Algo importante ocurrió hace unos días, no cabe duda. ¿Pero es realmente un terremoto político como se dice? Analizando lo sucedido desde una mirada menos factual, podemos afirmar que más que un terremoto, se trata en realidad de una réplica a otro proceso, menos perceptible pero más profundo, y más disruptivo aún: un cambio de sistema político.

En realidad, se trata de un proceso de “actualización democrática”, que apunta a asociar una vertiente “participativa” a nuestra tradicional Democracia Representativa. Este proceso se inició probablemente hace unos 15 años, en reacción a una paulatina percepción ciudadana de abusos económicos sistemáticos, avalados transversalmente por la élite política tradicional. El Caso Penta con sus clases de ética, la colusión entre empresas, la sequía y la privatización del agua, las ganancias de las ISAPRES, AFP y otras concesiones viales etc. Sin olvidar la Ley de Pesca y la corrupción de figuras políticas como el ex Senador Orpis.

El empoderamiento ciudadano se fue alimentando de estos escándalos, generando a la par una desconfianza creciente hacia el funcionamiento institucional, así como hacia sus principales actores: Ejecutivo, Legislativo y partidos políticos, además de las grandes empresas.

Pero otro fenómeno hizo posible, también, este nuevo empoderamiento ciudadano. El crecimiento de su capital sociocultural. Hace unos 50 años y más, era muy complejo para el ciudadano común contradecir la opinión del actor político, por la brecha que existía entre ambos capitales culturales. Hoy, esto ha cambiado. La democratización de la Educación, y en particular de la Educación Superior, niveló esta brecha y transformó este ciudadano culturalmente pasivo en un actor informado y opinante. Internet, como fuente de información inmediata, y las redes sociales, hicieron el resto: el nuevo ciudadano había nacido.

Desconfiado del actor político tradicional, este nuevo ciudadano, empoderado, identificó luego el eslabón débil del quehacer político: el parlamento y sus representantes, con sus necesidades casi viscerales de reelección. Y presionó mediante manifestaciones, cacerolazos y otras publicaciones masivas, estos mismos para instalar su propia agenda social, bloquear políticas y castigar – socialmente, políticamente y hasta judicialmente – a los responsables de su precaria situación. Y funcionó…

El resto es conocido. Un estadillo social como respuesta a la ceguera ideológica de la élite política y económica; una pandemia que fragiliza aún más el tejido socioeconómico del país; la pugna entre Oficialismo y Oposición, entre Ejecutivo y Legislativo… Y por fin, las elecciones.

Los resultados de la elección de la Convención Constituyente tienen que pensarse desde esta nueva perspectiva: una ciudadanía empoderada, desconfiando -por experiencia– de la representación como único garante del buen funcionamiento del país. Y la instalación paulatina de una nueva Democracia Participativa, en complemento a la tradicional Democracia Representativa, como nuevo mecanismo de control social. Al Pueblo Elector histórico del Contrato Social se asoció hoy un Pueblo Actor, reflexivo y opinante. El poder político real pasó del Ejecutivo al Legislativo, de la Representación a la Participación, de la Elite a la Ciudadanía, y este es el verdadero terremoto. Lo de aquel fin de semana fue solo una primera replica, por cierto sorprendente, porque nueva. Pero ya vendrán más…