Kendrick Lamar en Chile: el show de talla mundial que no alcanzó para repletar el Estadio Monumental

En una noche repleta de contrastes, tanto empíricos como simbólicos, el rapero estadounidense Kendrick Lamar cerró en el Estadio Monumental el tramo latinoamericano de la gira ‘Grand National Tour’, la cual no estuvo exenta de controversias.

Tras cancelar el concierto en Colombia a horas de su realización, y luego que se confirmara que el ganador del Pulitzer no pudo agotar los boletos en ninguna de sus fechas en la región, el retorno de Lamar a Chile a seis años de su última visita tuvo dosis de intriga y expectativa en medidas iguales, todo esto frente a un público que si bien no repletó las tribunas de La Ruca, sí estuvo a la altura de uno de los espectáculos más cotizados del mundo.

La jornada la inauguraron los argentinos Ca7riel & Paco Amoroso, que ofrecieron en el país una nueva muestra (la tercera de este año) de su exitoso “Papota Tour”, gira mundial que cristalizó la rutilante popularidad alcanzada tras su paso por Tiny Desk.

Varios escalones de intensidad más abajo que en sus fechas anteriores, y ya en el crespúsculo de un tour que los llevó desde EE.UU hasta Asia, la dupla mostró una versión más sobria que de costumbre, aunque no ausente del desparpajo habitual de sus presentaciones. En total, más de 45 minutos de un show que sorprendió a uno que otro despistado que se enteró en el Monumental de la existencia del dúo.

Pasadas las 21:15 vino el turno de un minimalista Kendrick Lamar, quien fiel a su estilo arribó a Latinoamérica sin la compañía de SZA, uno de los pilares del tour en su lapsus estadounidense.

Armado de las canciones de “GNX” y una saga de sencillos que suman decenas de millones de reproducciones en streaming, su último álbum de estudio hasta la fecha, el músico desplegó hits desde su primera aparición en el escenario: “Wacced out murals”, “Squabble up”, “N95”, “King Kunta”, “Element” y “tv off” sellaron el primer acto.

Con una puesta en escena tan sencilla como evocadora (una escalera de concreto gigante; una carrocería de auto de baja gama o una escuadrilla de bailarines más terrenales que virtuosos), el rapero plasmó en ‘Grand National Tour’ la esencia de su narrativa: un relato desde los márgenes pero auténtico sobre las divagaciones de un afroamericano del 2025.

Una telón gigante desde el piso hasta el techo y una batería de beats y pistas envasadas fueron suficientes para un despliegue de hits que hizo vibrar al Monumental. Como ‘Humble”, una de las insignias del oriundo de Compton; o “m.A.A.d city” y la popular “Alright”, que a punta de flamas sacó a bailar y a bramar a la explanada.

Lamar, protagonista de uno de los espectáculos del Superbowl más vistos de la historia, no necesita apelar a los galones de su estatus de estrella planetaria para cimentar un show: bastan las canciones, las letras, y los tantos miles que lleguen a escuchar lo que tenga que decir. En ese contexto, los claroscuros de las tribunas del estadio, con filas semivacías, fueron una demostración gráfica no sólo de las paradojas de la fragmentación de públicos en nuestros días, sino también de las propias pretensiones del estadounidense.

Los 100 minutos de show (que tuvo como espectador especial a Rauw Alejandro en las tribunas, invitado por el propio Kendrick) llegaron a su cúspide en el tercer acto, cuando el hit “DNA” y las evocativas “Love” y “Bitch, Don’t Kill My Vibe” pavimentaron el terreno de “Money Trees”, una de sus letras más filosas.

Para el cierre, como era de esperar, quedó reservada “Luther” y, cómo no, “Not Like Us”, la tiradera gringa que le dedicó a Drake y que terminó hiriendo la imagen del canadiense. El final lo marcó “Gloria” y una ronda de fuegos artificiales tan sutiles y sobrios como Kendrick Lamar, quien tras el cierre sudamericano retomará la gira en diciembre en Australia.