En el corazón de la jungla vietnamita, Son Doong, la cueva más grande del mundo con formaciones rocosas del tamaño de rascacielos, es un modelo de ecoturismo abierto a los visitantes desde hace ocho años, pero está amenazado por proyectos turísticos.

Este laberinto subterráneo, excavado y erosionado durante millones de años, alcanza en algunas zonas los 200 metros de alto, o sea que podría contener un bloque de edificios neoyorquinos con rascacielos de 40 plantas.

Su interior alberga un túnel de más de cinco kilómetros, una barrera de calcita de 90 metros de altura -la “Gran Muralla de Vietnam”- y estalagmitas y estalactitas gigantescas.

Un recolector local, Ho Khanh, la descubrió por casualidad en 1991 al encontrar la entrada de la cueva y escuchar el sonido de un río en su interior. Se hallaba escondida en el parque nacional de Phong Nha-Ke Bang, declarado patrimonio de la UNESCO.

Intentó volver a ella pero no logró encontrar la abertura, oculta en medio de una frondosa jungla, y el lugar cayó en el olvido durante casi 20 años.

En 2009, Khanh y un equipo de investigadores británicos localizaron la entrada y cuatro años después una parte se abrió a los turistas.

“Proteger”

Desde entonces, solo una agencia de viajes, Oxalis, ha sido autorizada a mostrarla, para limitar el número de visitantes.

El objetivo es evitar los errores cometidos en algunos lugares emblemáticos del país, como la bahía de Ha Long o las playas de Nha Trang, amenazadas por el turismo masivo.

Solo unos cientos de visitantes entran en Son Doong cada año. Cuesta unos 50 euros (60 dólares) por visita y 2.500 euros (3.000 dólares) por cuatro días de exploración.

Ho Khanh, actualmente de 52 años, explica que les dice a los jóvenes que enseñan la cueva que “su principal deber es proteger el medioambiente para que la explotación (del lugar) también beneficie a nuestros hijos”.

Agence France-Presse

El dinero recaudado beneficia principalmente a la población local, una bendición en esta región pobre del centro del país.

Antes los jóvenes iban al parque nacional a cortar ilegalmente la madera de agar, que se usa para fabricar incienso. Otros cazaban civetas y puercoespines, unas especies en vías de extinción.

“Siempre estábamos bajo la amenaza de los guardabosques (y) no hacíamos nada bueno por la naturaleza”, cuenta Ho Minh Phuc, un exleñador que se reconvirtió en porteador para los grupos autorizados a explorar la gruta.

Entre guías, porteadores y propietarios de pequeños alojamientos para turistas, unos 500 lugareños viven gracias a Son Doong y a las otras cavidades gigantescas del parque nacional.

Teleférico

Pero sigue habiendo muchas amenazas, como señala la UNESCO en un informe de 2019.

Se abandonó un proyecto de teleférico a Son Doong, pero todavía se estudia otro para llegar a una cueva situada a 3,5 km de distancia.

Esto provocará “un cambio radical en la naturaleza de las ofertas turísticas propuestas (…) y sin duda habrá un impacto irreversible en el entorno, en gran parte virgen”, advirtió la Unesco.

Los expertos también están preocupados.

La pandemia golpea de lleno el turismo en Vietnam: el número de visitantes extranjeros cayó casi un 80% en 2020 con relación a 2019, cuando el país acogió a 18 millones de visitantes extranjeros, todo un récord.

La situación económica es tal que, una vez que termine la crisis sanitaria, Vietnam podría ceder a los promotores y desarrollar infraestructuras en torno a las cavidades del parque, advierten los expertos.

Las autoridades han puesto en marcha “políticas de protección muy buenas, pero a menudo las ignoran”, sostiene Peter Burns, consultor que trabajó en un proyecto de turismo sostenible en Vietnam.

Para el porteador Phuc es esencial no sucumbir a un turismo de masas después de la pandemia en Son Doong.

“Eso sería terrible”, esta maravilla natural quedaría reducida a la mínima expresión en unos años y nuestro modo de sustento desaparecería, alerta.