A estas alturas, ya cualquiera persona inteligente y medianamente informada conoce en detalle cómo se desarrolló el estrepitosamente fracasado intento de golpe militar, del martes 30, que pretendía derrocar al presidente constitucional de Venezuela, Nicolás Maduro.

A 10 para las 6 de la mañana, cuando ya el cielo estaba claro, aunque todavía no salía el sol, el auto designado “presidente interino” Juan Guaidó, con elegante tenida negra, se presentaba ante las cámaras de las grandes redes noticiosas, a la vez que un huracán de mensajes saturaba las redes sociales y los teléfonos celulares.

Al lado de Guaidó, y también muy elegante, estaba el furibundo dirigente y exalcalde Leopoldo López, recién rescatado de su domicilio donde cumplía su condena por autoría intelectual e incitación al terrorismo durante las guarimbas de 2017, en que fueron asesinadas 31 personas, incluyendo un joven diputado socialista y su esposa, que fueron acuchillados en su casa, y un ministro de la Corte de Apelaciones de Caracas, baleado desde una barricada.