Si se cumple lo previsto por las encuestas, este domingo el ultraderechista Jair Bolsonaro se convertirá en el nuevo presidente de Brasil, pese a sus polémicas declaraciones sobre homosexuales, mujeres, afrodescendientes y su defensa de la dictadura militar (1964-1985).
Bolsonaro es un excapitán del Ejército; su compañero de fórmula, Hamilton Mourao, un general retirado. Ambos son defensores de la dictadura militar que dirigió el país de 1964 a 1985. Esto significaría que a más de tres décadas de terminada la dictadura, los militares podrían volver al poder de forma democrática y junto a civiles.
Varios oficiales de reserva tuvieron un papel importante en la campaña y al menos cuatro podrían integrar su gobierno si Bolsonaro derrota al izquierdista Fernando Haddad.
En el umbral del poder, el favorito prometió ser “esclavo de la Constitución” y gobernar “con autoridad, pero sin autoritarismo”.
Una moderación bienvenida para alguien que en 2016 dijo que “el error de la dictadura fue torturar y no matar”.
Según la Comisión Nacional de la Verdad, durante los años de plomo hubo 434 asesinatos y miles de casos de tortura. Un informe desclasificado de la CIA reveló que la eliminación de opositores se decidía en el despacho presidencial.
Pero ningún militar fue juzgado en Brasil, gracias a la amnistía de 1979.
Los militares son “tendencia”
“Vi a jóvenes diciendo: ‘Las cosas en la dictadura eran más organizadas"”, contó el cientista político Jairo Nicolau, de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ). “Son jóvenes que nacieron en democracia y tienen una visión difusa de los hechos”, agregó.
En el Congreso elegido este mes, 31 diputados y 4 senadores son o fueron militares o policías. En 2014, sumaban 18.
Las instituciones más confiables para los brasileños son los bomberos, las iglesias, la Policía Federal y las Fuerzas Armadas. Las menos: el Gobierno, el Congreso, los partidos y la Presidencia, según una encuesta de Ibope.
Una revancha saboreada por los uniformados, que durante años solo se hacían oír para defender su régimen especial de jubilaciones o para evitar cambios en la ley de amnistía.
El general de reserva Augusto Heleno, posible ministro de Defensa de Bolsonaro, dijo en mayo al diario Folha de S.Paulo que las Fuerzas Armadas se sentían “halagadas” por ese reconocimiento social.
El cuartel, un modelo
El golpe de 1964 fue apoyado por grandes grupos económicos, medios de prensa, sectores conservadores de la Iglesia católica y por Estados Unidos, en nombre de la lucha contra el comunismo y de la defensa de la familia.
“Los valores de las Fuerzas Armadas son los mismos, pero hay otra generación de militares”, explicó el general Heleno.
Las diatribas contra el comunismo suenan extrañas, tres décadas después del fin de la Guerra Fría.
El “bolsonarismo” designó nuevos enemigos: la corrupción, la criminalidad y “la ideología de género”.
Contra el “adoctrinamiento” infantil, Bolsonaro propone crear “escuelas coordinadas por militares”.
El general de reserva Oswaldo Ferreira, posible ministro de Transportes, considera que el cuartel es un lugar con “reglas claras” y “jerarquía”, dos cosas que le “hacen mucho bien” a la sociedad.
El papel de las Fuerzas Armadas se acrecentó con la actual presidencia de Michel Temer, que les entregó el control de la seguridad en Rio de Janeiro y nombró por primera vez a un militar ministro de Defensa.
Según Rosa Cardoso, excoordinadora de la Comisión Nacional de la Verdad, en Brasil “hubo continuismo, sin ruptura con el régimen autoritario”.
“Subproducto de Lava Jato”
El “partido militar” se fortaleció como “un subproducto de [la investigación] Lava Jato”, que descubrió una gigantesca red de sobornos en Petrobras, afirmó Nelson Düring, director del sitio especializado Defesanet.
“Al golpear a todo el espectro político, [Lava Jato] debilitó el sistema representativo. No solo entre los militares, sino en la población en general, de izquierda y de derecha”, agregó.
Para muchos brasileños, los militares son una alternativa moral.
Una versión cuestionada por historiadores y por la divulgación reciente de un telegrama de la Embajada de Estados Unidos, que en 1984 se mostraba preocupada por el impacto social de varios casos de desvío de dinero.
El precio del “milagro”
Los nostálgicos de la dictadura ensalzan el “milagro económico” que en los años 1970 creó millones de empleos.
Pero que costó caro, según las historiadoras Lilia Schwarcz y Heloísa Starling, que en su obra “Brasil: una biografía” ponen como ejemplo de lo ocurrido la construcción de la carretera Transamazónica.
La Transamazónica “masacró la floresta, consumió miles de millones de dólares y hasta hoy tiene trechos impracticables por las lluvias, los desmoronamientos y las crecidas de los ríos. La Transamazónica despilfarró un dinero que no existía, pero los brasileños solo lo entendieron cuando el milagro acabó” y los militares dejaron el poder, detallan.