El primer ministro iraquí, Adel Abdel Mahdi, anunció el viernes que va a presentar su renuncia al parlamento, horas después de que el ayatolá Sistani, máxima autoridad de los chiitas iraquíes, pidiera un cambio de gobierno.

Nada más conocerse esta noticia, la multitud congregada en la plaza Tahrir, epicentro de las protestas de estas semanas, comenzó a celebrar y multiplicó las muestras de júbilo. Las manifestaciones registradas desde hace dos meses y que dejaron un saldo de más de 400 muertos, piden una renovación de la clase política iraquí, considerada corrupta e incompetente.

El líder religioso chiita, de 89 años, aportó por primera vez su apoyo sin ambages a los manifestantes, que desde el 1 de octubre reclaman “la caída del régimen” y una renovación de la clase política, a la que acusan de corrupta, de ignorarles y de reprimir sus protestas a sangre y fuego.

Un día después de que 44 manifestantes fallecieran y casi 1.000 resultaran heridos en diferentes acciones de protesta, en las plazas del sur y en Bagdad, miles de personas esperaban ansiosas la reacción del ayatolá, mientras que en el sur, tribal, combatientes tribales y civiles tomaron calles y carreteras empuñando las armas.

Desde el miércoles por la noche, el movimiento de protesta entró en una nueva fase con los manifestantes gritando “¡Irán fuera!” y “¡Victoria para Irak!” e incendiaron el consulado iraní de Nayaf, una ciudad que cada año visitan millones de peregrinos iraníes.

Los manifestantes se mostraron determinados a acabar con el sistema político diseñado por los estadounidenses tras la caída de Sadam Husein, en 2003.

Para ellos, el poder está ahora manipulado por Teherán, que ganó influencia respecto a Washington, en un país en el que uno de cada cinco habitantes vive bajo el umbral de la pobreza.