El escritor y periodista mexicano Juan Villoro acaba de lanzar el libro más personal de su carrera: "La figura del mundo", un retrato y un viaje al recuerdo de Luis Villoro, filósofo que dio base intelectual al Ejército Zapatista. En esta entrevista aborda las lecciones aprendidas de su encuentro con la memoria familiar y rememora los últimos días de su amigo Roberto Bolaño.

En el marco de su reciente visita a Chile como uno de los invitados estelares del festival Puerto de Ideas, el escritor mexicano Juan Villoro (1956) presentó su nuevo libro: “La figura del mundo”, un retrato íntimo y personal de su padre, el filósofo y pensador mexicano-catalán Luis Villoro, mismo nombre que se convirtió en una de las referencias intelectuales del Ejército Zapatista.

“¿Hasta dónde podemos recuperar una memoria ajena? ¿Es posible entender lo que un padre ha sido sin nosotros?”, se pregunta el autor a medida que dibuja el recuerdo de Villoro Toranzo, fallecido en 2014 a los 91 años.

“La literatura tiene que ver con emociones, entonces es muy difícil escapar a los impulsos sentimentales o emotivos para escribir algo, incluso cuando alguien escribe ciencia ficción… Este es mi libro más íntimo, entonces evidentemente hubo muchos disparadores emocionales. Uno de ellos, el hecho de que yo sea padre, porque la paternidad es un laboratorio”, explica sobre las motivaciones del libro en diálogo con BioBioChile.

“Todos los días tienes que improvisar algo; tratas de hacer las cosas de la mejor manera y no estás seguro si lo lograste; no quieres repetir los esquemas de tu padre; pretendes ser diferente, lo que no necesariamente te convierte en alguien mejor, sino en alguien distinto. El ser padre me llevó a pensar en mi relación con mi propio padre”, cuenta el ganador del Premio Manuel Rojas 2018.

Otro disparador, asegura, fueron los enigmas que este dejó en vida. Acostumbrado a una rutina reservada y de bajo perfil, para sus cercanos, Luis fue una especie de “desconocido de la familia”. “Yo sabía de él porque tenía una vida pública, que era profesor universitario, que se dedicaba a la filosofía, que militaba en causas políticas de la izquierda, pero no sabía cuáles eran sus anhelos, sus miedos, sus ilusiones más profundas. Escribir sobre él era una manera de conocerlo en lo afectivo, porque me resistía a pensar que esta persona no sustentara sus decisiones en cuestiones emocionales. Quería investigar este jardín secreto que estaba dentro de él”, apunta.

En el trayecto, Juan Villoro (autor de novelas como “El disparo de argón” y el “El libro salvaje”, y de libros de crónicas como “Dios es redondo” y “Los once de la tribu”, sólo por nombrar algunos títulos y géneros) confirmó lo que sospechaba desde un inicio: al ir develando recuerdos de su progenitor, también fue reconociendo su propia biografía.

“Saber quién fue mi padre en lo emocional, permite entenderme mejor a mí mismo”, reafirma Villoro, quien tuvo que hacer frente a los comentarios de su familia tras la publicación de “La figura del mundo”. “Mi madre fue muy cómplice, el libro está dedicado a ella”, asegura, aunque reconoce que las reacciones de sus tres hermanos han sido disímiles.

“Si un padre tiene 6 hijos, en esa familia probablemente haya 6 padres distintos, porque cada hijo construye una imagen mental de su padre y una relación sentimental con él”, cuenta el también dramaturgo, periodista e iracundo futbolero, hincha confeso del Nexcaxa.

(P): Más allá de la generalización, ¿cuáles cree que son los denominadores comunes de los hijos de familias de izquierda? Este libro también es una crónica íntima sobre esto.

(R): Siempre es difícil hacer una generalización, pero una característica de la izquierda latinoamericana ha sido la derrota y la frustración, y al mismo tiempo el romanticismo para pensar que se puede seguir luchando. “La figura del mundo” surge de una frase de mi padre cuando le pregunté por sus años en el internado de los jesuitas. Me dijo que los maestros dividían el salón en dos bandos, y que les ponían los nombres de romanos y cartagineses para revivir las guerras púnicas de manera académica y estimular una competencia. Cuando le pregunté sobre a cuál bando pertenecía, me dijo: “A los cartagineses, por supuesto”. Creo que todo este libro deriva de estas dos palabras: “por supuesto”, porque obviamente ahí se quería identificar con los perdedores de la historia, los vencidos.

Él construyó una idea de sí mismo como alguien que voluntariamente había querido ser un cartaginés. Entonces yo me pregunté dónde estaba su Cartago, y naturalmente quedaba en Chiapas con los zapatistas, en aquel momento, y antes había quedado en la República española, de la que él había sido partidario. Entonces, digamos que hay una vocación por estar cerca de los desfavorecidos, pero también de aceptar que los desfavorecidos no han triunfado, que tu causa es la de los que históricamente han sido derrotados.

