Entre las múltiples particularidades que ofrece vida política brasileña hay una muy poco usual en otros países, y que seguro provocaría algo más que un ligero estremecimiento si volviera a producirse, cual esa impresionante cantidad de vicepresidentes obligados a asumir en reemplazo del primer mandatario.

En efecto, por las razones más diversas, que van desde golpes de estado y enfermedades hasta acusaciones constitucionales, se observa en aquel país este extraordinario acontecimiento, siendo el caso más reciente el de Michel Temer, compañero de fórmula de Dilma Rousseff, que la reemplazó tras ser separada del cargo por acusación constitucional en agosto de 2016. Y si nos remontamos se podrá constatar que en realidad desde la proclamación misma de la república en 1889, nada menos que ocho vicepresidentes han reemplazado al jefe de Estado: cuatro por muerte, dos por renuncia y dos por acusación constitucional.

La historia política brasileña no deja de impresionar en esta materia. En los primeros años de la república, en 1909, Nilo Pecanha debió asumir de forma repentina la jefatura de Estado al fallecer súbitamente de neumonía el presidente en ejercicio, Afonso Pena. Décadas más tarde, durante el mandato de Getulio Vargas (1951-1954), su vicepresidente, Café Filho, le reemplazó para completar el período presidencial tras suicidarse Vargas de un disparo al corazón en circunstancias nunca aclaradas relacionadas con el asesinato de un periodista.

Luego, Joao Goulart, quien ejerció la vicepresidencia en dos oportunidades, en 1955 con Juscelino Kubitscheck, (el popular y querido presidente de origen checo), y más tarde con el polémico Janio Quadros (el mismo que condecoró al Ché Guevara y prohibió el bikini entre otras extravagancias) se vio ante la misma situación en 1961. Aquel año asumió la jefatura de Estado cuando Quadros abandonó intempestivamente el gobierno dejando una enigmática carta-renuncia diciendo que se iba “a causa de forças ocultas e terríveis“. Goulart gobernó tres años, hasta 1964, cuando fue removido por un golpe de Estado. Enseguida, otro vicepresidente, Pedro Aleixo, que secundaba al general Artur Costa e Silva, le sucedió efímeramente tras la muerte por enfermedad del militar.

La increíble cantidad de vicepresidentes que reemplazaron al mandatario en ejercicio continuó en la historia democrática reciente de Brasil desde el mismo 1985.

El destino quiso que el entonces electo Tancredo Neves (importante opositor a los militares y líder del movimiento pro elecciones libres Direitas Já), falleciera producto de una infección generalizada tras una intervención quirúrgica por un tumor, justo antes de asumir el mando. Fue reemplazado por su compañero de fórmula, el candidato a vicepresidente, Jose Sarney.

Al concluir el período en 1990, Sarney le traspasó el mando a un joven e impetuoso político del norte, que encandiló al Brasil a inicios de aquella década, Fernando Collor de Mello (el Indiana Jones de América Latina, como lo llamó Bush padre), quien había derrotado a Lula en las presidenciales de aquel año.

Fernando Collor de Mello abandona el Palacio de Planalto tras su destitución.
Fernando Collor de Mello abandona el Palacio de Planalto tras su destitución.

El curioso destino de los presidentes brasileños quiso que Collor fuera apartado del cargo por impeachment, por lo que el poder fue entregado a su vicepresidente, Itamar Franco. Por último, el citado caso de Michel Temer, quien acompañaba como vicepresidente a Dilma Rousseff hasta que ésta fue separada del poder también por impeachment en 2016.

Aunque este esbozo de tan dramática sucesión de coincidencias sea una simple constatación estadística, se trata de una frecuencia que obliga a centrar la mirada en quienes van de compañeros de fórmulas en las elecciones presidenciales del 7 de octubre, especialmente de aquel que lidera las encuestas. Y quien acompaña a Joao Bolsonaro es un general de Ejército recientemente retirado, Antonio Hamilton Martins Mourao.

A primera vista se trata de un compañero de fórmula muy inusual, pero en realidad su perfil va plenamente acorde a la visión que Bolsonaro tiene de lo que ocurrió en Brasil en las décadas del 60, 70 y 80. “Brasil precisa remedios fuertes”, afirmó hace poco el candidato presidencial, un excapitán de Ejército que defiende con ardor la sucesión de generales que gobernaron el país entre 1964 y 1985. No debe extrañar entonces que el perfil del candidato a vicepresidente y la visión del posible ganador generen inquietudes en sectores básicamente de izquierda del país. Algo no menor en un país que atraviesa una severa polarización.

Antonio Mourao | Renova
Antonio Mourao | Renova

Mourao es un general muy crítico con el estado actual de la democracia brasileña y pone mucho énfasis en los males que la aqueja, como delincuencia, alta corrupción y descrédito de la clase dirigente. Ese diagnóstico lo lleva a avalar una línea de ensalzamiento de lo castrense; es decir manu militari como solución. La gran duda es cómo aquello se compatibiliza con el estado derecho. Su trayectoria da luces algo ambiguas.

El aspirante a la vicepresidencia tiene 64 años y pasó a la reserva en febrero de este año, es miembro de un pequeño partido llamado Renovador Laborista Brasileño (PRTB), una formación que se remonta a una de las escisiones del antiguo Partido Trabalhista Brasileiro, de Getulio Vargas (presidente del país en varias ocasiones), que se define como nacionalista y propugna una mayor participación de los militares en los asuntos nacionales.

Sus declaraciones han alcanzado notoriedad por su explosiva retórica y controvertidas declaraciones. Una de ellas ocurrió después de que Bolsonaro fuera atacado con un cuchillo, cuando señaló “si quieren utilizar la violencia, los profesionales de la violencia somos nosotros”, lanzando un manto de duda acerca a qué se refería al señalar “nosotros”.

Si quieren utilizar la violencia, los profesionales de la violencia somos nosotros
- Antonio Mourao

En el plano político, la designación de Mourao como candidato a vicepresidente fue una sorpresa. Y las razones son varias. Primero, Bolsonaro se declara católico practicante, mientras que Mourao es un hombre afín al laicismo. Segundo, su designación terminó dejando de lado otras opciones, las cuales, desde una perspectiva populista o de coyuntura, pudiesen haber parecido más atractivas, como la del pastor evangélico y senador Magno Malta, o la de la reconocida abogada Janaína Paschoal, una de las principales impulsoras del proceso de destitución de la presidenta Dilma Rousseff en 2016, o bien, la del popular astronauta Marcos Pontes, único brasileño que ha viajado al espacio en una misión de la NASA.

Por lo tanto, cabe preguntarse qué inclinó la balanza a favor del general.

Parece lógico concluir que primó el ascendiente que Mourao tiene en las filas militares brasileñas al haber alcanzado el grado más alto a que se puede aspirar en aquel ejército y ser, además, hijo de otro general, de su mismo nombre, y muy relevante en su tiempo.

En definitiva, aunque suene a especulación, la evidencia estadística indica que la posibilidad de que el general Mourao termine en el Planalto no es baja. Ello añadiría un ingrediente algo corrosivo al ya sorpresivo curso que ha tomado la campaña electoral brasileña y cuyo test será el 7 de octubre en primera vuelta y el 28 del mismo mes en segunda.

Una eventualidad que las elites de los países de la región no lograrían siquiera imaginar en este minuto pre-electoral.

Ivan Witker
Facultad de Gobierno
Universidad Central