Los orígenes de una fórmula para regular las temperaturas haciendo descender el calor, con el objetivo de dar satisfacción a las personas en lugares cerrados, se remontan a los antiguos egipcios, pero sólo para los faraones.

Ello debido a que la fórmula, según los historiadores, necesitaba por los menos a mil hombres para lograr cerca de 26 grados, contra los más de 40ºC que se registraban en el exterior del palacio.

Así, los esclavos de Egipto debían sacar piedras desde el aposento del emperador, trabajo que se realizaba llegando el atardecer.

La orden era simple: mover esas moles de una tonelada y llevarlas al desierto.

Durante la noche, las temperaturas extremas del desierto lograban enfriar la piedras, que eran devueltas a su lugar de origen antes del amanecer, lo que evitaba que el calor ingresara y afectara la tranquilidad del gobernante.

Con el correr de los años y pensando en mantener ambientes agradables, así como por la necesidad de seguir con la producción de máquinas que fallaban con el calor, los científicos empezaron a pensar en una forma de lograrlo.

En la primera mitad del siglo XIX (1842), el físico y matemático británico William Thomson, conocido como Lord Kelvin (el mismo de la medición de la temperatura en grados Kelvin), sentó las bases de los principios físicos que hoy dan vida a los equipos de aire acondicionado.

Se basa en tres leyes de la física: el calor se transmite de la temperatura más alta a la más baja cuando se utilizan elementos que lo facilitan (la cuchara en el té); la presión y la temperatura están relacionados (como en una olla a presión) y el cambio de un estado líquido a gas absorbe calor, el inventor comenzó a trabajar su teoría, la que luego sería utilizada para crear los equipos que hoy (comprendiendo que se trata de un proceso de más 100 años), nos sirven para mantener temperaturas frías en verano.

Cómo pasó a ser parte de las viviendas

Una vez establecidos los requisitios cientificos, la utilización del aire nació como un requerimiento de un empresario que notó como las altas temperaturas modificaban los papeles y hacían imposible la alineación de la tinta con él.

Por lo tanto, el requerimiento del imprentero era buscar la forma para mantener esas máquinas a una temperatura adecuada.

Así entonces, en los inicios del siglo XX (1902), el ingeniero estadounidense Willis Haviland Carrier se dedicó a buscar una fórmula que permitiera solucionar los problemas de humedad que implicaba enfriar el aire, creando con su investigación las bases de la refrigeración y el concepto de climatización para las temporadas de calor.

Una vez que su teoría de refrigeración, controlando la humedad, se hizo certera, Carrier comenzó con la tarea de llevarla a la práctica, creando el primer equipo de aire acondicionado de la historia.

De esta forma, cuando logró terminar el aparato y probarlo en la imprenta de Brookyn, Nueva York, el “Padre del Aire Acondicionado” patentó su invento en 1906.

Posterior a ello y ya con su máquina perfeccionada y patentanda, comenzó la carrera para hacer del aire acondicionado una herramienta que ayudara a las personas no sólo en sus hogares y lugares públicos, sino que también en oficinas, permitiendo con ello un resultado no pensado en un comienzo: aumentar la productividad de los trabajadores, al disminuir las temperaturas en el verano.