Entonces hay este tránsito, desde la esperanza a la frustración, y en ocasiones a la pérdida de esa esperanza en muchos de los hijos de la izquierda. Y he visto que algunos de ellos han ido progresando a posturas de derecha o incluso de extrema derecha, arrepentidos de lo que hicieron sus padres.

(P): En el libro aparece el Subcomandante Marcos, que tuvo una relación muy cercana con Luis Villoro. ¿Ha podido hablar con él sobre este libro y sobre su padre?

(R): Lo he visto varias veces en Chiapas. Él me dice hermano, porque yo en un texto había escrito que mi padre había tenido 5 hijos, y probablemente el consentido y el favorito era el Subcomandante Marcos, porque había logrado más cosas que sus otros hijos, entonces él en broma me llama hermano. Ambos estudiaron con los jesuitas, ambos estuvieron cerca de una visión cristiana-rebelde, cercana a la iglesia de los pobres que también defendió el padre Hurtado. Tuvieron una formación similar, y los dos vivieron tratando de transformar la realidad.

¿Hubo aspectos de Luis que se le develaron en la escritura del libro?

(R): “Mi padre no expresaba sus emociones claramente, entonces cuando era niño me llevaba al fútbol porque tenía que entretenerme en algo. Y cuando vio que a mí me encantaba el fútbol, me llevó siempre los domingos a los estadios. Yo pensaba que él era un gran fanático, pero al escribir el libro, recreando esas circunstancias, me di cuenta que cuando yo pude ir por mi cuenta al estadio, él dejó de ir. No me había llevado por aficionado, sino por ser padre, lo cual me conmovió. Cuando pones en blanco y negro las acciones, te das cuenta de eso. Otra cosa que pensé fue que mi padre sólo una vez me dio un beso en toda su vida, y una vez lo vi llorar.

Al escribir, me di cuenta que ambas circunstancias estaban vinculadas con su propio padre: me dio el beso cuando cumplí 21 años y ahí me regaló el reloj de su padre, y lloró por única vez en mi presencia cuando a los 12 años fuimos a la tumba de su padre en Barcelona. Las dos emociones, de emoción extrema, tuvieron que ver con el padre perdido, y eso me dio una clave de que a él le hizo falta esa figura. Y yo estaba tratando de averiguar mi figura, pero justamente para entender la que a él le faltaba.

(P): Este es un libro que puede resultar complejo, emocionalmente, para quienes están en conflicto con la figura paterna. ¿Qué le diría a esos lectores?

(R): Una de las cosas más interesantes de la escritura es que te permite establecer conexiones con situaciones similares de la propia vida. Ha habido padres tremendamente crueles, que han cometido delitos, sobreprotectores; ha habido un repertorio de padres muy variados, pero al hablar de cualquiera de ellos, si estableces una conectiva emocional, otra gente puede relacionarse con su propia figura paterna, que no necesariamente es la misma ni tiene que ser tratada de esa manera.

Juan Villoro: “Ese momento ritual donde una persona mayor le lee una historia a un niño, o se la cuenta, es un momento en donde la narración se transforma en una variante del afecto. El niño se siente querido porque le están contando, y casi siempre pide que le sigan contando más”

(P): Usted acuñó la frase: “La literatura infantil es una rama de la filosofía”. Con su experiencia en este subgénero: ¿Cuál es su consejo para acercar a los niños a la literatura y, por ende, a la filosofía?

(R): Las preguntas que hacen los niños son extraordinarias, muy poéticas y muy profundas, y la literatura infantil no puede evadir esas preguntas. En la literatura para adultos tú puedes hacer un entretenimiento sofisticado, pero la literatura infantil debe asumir el compromiso de tratar de responder estas preguntas, que sus protagonistas enfrenten estos predicamentos esenciales del bien y del mal. Esos temas absolutamente fundamentales. Y por eso obras clásicas como El Principito, o Alicia en el País de las Maravillas, son libros profundamente filosóficos en el sentido que son formas de conocimiento.

Los niños están en la madrugada del mundo, están aprendiendo todo cada día. Entonces estas grandes preguntas para ellos son instrucciones de uso para vivir. La buena literatura infantil debe apelar a este tipo de temas. Ese momento ritual donde una persona mayor le lee una historia a un niño, o se la cuenta, es un momento en donde la narración se transforma en una variante del afecto. El niño se siente querido porque le están contando, y casi siempre pide que le sigan contando más. No se quiere dormir, precisamente porque quiere seguir acompañado. Mientras pertenezcamos a una especie en la que una historia puede transformarse en afecto, necesitaremos esas historias para los niños.

(P): Usted es un célebre futbolero. ¿Cómo se relaciona con el futbol de hoy, financiado por casas de apuestas y retroalimentado por fallos VAR cada vez más dudosos? ¿Se ilusiona con el Necaxa jugando la Libertadores?

