No están en la papeleta, a esta altura ya no pueden rechazar serlo y reciben un fondo de dinero público pero no como sueldo, sino que para realizar actividades que apoyen la imagen de su marido.

Hablamos del puesto de primera dama y este martes particularmente de las mujeres que miran a la Casa Blanca lo quieran o no: Jill Biden o Melania Trump.

¿Qué las caracteriza? ¿Qué podemos esperar de ellas? A continuación te dejamos perfiles para ambas, aunque una podría mudarse y la otra tener que irse tras conocer los resultados de estos comicios, o todo podría seguir tal cómo está.

Melania Trump, la extranjera misteriosa

Melania Trump ha sido objeto de críticas por sus palabras y por su vestimenta.

Y aunque a menudo parezca poco cautivada por la vida en la Casa Blanca, esta eslovena de 50 años, la primera en su posición nacida en el extranjero en dos siglos, podría extender su estadía en la mansión presidencial por otros cuatro años.

Melania, la tercera esposa del presidente estadounidense, es una exmodelo de mirada deslumbrante que ha sido una discreta fuente de apoyo para el líder republicano, generalmente fuera de cámara.

En un libro publicado en 2019, la reportera de CNN Kate Bennett dijo que la primera dama es “mucho más poderosa e influyente con su esposo” de lo que el público sabe.

En 2018, ella pidió abiertamente que se despidiera a un asesor principal del presidente. Así se hizo.

Pero Melania sigue siendo en gran medida un enigma, al menos en términos políticos. Y cuando ella se ha colocado intencionalmente en el centro de atención, ha recibido críticas.

Su campaña contra el acoso escolar “Be Best” (“Sé mejor”), un rol característico de primera dama, no ha sido bien recibida.

Tampoco sus elecciones de moda han sido bien vistas, provocando largas series de comentarios y especulaciones.

“Las primeras damas enfrentan el tremendo desafío de hacer un trabajo sin una descripción del trabajo y enfrentar críticas públicas casi constantes”, dijo a la AFP Kate Andersen Brower, autora de “Primeras mujeres: la gracia y el poder de las primeras damas modernas de Estados Unidos”.

“Nunca pueden complacer a todos al mismo tiempo y algunas primeras damas, como Melania, luchan más que otras”.

Vida de lujos

Nació como Melanija Knavs en abril de 1970 en Eslovenia, entonces parte de Yugoslavia. Su madre trabajaba en la industria de la moda y su padre era vendedor de automóviles.

Estudió diseño y arquitectura antes de partir hacia Milán y París para iniciar su carrera como modelo. Eso la llevó a Estados Unidos en 1996, donde dos años después conoció a Trump.

La primera dama ha dicho que convertirse en ciudadana estadounidense, en 2006, fue “el mayor privilegio en el planeta Tierra”.

De hecho, su experiencia estadounidense es realmente un privilegio: una vida de jet-set, que transcurre entre un lujoso apartamento de Nueva York en la Trump Tower y residencias en Florida.

Al principio, Melania no parecía estar de acuerdo con las aspiraciones presidenciales de su esposo.

“Ella dijo: ‘Tenemos una vida tan grandiosa. ¿Por qué quieres hacer esto?"”, dijo en una ocasión el exmagnate inmobiliario a The Washington Post.

Melania finalmente se convirtió en la primera primera dama nacida en el extranjero de Estados Unidos desde Louisa Adams, la esposa inglesa de John Quincy Adams, quien fue presidente entre 1825 y 1829.

Estilo cuestionado

Donald Trump ingresó a la Casa Blanca en enero de 2017, pero Melania y su hijo Barron solo se unieron a él en junio, después de que el escolar de entonces 11 años completara su año.

“¡Esperamos con ansias los recuerdos que crearemos en nuestro nuevo hogar! #Movingday”, escribió Melania en Twitter entonces. Pero en Washington rápidamente sintió la dureza de la escena política.

Fue criticada por usar tacones de aguja en agosto de 2017 para visitar Texas devastada por una tormenta y ponerse zapatillas deportivas antes de bajar del avión.

Luego volvió al foco en un viaje en junio de 2018 a la frontera entre Estados Unidos y México para visitar a niños migrantes, por usar una chaqueta estampada con la frase: “Realmente no me importa, ¿a ti?”.

¿Estaba criticando a su marido? ¿Los medios de comunicación? ¿Su hijastra Ivanka? ¿O simplemente usando una chaqueta que le gustaba? Nada de eso importaba, y los titulares negativos persistieron.

Tampoco ayudó lucir un casco de médula blanco de estilo colonial durante un safari en Kenia unos meses después.

Para la profesora de historia de la Universidad de Ohio, Katherine Jellison, Melania Trump podría mejorar su imagen si “hiciera más apariciones públicas y concediera más entrevistas, pero, por supuesto, elegiría sus palabras y su vestuario con cuidado”.

