"Nos verás emitiendo bonos de catástrofe no sólo sobre posibles huracanes, pandemias y terremotos; sino también sobre sequías e inundaciones. Somos muy ambiciosos", indicó el Banco Mundial.

El negocio de las aseguradoras se basa en un solo concepto: el riesgo.

Cuando se trata de un siniestro aislado -como el incendio de una casa o una muerte- las compañías de seguros no tienen mucho problema para cubrirlo. Sin embargo, cuando lo que azota es una catástrofe natural como un terremoto, un huracán o una inundación, la empresa puede verse en aprietos al tener que pagar a miles, sino a millones de sus beneficiarios al mismo tiempo.

Para cubrir estas eventualidades, las firmas de seguros tradicionalmente recurrían a otras mayores para que las aseguraran a ellas (así es, las empresas de seguros también se timan entre ellas), pero en la década del 90 surgió una forma alternativa de lidiar con este problema, llamada bonos de catástrofes.

El bono de catástrofe es una apuesta algo morbosa, ya que las ganancias dependen de que ocurra o no una tragedia. Digamos que es la temporada de huracanes en Florida y las aseguradoras estiman que podrían tener que pagar unos 4 mil millones de dólares en daños. En vez de recurrir al tiburón más grande para asegurarse ellas mismas, emiten bonos de catástrofe por ese monto, disponibles para los inversionistas que quieran comprarlos.

¿Qué hay para el inversionista? Ahí viene la apuesta. Si nada ocurre, te devolverán el dinero con una buena ganancia, que puede rondar entre el 6% al 8% de interés. Ahora, si los huracanes o el desastre natural elegido azota… bueno, perdiste tu inversión.

El instrumento es mutuamente conveniente. Las aseguradoras tienen dinero para cubrir siniestros sin necesidad de pagar exorbitantes primas a otras empresas más grandes, mientras que los inversionistas, en la mayoría de los casos, ven un retorno que no está determinado por los vaivenes del mercado. Aquí no importa si la bolsa de Nueva York o la bolsa de Tokio van en picada. Todo depende de la madre tierra.

Pero como en toda apuesta, los más listos tienen la capacidad de vencer el sistema. Aquí entra el estadounidense John Seo y su firma de capitales, Fermat.

“Sea lo que fuera, nosotros le ponemos un precio y lo vendemos”

Desde que tenía 10 años, Seo se interesó en la compra de instrumentos financieros. Algo no tan extraño considerando que su padre es un reputado economista.

Sin embargo junto a su hermano Nelson, se percataron de que los bonos de catástrofe podían ser increíblemente rentables si se ponían a disposición todas las herramientas de que dispone la ciencia para predecir con exactitud cuándo, dónde y con qué fuerza, la naturaleza dejaría sentir su furia.

Para ello fundaron en 2001 su fondo de inversión, Fermat, bautizado en honor del matemático francés autor de la teoría de las probabilidades. Construyeron modelos computarizados del tiempo, las corrientes oceánicas, estadísticas de eventos pasados, influencia del cambio climático, lugares poblados y todo dato que pudiera determinar la ocurrencia y devastación de una catástrofe.

Oficinas de Fermat
Oficinas de Fermat | WSJ

Su esfuerzo ha pagado bien. Sólo en 2023, Fermat logró un 20% de ganancias por sobre el 8% promedio del mercado de bonos catástrofe, aumentando su portafolio a 10.000 millones de dólares, un cuarto de todos los bonos emitidos a nivel mundial.

“Seo, un hombre de 57 años en el sur de Connecticut, es la razón por la que millones de personas, desde Nueva Zelanda hasta Chile, tienen cobertura de seguros contra catástrofes naturales”, explica en un artículo la revista Bloomberg.

Pero en realidad, las motivaciones de Seo no son tan altruistas como la publicación parece indicar. En diciembre, las aseguradoras emitieron bonos por 75 millones de dólares ante el temor de que una tormenta devastadora arrase los hogares de Florida y Louisiana dentro de los próximos tres años. Las empresas calcularon que la probabilidad de que esto ocurra es de un 1,6%, mientras que el modelo de Fermat aumentó el temor a un 2,6%. Finalmente, sólo compraron 15 millones en fondos, exigiendo además una rentabilidad de 13,5%.

En este panorama, Chile es uno de los países donde se realizan las mayores apuestas respecto de la próxima tragedia que nos golpeará. Sólo en marzo de 2023, el Banco Mundial emitió el bono de catástrofe más grande que se haya concedido sobre un solo país, ascendiendo a 350 millones de dólares para cubrir tanto al Gobierno de Chile como a las aseguradoras en caso de que un terremoto nos sorprenda -ahora- dentro de los próximos dos años.

“La transacción proveerá a Chile con protección financiera para mitigar el potencial impacto económico disruptivo de un terremoto y sus consecuentes tsunamis. Hará que los fondos estén disponibles de inmediato en caso de un desastre, protegerá el presupuesto fiscal de Chile y reducirá la necesidad de contraer deudas posteriores. El bono proveerá cobertura durante tres años con pagos inmediatos si ocurre un terremoto que responda a parámetros predefinidos de ubicación y severidad”, describió en ese momento el Banco Mundial.

La medida es sólo la punta de lanza de las pretensiones del organismo internacional.

“Nos verás emitiendo bonos de catástrofe no sólo sobre posibles huracanes, pandemias y terremotos; sino también sobre sequías e inundaciones. Somos muy ambiciosos”, celebró el líder del área de estos instrumentos para el Banco Mundial, Michael Bennett.

Fermat se mueve con la misma ambición. Tal como describe Bloomberg, si un huracán se dirige hacia Florida, los inversionistas tratarán de vender sus bonos de catástrofe a bajo precio para aminorar las pérdidas. Sin embargo, los modelos de Fermat le permitirán determinar rápidamente si la tormenta se debilitará, cambiará de dirección o causará menores daños, comprando esos bonos para aumentar sus ganancias.

John Seo sabe que todo -incluso las catástrofes- tienen su precio. Antes de fundar su empresa trabajó en la firma Lehman Brothers Holdings calculando el riesgo de siniestros “poco comunes”, como una empresa que buscó asegurarse ante un eventual colapso de sus sistemas computacionales, o incluso ante la posibilidad de que un golfista profesional ganara un torneo haciendo un hoyo en uno.

“Sea lo que fuera, nosotros le poníamos un precio y lo vendíamos”, sentencia.