente esa ausencia de figura paterna le pasó la cuenta, llegando a la cárcel por haber cometido un robo. Durante cinco años estuvo cumpliendo condena en la Ex Penitenciaría y Colina II, donde gracias a su buena conducta pudo tomar algunos cursos para emprendedores.

Estaba consciente que con sus papeles manchados, por más que intentara reinsertarse al salir de prisión, tenía que arreglárselas solo para poder ganarse honradamente el dinero.

Pero durante el tiempo que estuvo entre rejas, como muchos otros niños en las poblaciones vulnerables, sus hermanos casi inevitablemente terminaron consumiendo pasta base y “trabajando” para el narco de la población, que ofrecía la droga para luego hacer trabajar a los adictos del barrio a cambio de la mercancía, haciendo labores de vigilancia, como sus “perros”, o revendiendo en las esquinas.

Pese a todo, el “Melena” siguió adelante con su idea y no tardó en empezar a emprender vendiendo helados y otros artículos en la feria en calle Ictinos, porque su objetivo ahora era sacar a su familia de la población. De hecho, nunca más volvió a tener problemas con la justicia y todo parecía que por fin se iba a insertar en la sociedad.

Pero además tenía otra motivación, su pequeña hija de 5 años. Su sueño era lograr ahorrar el dinero suficiente para postular a un subsidio y tener una casa lejos del barrio donde se había criado, pero lo más importante, ayudando a su madre alejando a sus hermanos del tráfico.

Él sabía lo que era estar en una cárcel, no sólo contando las semanas para cumplir su condena, sino que también luchando por sobrevivir en esa jungla de cemento, rejas y alambradas.

Por eso cuando supo que uno de sus hermanos había sido golpeados por haber consumido la mercancía que tendría que estar vendiendo, no tuvo temor en ir a encarar al traficante para demostrarles que ellos tenían quien los defendiera y que dejaran de utilizarlos como sus empleados.

Ángelo Meza

Su osadía le costó un balazo en una pierna que lo mantuvo casi un año en el hospital El Salvador, además de múltiples amenazas aunque sólo denunció formalmente tres, desanimado por el poco interés de la Fiscalía en su caso.

Además de su pierna, el Melena fue tiroteado en tres ocasiones más, resultando con heridas en la espalda, en una mano y en el hombro. Incluso una vez dispararon contra su casa, obligándole a arrancar junto a su pequeña hija.

El rumor en la población es que tras los infructuosos intentos, los narcotraficantes le pusieron precio a su cabeza: $500.000 a quien lograra ejecutarlo.

Si bien tras su muerte, anduvieron “perdidos”, aún continúan al mando del negocio pujante en este estigmatizado barrio de Peñalolén, donde los vecinos cierran puertas y ventanas para no ver lo que sucede en las calles, porque saben que hablar les puede costar la vida.

Ángelo fue asesinado un 14 de diciembre, un día después de la muerte de su padre hace casi 20 años. Un círculo vicioso que podría continuar si es que nadie hace algo por evitar que el crimen del Melena quede en la absoluta impunidad.