“Popular”

La principal fortaleza como primera dama ha sido su capacidad para proyectar calma y compasión, a diferencia de su esposo, en temas candentes como covid-19 y tensiones raciales.

Aunque ha estado en gran parte ausente de la campaña electoral este año, en parte debido al coronavirus que la afectó personalmente, su discurso en la convención de nominación republicana en agosto fue elogiado.

“Cada vez que él la necesita para una gran muestra de apoyo, ella aparece”, dijo Jellison.

Brower señaló que Melania es “extraordinariamente popular” entre la base política de su marido.

“Donald es un luchador. Ama este país y lucha por ti todos los días”, dijo el martes 27 de octubre en un mitin de campaña en el estado clave de Pensilvania, su primer evento en solitario de 2020.

¿Qué haría Melania cuatro años más en la Casa Blanca? Brower predijo que adoptaría un perfil aún más bajo. “Es una persona muy reservada”, señaló.

“Y aunque creo que continuaremos viendo su trabajo para ayudar a las personas con adicción a los opioides y las tareas más tradicionales de la primera dama, la veremos menos en el escenario público”, vaticinó.

Jill Biden, la energía unificadora

Desde hace meses Jill Biden atraviesa sin pausa Estados Unidos con un mensaje: solo Joe Biden podrá unir un país dividido al extremo si llega a la Casa Blanca.

Su energía y mensaje optimista es apreciado por electoras demócratas, pero también por algunos republicanos.

Con un vigor que con frecuencia sobrepasa al de su marido, que desde hace tiempo limitó sus desplazamientos de campaña, esta profesora de 69 años visita a los votantes en los estados claves, susceptibles de inclinarse hacia el lado demócrata el 3 de noviembre.

Al mismo tiempo llama a los estadounidenses, “demócrata y republicano, rural y urbano” a unirse para superar las divisiones políticas, derrotar la pandemia y la crisis económica.

“No estamos de acuerdo en todo, no es necesario, aún podemos querernos y respetarnos los unos a los otros”, afirmó en un discurso en las antípodas de las diatribas de Donald Trump.

También muestra una imagen más íntima de Joe Biden, cuya vida ha recibido los golpes de “tragedias inimaginables”.

Jill Biden cuenta especialmente cómo el exvicepresidente de Barack Obama consiguió la fuerza para retomar sus actividades en la Casa Blanca solo unos días después de la muerte de su hijo Beau por un cáncer de cerebro en 2015.

“Aprendió cómo sanar una familia rota y de la misma manera se sana a una nación, con amor, comprensión, pequeños actos de bondad, valentía y una esperanza inquebrantable”, dice, tocando las crisis que golpean a Estados Unidos debido a la pandemia y las tensiones que se acumulan tras cuatro años de gobierno del magnate republicano.

Joe y Jill Biden se casaron en 1977, cinco años después de una primera tragedia, cuando la primera esposa del senador y la hija pequeña de ambos fallecieron en un accidente de auto.

Todavía niños, sus dos hijos varones sobrevivientes, Beau y Hunter, le habían sugerido a su padre casarse con Jill, rememora Joe Biden en sus memorias, donde escribió: “Ella me devolvió la vida”.

“Ella es la persona más fuerte que conozco”, dijo más recientemente en un video durante la convención demócrata en agosto.

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Are you ready to vote? Are you ready to win?

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Primera dama del siglo XXI

Jill Biden interrumpió su carrera cuando tuvo a su hija, Ashley, en 1981, pero luego retomó sus estudios para obtener un doctorado en educación.

Todavía da clases en una universidad del norte de Virginia, cerca de Washington, donde quiere continuar trabajando incluso si su marido se convierte en presidente.

Sin contar a Hillary Clinton, que fue brevemente senadora tras el gobierno de su esposo, Jill Biden sería la primera primera dama en proseguir su carrera profesional.

Si lo hace “cambiará para siempre las expectativas y limitaciones” del rol, estimó Kate Andersen Brower, subrayando que “la mayoría de las estadounidenses deben conciliar la vida profesional con la familiar”.

Y la doctora se involucró en la campaña de su marido desde las primarias. El candidato demócrata incluso tomó por costumbre presentarse como “el marido de Jill Biden”.

Sólidamente al lado de su marido denunció las “calumnias” lanzadas por el bando de Trump para “distraer la atención” en relación a las acusaciones recientes de corrupción contra Joe y Hunter, el hijo menor envuelto en polémica por sus negocios en China y Ucrania cuando su padre era número dos de Barack Obama.

Sin embargo se mantuvo discreta frente a la acusación de violación en los años 1990 hecha por una mujer, Tara Reade, que Joe Biden ha categóricamente negado.

El senador por tres décadas y vicepresidente por ocho años (2009-2017) también fue denunciado por tener una relación muy táctil con las mujeres, que se quejaron de gestos muy invasivos.

Jill Biden afirma que no ve sino un comportamiento inocente de su marido, quien, por su lado, admitió haber “aprendido” de las declaraciones de esas mujeres que consideraron su espacio privado invadido.