Cada vez me hace más sentido aquello de “lo que te molesta en los demás no es más que una proyección inconsciente de lo que realmente te molesta de ti y que se aparece con claridad en el otro”.

C. G. Jung el afamado psicoanalista del siglo pasado, nos dejó un interesante legado en este sentido. En efecto, él planteaba que solemos proyectar en las personas que nos rodean, aquello que está en nuestras sombras, aquello que no vemos, de lo cual no nos damos cuenta pero, que se nos aparece con claridad en las conductas de los demás.

En un ejercicio personal fascinante, me he puesto a observar e interpretar lo que nos pasa como sociedad frente a tanta corrupción, tanta indolencia y tanto desmoronamiento moral que nos abruma como país y no puedo dejar de compartir con ustedes estas reflexiones:

Lo que nos ocurre como país no tiene que ver con los políticos, ni con los corruptos que actúan transversalmente, ni con los oportunistas que exprimen el dinero de todos nosotros, ni con los empresarios desvergonzados; tiendo a pensar que el problema mis queridos amigos está en nosotros mismos y por favor, déjenme argumentar.

Hemos construido un país en donde la viveza, llamada curiosamente por algunos “chispeza”, es un deporte nacional, la que muchas veces es más valorada que la honestidad pues incluso nos genera una especie de orgullo nacional y la percepción de un intelecto superior.

Hemos construido un país en donde hacerse rico de la noche a la mañana pareciera ser una virtud, la cual siempre termina con casos como los que hemos observado en los últimos tiempos y quizás hasta de los cuales, hayamos sido sus víctimas. Vivimos en un país en donde el evadir el pago del transporte público no sólo es un acto justificable, sino hasta es considerado un hecho heroico. Un país donde, si por error nos entregan un vuelto mayor al que nos corresponde, nos quedamos callados y lo llamamos suerte.

Hemos construido un país en donde hemos sido testigos y quizás cómplices de un sistema de pensiones colapsado, del abuso indiscriminado desde diferentes flancos de la sociedad y hemos sido testigos silenciosos de este flagelo siendo solamente capaces de descargar nuestra furia a través de las redes sociales pues, a la hora de actuar somos incapaces de movilizarnos de verdad y nos invade la cobardía y el miedo.

Hemos construido un país en donde bajo el pretexto de la movilización social, somos cómplices silenciosos de la más cruel y cobarde delincuencia escondida bajo una capucha. Un país en donde esos mismos delincuentes tienen más derechos que sus víctimas bajo la mirada complaciente de jueces y autoridades y nosotros lo permitimos y sin embargo, a la hora de expresar nuestro voto para terminar con estos flagelos, preferimos no movernos pues pensamos de manera indolente que el resto se expresará por nosotros.

Hemos construido una sociedad en donde mentir es una conducta normal. Mentimos a nuestras parejas, a nuestros hijos, a nuestros jefes y a nuestros clientes y después nos asombramos de las mentiras de nuestros políticos. Un país en donde es impensado vender periódicos en máquinas expendedoras dejando el dinero por el ejemplar pues, sólo por deporte los tomaríamos gratuitamente.

Hemos construido un país en donde llegamos temprano a nuestros trabajos pero cuando podemos, ocupamos nuestro tiempo en otras actividades o simplemente en divagaciones que nos conducen a nada. Pensamos que es normal en nuestras empresas o instituciones llevarnos a nuestras casas cuanto lápiz o artículo de escritorio pueda servir para las tareas de los niños.

Hemos construido un país en donde las personas se roban la señal de cable de sus vecinos, o sencillamente se cuelgan de las señales de internet de los demás pues nos parece normal, como asimismo nos parece normal bajar películas de la red sin pagar por ellas.

Vivimos en un país en donde nuestros ejecutivos en sus empresas acuñan el discurso de que las personas son importantes pero finalmente a la hora de ser coherentes, es sólo eso, un discurso. Un país en donde pagar a 30 ó 60 o incluso a 90 días a los proveedores es algo normal y asumido. Un país en donde la indolencia es una práctica habitual, y por lo tanto, no nos importa el sufrimiento de los demás ni la pobreza del resto pues total, mientras no nos toque, está todo bien.

