Mauricio Gutiérrez, exconsul adjunto de Barcelona y excónsul en Zagreb, asumió hace un mes en la nueva mesa directiva de la Asociación de Diplomáticos de Carrera (Adica).
Muchos en Cancillería consideran que él es el protagonista de una historia atípica. Creció viendo a sus abuelos trabajar vendiendo pescado en una feria de Recoleta: un origen diferente a lo que la gente se imagina de un diplomático.
“Recuerdo grandes bloques de hielo, en el patio o la cocina de mi casa, que ellos usaban para conservar el pescado, que debían ir a buscar al terminal a las 4 de la mañana”, relata el propio Gutiérrez a El Mercurio.
Por lo mismo creció con una aversión al pescado, a raíz de una infancia demasiado cercana a su olor y sabor.
Pero los abuelos se vieron obligados a dejar el negocio tras cuatro décadas abatidos por la exigencia física del trabajo.
Todo empeoró cuando llegó la crisis de 1982. Su padre, que había estudiado para ser técnico industrial, debió hacerse cargo del negocio familiar.
Todos tenían que colaborar. Así el diplomático comenzó a trabajar desde los 6 años en la feria de calle Guanaco, en Recoleta.
“Mis tareas asignadas era organizar las cosas que iban en el carro que tenía mi familia, y vender las cosas, sobre todo la comida para perros. Luego me di cuenta que atender a la gente me había servido para ser diplomático. Para diferenciar las diversas personalidades y las formas de tratar a quiénes hablan contigo”, explicó.
Pero sus padres siempre lo impulsaron a ser profesional. Por eso estudió Administración Pública en la Usach, donde el profesor Carlos Bonomo, actual jefe de gabinete del ministro Ampuero, lo motivó a ser diplomático.
“Hay una distorsión, lamentablemente, de que los diplomáticos somos una clase aristocrática, lejana. Pero no se dan cuenta que cada vez más hay más representantes de la clase media. Algo que me llena de orgullo”, admitió.