En el juicio por los atentados del 13 de noviembre, el tribunal comenzó este miércoles 6 de octubre a escuchar el testimonio de las víctimas del Bataclan, donde murieron 90 personas y otras cientos resultaron heridas.

Espera salir de la sala aliviada de parte de su sufrimiento. “Hemos comprendido, las víctimas, que hablar puede salvar la vida”, comienza. La noche del 13 de noviembre de 2015, Clarisse tenía 24 años y estaba en el Bataclan con amigos.

Esta “fan incondicional de rock”, como se autodenomina, estaba siguiendo el inicio del concierto de Eagles of Death Metal en el foso, como debe ser.

Pero la petaca de whisky que habían conseguido traer, como buenos “estudiantes sin blanca”, está vacía.

Clarisse está a punto de salir de la sala para rellenarla, cuando oye “un sonido ensordecedor”. Entonces se encuentra con los ojos del gorila.

“No puedo ver lo que él ve, pero en sus ojos, la muerte está ahí”, dice al tribunal, seis años después.

Dispara. Una, dos, tres, cuatro veces. Los asaltantes están a dos metros, Clarisse está preparada. Piensa: “¿Me dolerá? ¿Cómo sabes que estás muerto? ¿Quizás ya lo estoy?”, pensó.

Como una misión

No tiene más remedio que volver a la sala. Los atacantes avanzan, así que su instinto es correr.

Mientras los asaltantes recargan sus armas, ella se precipita hacia una puerta, “a la cabeza de la cola” de unas cincuenta personas, “como si estuviera investida de una misión”.

Desgraciadamente, esta puerta no daba a la calle, sino a un vestuario del piso superior. Estaban atrapados.

“Tengo demasiadas ganas de vivir como para morir en un camerino podrido”, dice. Por eso, rompe el falso techo con sus puños “como una furia”. Acaba escondiéndose en una conducto de aeración con un hombre mayor.

“Le pedí: “Cuando lleguen -no “si”, era una certeza- dame un abrazo, para que muramos abrazados”.

Gritos, disparos, explosiones… Clarisse lo escucha todo. La terrible espera durará mucho tiempo. Son el último grupo en salir, según informó una corresponsal de RFI.

Clarisse habrá ayudado a salvar a muchas personas. Pero no habrá escapado a las visiones del horror. “Así que sí, salí del Bataclan”, dice. “Pero sólo era el principio. Porque es imposible evitar el descenso al infierno después”.

“Cicatrices en la piel y el alma”, tras ataque al Bataclan

Bruno, Jean-Marc, Cédric… Hasta altas horas de la noche, los supervivientes del Bataclan contaron en el tribunal aquellas horas en la sala de conciertos, escondiéndose en un camerino o intentando fundirse con el suelo para escapar de la bala mortal, y las secuelas físicas y psicológicas que les quedaron.

La culpa de estar vivo cuando tantos otros están muertos y la culpa de hacer sufrir a sus seres queridos durante seis años.

“Cicatrices de la piel, del corazón y del alma”, resume con pudor Irmine.

Todos relatan la hipervigilancia, los ataques de pánico, las imágenes de cadáveres que se clavan en la retina.

Algunos cuentan que han abandonado sus planes de tener hijos y hacer carrera, señala nuestra enviada especial al juicio, Marine de La Moissonnière.

El deseo de suicidarse también está presente para algunos.

“Personalmente, no creo que vaya a mejorar”, dice Edith, que salió físicamente ilesa de la sala de conciertos.

Escondida bajo un asiento plegable, fue testigo de la masacre a través del sonido. El sonido de los llantos, el timbre de los teléfonos móviles, los gritos, las súplicas, cada vez seguido de un disparo.

El sonido de las proclamas, también, pronunciadas sin convicción por los asaltantes. Y el silencio, “ensordecedor”. “No más gritos, no más llantos, no más palabras. Sólo suenan los teléfonos”, dice.

Y sin embargo, estos supervivientes se sienten afortunados de estar vivos. Pero a los que le dicen que es hora de seguir adelante, Edith responde: “Lo juro, ojalá pudiera”.