Como expresión del flamenco contemporáneo, “El arrebato” asoma con un fuerte color chileno y latinoamericano, lejos-lejos de la estampa turística.

Por Leopoldo Pulgar Ibarra

No sólo por las historias personales que aporta el elenco a través del “cante” y en los testimonios ante el micrófono: también en los cuerpos y gestos corporales que se entroncan con el sentido originario cultural de esta danza, de raíz árabe, gitana y andaluza.

Traspasar vivencias colectivas como pueblo que cada uno recogió –desarraigo y migración, en este caso- como también odiseas vividas para sobrevivir, en el sentido de ser capaces de seguir de pie más allá de desgracias, riesgos y peligros.

Una propuesta donde la música manda y el flamenco respira y se conmueve entremezclando códigos coreográficos y del teatro, mientras la sonoridad de la guitarra y la percusión construyen el reino del ritmo y la reciedumbre.

Esta coproducción de la cia. La Típica y Espacio Checoeslovaquia, dirigida por Natalia García Huidobro, se complementa con la dirección escénica de Rodrigo Bazáez y el diseño integral de Cristián Reyes.

La música la sueltan Alberto Farggi (guitarra acústica y bajo eléctrico) y Felipe Candia (batería y percusión); el cante Natalia Aragú, Francisco Delgado y Tomás Aguilera; y la danza, las bailaoras Elizabeth Ocana y Natalia García Huidobro, y el bailaor Francisco Delgado.

El arrebato, foto de Alejandro Gálvez (c)
El arrebato, foto de Alejandro Gálvez (c)

Otros derroteros

Este enjambre interdisciplinario es presenciado por el público apenas ingresa a la sala, con el grupo en estado de precalentamiento.

Mientras los percheros sostienen el vestuario, los artistas evolucionan a la espera de mostrar su punto de vista sobre migración y desarraigo, a través de una partitura musical que engloba la danza flamenca, el cante y sus letras, y los testimonios públicos del elenco.

Un material que vibra al proponer espacios físicos diversos, cambios en la vida, situaciones críticas que provocan distanciamiento o rupturas emocionales y geográficas necesarias para seguir el rumbo propio o cada uno aceptando sus limitaciones y fortalezas.

El desdoblamiento es recio, la música salta del fondo del escenario, mueve los cuerpos y, junto con multiplicarse, rebota en la sala y queda deambulando entre el pecho y los oídos.

Todo en función de poner en evidencia el arrebato que propone el título de la obra, el punto inicial para inaugurar el momento de quiebre y amarrar la vida al flamenco y superar temores, incertidumbres y objetivos parciales.

La muerte del abuelo, el niño que se demoró en saber que era músico, la niña que soñaba con ser bailaora y el cuerpo le dijo que no, la joven que se compró zapatos profesionales sólo hace cinco años o para quien la danza es sinónimo de familia y dolor.

El pulso musical abarca lo humano y lo material en la obra, mientras que la intensidad arrebatadora del cante y la danza anuncia relatos emparentados con la historias y memorias personales y colectivas que a veces hay que sacarlas a la fuerza.

Una propuesta que no sería posible sin la pasión del elenco para que surja la fuerza de baile flamenco, el estremecimiento del cante y la sonoridad musical.

El arrebato, foto de Alejandro Gálvez (c)
El arrebato, foto de Alejandro Gálvez (c)

“El arrebato”

Dirección: Natalia García Huidobro
Compañía La Típica
GAM. Alameda 227.
Jueves a domingo, 20.00 horas.
Entrada general $ 6.000; adultos mayores $ 4.000; estudiantes $ 3.000.
Hasta 21 de abril.