“Llegó con tres heridas, la del amor, la de la vida, la de la muerte”, Miguel Hernández.

Por Francisca Mayorga

Septiembre, 1973. Ya pasaron las fiestas patrias y en el cementerio n°3 de Valparaíso un joven ayuda a su tía, una funcionaria del recinto, a humedecer con agua las tumbas a ras de tierra. Cae la tarde en Playa Ancha con la tranquilidad impropia del inicio de una dictadura, cuando dos camionetas de la Armada ingresan al despeñadero del camposanto para arrojar, a una fosa común, entre 15 y 18 cuerpos de detenidos desaparecidos.

Uno de los cadáveres va envuelto en sábanas blancas y por su estatura, “de al menos dos metros”, queda registrado en la memoria del adolescente.

Es el de Miguel Woodward, o eso esperan familiares y amigos del cura, luego de proporcionar el relato del joven testigo –con un desfase de 43 años- al juez encargado de causas de Derechos Humanos en Valparaíso, Jaime Arancibia.

Junio, 2018

El análisis de un georradar marcó que los restos de Woodward y de otros ajusticiados por la dictadura –quizás quiénes, quizás cuántos- podrían encontrarse en el perímetro delimitado por la policía. En el cementerio de Playa Ancha ya se han realizado un par de exhumaciones. Hoy comienza la tercera.

Francisca Mayorga | biobiochile.cl
Francisca Mayorga | biobiochile.cl

Es lunes 18 de junio y los peritos del Servicio Médico Legal esperan el aviso del ministro para comenzar con las excavaciones.

La mañana en el cementerio confunde y abruma. Arancibia camina errático y conversa con los expertos, rascándose la nariz. Es el mismo juez que en agosto del año pasado mandó a Punta Peuco al general en retiro Héctor Orozco –en pijama-, condenado a 10 años y un día de presidio por mandar a matar a dos militantes de izquierda en diciembre de 1973.

Lo cierto es que Woodward también “poseía una visión marxista”, pero sobre el cristianismo. Manifestaba el ímpetu de los curas obreros de los años 60, vestidos de overol, sindicalizados. Cantaba las misas en español, y no en latín, y dirigía una pequeña comunidad religiosa en el cerro Los Placeres al margen de la institucionalidad eclesiástica de la época.

Allí lo detuvieron los de Inteligencia Naval, cinco días después del golpe. Al “gringo”, como lo apodaban sus compañeros del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), lo llevaron hasta la Universidad Santa María para torturarlo y hundirlo repetidas veces en la mítica piscina donde hoy los estudiantes celebran sus títulos universitarios.

¿Cuántas puntas tiene una cruz?, le preguntaba a gritos un oficial de la Armada.
Cuatro, respondía, y cuatro culetazos recibía de vuelta.

Desde su muerte en el Buque Escuela Esmeralda, se presume producto de los tormentos, su cuerpo permanece desaparecido.

Dónde están

Agrupaciones de derechos humanos de la región colocan desafiantes una pancarta que reza “¿Dónde están los detenidos desaparecidos?”, justo al costado de una carpa que instalaron para apaciguar los turnos. Confían en la justicia, “al menos esta vez”, lo que no quita que tomen resguardos.

La tercera es la vencida, dicen. Sin embargo, los trabajos de excavación concluyen a los pocos días con una gran roca en vez de osamentas. La noticia, aunque declina los ánimos, no detiene las diligencias del juez ni el impulso de los Amigos de Miguel Woodward por encontrarlo.

– Compañeros detenidos desaparecidos, ahora, ¡y siempre!, exclama el grupo.
– …hasta encontrarlos a todos, remata una mujer.