(R): La verdad es que el Necaxca no tiene muchas posibilidades porque sólo está en Primera División gracias a la corrupción de nuestra federación, porque no hay descenso, lo eliminaron, entonces no creo que avancen. El fútbol tiene múltiples facetas. El pasado mundial, creo, fue uno de los mejores que se han hecho, en uno de los países más cuestionables de la Tierra. Por un lado teníamos un país donde no se respetan los DD.HH, y al mismo tiempo la magia ocurrió en las canchas, y tuvimos partidos con volteretas sorprendentes, incluida la final que suele ser un partido aburrido. Hubo gestos políticos importantes, como los que hicieron los equipos de Irán y Marruecos. Y hubo goles de una belleza extraordinaria; la consolidación de Messi, además. Tenemos todo eso, y por otro lado el VAR que es una tontería… El fútbol es como esos espejos de las ferias que distorsionan tu imagen, que te hacen ver increíblemente gordo. El fútbol exagera lo que sucede, entonces la violencia de la sociedad se cristaliza de alguna manera peor en los estadios.

(P): Usted conoció y fue amigo de Roberto Bolaño, quien hablaba muy bien de usted. ¿Qué sentimientos le generó la reciente efeméride de los primeros 20 años de su muerte? ¿Cómo ve la divulgación de su catálogo en estos tiempos?

(R): La fama es siempre una simplificación. Los escritores son personas que tienen una vida de contraluces. De pronto un escritor pasa al olvido por razones absurdas, o se hace famoso por razones igualmente absurdas. El caso de Roberto es muy singular, porque fue un escritor marginal, y en cierta forma voluntariamente marginal, porque no quiso formar parte de un sistema establecido de la literatura. Padeció circunstancias complejas, como el exilio, la pobreza, la enfermedad. Yo lo traté en dos fases distintas, la primera cuando estaba en México y él era un poeta infrarrealista. Yo era muy amigo de Mario Santiago, que aparece como Ulises Lima en “Los Detectives Salvajes”.

Mario estaba en mi taller de cuento. No escribía cuento, pero era un gran crítico de la narrativa. Y Roberto y yo nos conocimos en una premiación para jóvenes escritores. Tuvimos relación hasta que se fue a Europa, y recuperamos la amistad justamente con la muerte de Mario Santiago. Me habló un día y me preguntó cómo habían sido sus últimos años. Yo empecé a ir a Barcelona, porque ahí había nacido mi padre, y recuperamos una gran amistad del 97 o 98 al 2003, cuando murió.

(P): ¿Cómo se encontraba Bolaño en ese momento?

(R): En ese momento Roberto era admirado por sus colegas, iba en camino al reconocimiento. Había recibido el Premio Herralde, luego el Rómulo Gallegos, lo habían empezado a traducir. Él polemizaba a veces de manera irracional, porque le gustaba mucho llevar la contraria y desmarcarse de la tónica imperante, entonces podía ser por momentos provocador, y esto le gustaba. Pero en modo alguno era un escritor que era visto como un “clásico-moderno”.

Yo tuve en mis manos manuscritos de Roberto que trataba de publicar en México. En ocasiones lo lograba, pero en otras no lo lograba. Textos de “Llamadas telefónicas”, de “El gaucho insufrible”, que luego fueron canónicos. Era un escritor algo secreto, que se estaba abriendo campo, y de pronto se convirtió en una figura mediática impresionante de la que hablaban conductoras como Ophra Winfrey, autores como Stephen King, o cantantes de rock como Patti Smith. Se convirtió en un ícono, lo que le hubiera divertido muchísimo, porque despreciaba la fama y desconfiaba de ella y de pronto él había conseguido en ese fenómeno sin hacer concesión alguna. De algún modo, el mundo trata de asimilar a las figuras que lo rechazan. Kafka, el Che Guevara, figuras que parecen ser voluntariamente críticas de la realidad que les tocó en frente, de repente adornan camisetas, tazas, etc. Roberto tuvo que pasar por una especie de purgatorio mediático, donde por muy distintas razones fue interpretado, malinterpretado y sobreinterpretado.

Con el tiempo, se ha ido estableciendo otro tipo de relación, ya menos idolátrica, porque se creó este mito de que él había dado su vida por la literatura, que había preferido escribir a salvarse, lo que creo que es una tontería, entre otras cosas porque escribir es una forma de vivir, y escribir intensamente es una forma de estar en el mundo. Creo que Roberto hubiera dado cualquier cosa por seguir cerca de sus hijos, de sus amigos, pero se creó este mito de un escritor que estaba ejerciendo un sacrificio literario. Ahora, a los 20 años de su muerte, hay una versión más sosegada de él. Lo decisivo es que es un gran escritor, que tiene muchas cosas que decirles a los lectores y las nuevas generaciones. La única manera de activar su discurso y de mantener viva su rebeldía, es leerlo, pero esto pasa por modas. Por eso decía: hay grandísimos escritores desconocidos y malos escritores demasiado conocidos. Así es el mercado de los afectos.

Memoria, fútbol y Bolaño: Juan Villoro explica cómo se descubrió a sí mismo recordando a su padre
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