Hemos construido un país en donde no nos importa la ecología ni menos el planeta que muere lentamente. Un país en el cual encendemos nuestras estufas a leña sin consciencia alguna, pues pensamos que “una sola estufa encendida no hace daño”. Un país en donde evitamos fumar porque está prohibido y no porque a alguien le puede molestar, un país en donde tiramos nuestros restos de cigarrillo encendidos desde un auto en movimiento sin importarnos los que vienen detrás.

Hemos construido una sociedad en donde las personas tiran basura en las calles reclamando después a las municipalidades por los anegamientos cuando las lluvias vienen.

Hemos construido un país sin interés por el conocimiento, ni por la lectura ni las artes; un país en donde sólo importan los héroes de la selección de fútbol, pues en el fondo sabemos que en lo personal, estamos lejos de ser campeones en algo. Un país en el cual somos constructores colectivos de una cada vez más decadente televisión que nos genera un verdadero trance colectivo que nos saca de foco de las cosas trascendentes de la vida, y de lo cual no nos damos cuenta.

Hemos construido un país en donde elegimos una y otra vez a senadores y diputados que se sirven de sus cargos públicos para enriquecerse a vista y paciencia de todos nosotros a costa de los impuestos de todos y pareciera que no nos importa siendo nuevamente cómplices de esta barbarie.

Hemos construido un país en donde los pasos de cebra sencillamente no se respetan, en donde lo importante no es acatar los límites de velocidad sino que generar todas las estrategias posibles para que no nos pillen. Una sociedad en la cual cuando un anciano o una mujer con bebé en brazos sube a un bus, nos hacemos los dormidos para no actuar amablemente. Una sociedad en la cual hemos dejado de ser amables, en donde el subirnos a nuestros autos nos convierte en energúmenos frente al volante, una sociedad en la cual la violencia ha pasado a ser nuestra forma natural de comunicarnos. Un país donde nos asombran los actos violentos hacia los niños y sin embargo llegamos a casa y nuestros hijos son maltratados, sin escucha, sin afecto, sin presencia, sometidos a nuestra rigidez a nuestro poder.

Hemos construido una sociedad en donde hablar mal del resto es considerado algo normal, en donde el estándar aceptado es lo mediocre, lo “rasca”, lo “penca”. Una sociedad en donde la envidia es nuestra compañera infaltable, pues cuando al otro le va bien, nos invade una sensación de malestar escondido incontrolable.

Es por todo esto que, vayamos donde vayamos, veremos de manera nítida en los demás aquello que no somos capaces de ver en nosotros mismos porque, la corrupción y el descaro, no son más que proyecciones de conductas que habitan en lo más profundo de nosotros mismos, quizás en dimensiones distintas, quizás sin la notoriedad de un personaje público, pero a la hora de autoevaluarnos, están ahí.

El problema no es este país, ni los políticos, ni los corruptos. Tengo la sospecha que el problema somos nosotros.

Por lo tanto mi consejo si es que puedo darlo, es que si queremos encontrar al responsable de tanto desmoronamiento moral, vayamos a un espejo y miremos sin tapujos al ser humano que se nos aparece en esa imagen, descubriendo en esa persona aquello que no logramos ver en nosotros mismos, pero que se nos aparece con claridad en cuanto político o personaje publico nos rodea.

Por lo tanto mi invitación es que a partir de hoy, construyamos un país mejor no sólo despotricando contra el resto sino que, practicando en todo momento, en cada conducta, en cada acto, la honestidad, la amabilidad, la empatía por el otro y todas las virtudes que se alojan como esperanza perdida en lo más profundo de nuestra psique.

Buena vida para todos.

Oscar Cáceres
Coach y speaker interncional
@ocaceresp
www.oscarcaceres.com