La corrupción se expresa y hace sentir en todos los ámbitos y con efectos inesperados.

Uno de ellos fue el fallo político judicial de Francia que rechazó la extradición de Ricardo Palma, condenado a prisión perpetua por el asesinato de Jaime Guzmán y el secuestro del hijo del dueño de El Mercurio.

Palma logró salir del país en helicóptero, siendo detenido en Francia recién en febrero de este año. Pero pese a las gestiones de Chile, la oficina francesa de protección a los refugiados negó la extradición y le otorgó asilo político porque Chile no le garantizaba suficiente seguridad de respeto a sus derechos humanos.

Esa mala opinión de la seguridad de Chile se vincula a los hechos ocurridos en las policías, como fraude y la llamada Operación Huracán, que incluyó pruebas falsas para acusar a mapuches de delitos terroristas.

Asimismo, el 22 de septiembre el Estado de Chile debió admitir ante el comité de la tortura de las Naciones Unidas 802 casos de brutalidad policial y uso excesivo de la fuerza bruta contra comunidades indígenas y otros manifestantes.

Esta secuencia de escándalos de corrupción que ha remecido a Chile ya ha tenido como efecto debilitar la confianza mundial en las instituciones de nuestro país.

¿Somos tan tontos como para consolarnos con que la corrupción se haya convertido en una putrefacción generalizada?

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