El siguiente texto fue enviado por Justo Pastor Mellado, critico de Arte y Curador independiente. Premio Regional de Ciencias Sociales “Enrique Molina” y fue publicado integramente como llegó a BíoBíoChile
No me iba a referir al tema. Ya estaba enterado. Diversas fuentes me habían hecho llegar los links con la página web de la Dibam, en que se anunciaba con un subrayado en verde la admisibilidad de Ricardo Brodsky en un concurso para ocupar la dirección del Museo de Vicuña. ¡No era un chiste!
Lo primero que pensé es que si hubo concurso, éste ya estaba funado. No es posible competir con Brodsky porque los atributos, si bien caben literalmente en la malla de admisibilidad, no corresponden éticamente. Es como si en el Fondart compitieran en un mismo nivel, un artista archi-consagrado y un artista joven recién egresado. Por algo, los premios nacionales no compiten. Brodsky sería como un premio nacional de los usos de la memoria.
Otra cosa es que su experiencia de mandadero sea transmisible a la de un director de un museo monográfico. En verdad, lo que se juega con Brodsky es algo más que una simple admisibilidad. Más bien se trata de la edición de una impunidad anticipada.
En tal sentido, no hay que perder el tiempo en saber de qué manera el nepotismo de proximidad ya se hace efectivo en la ocupación de las distancias administrativas extremas. Lo que la web de la Dibam anuncia es que solo hace falta entrevista entre ¡Brodsky y…. Cabezas! ¡Tico y Teco!
El 19 de mayo apareció en La Segunda una nota sobre este caso y de inmediato Ricardo Brodsky escribió una carta al director para decir, nada más ni nada menos, que la mencionada nota era malintencionada.
Habiendo leído la información en cuestión, lo que no queda claro es:
1.- si la mala intención reside en haber titulado la nota con la referencia al juego infantil de las “sillas musicales”;
2.- si la mala intención tiene que ver con revelar la cifra del salario del director del museo;
3.- si finalmente, corresponde a la puesta en duda de la probidad cuando el entrevistador y el entrevistado en una instancia final de un concurso son miembros extremadamente visibles del PPD.
La palabra que usa Brodsky en su carta de descargo pone de manifiesto el deseo del medio en hacerle daño con dudosos procedimientos. Pero, resulta curioso que la fuente de información de La Segunda sea la propia web de la Dibam. Incluso, el redactor ni siquiera alcanzó a explicar por qué hizo uso del término “sillas musicales”.
Eso es muy simple y también aparece en las comunicaciones del Gobierno. Es decir, publicar informaciones que dan a pensar que el anterior director del Museo de Vicuña dejó dicho cargo para presentarse como candidato a dirigir el Museo Histórico de La Serena, solo con el propósito de dejar el lugar para que Brodsky se presentara a través de un concurso ya arreglado.
Este concurso está arreglado, en términos simbólicos, porque Brodsky está sobrecalificado para ocupar un cargo destinado a profesionales que no cuentan con las ventajas políticas comparativas que él esgrime. En el fondo, han utilizado la buena fe de los postulantes, para blanquear una decisión ya tomada. No es primera vez que esto ocurre. Más bien es una constante en este sector de colocadores de riesgo.
Todo el mundo sabe que Brodsky es un mensajero profesional que opera en niveles de segundo orden. Llegó al Museo de la Memoria para que otros no pudieran estar allí. Es decir, su eminente función de tapón, de administrador de gabinete, de director de fundición electoral y officer boy de Correa, lo colocan en una posición de privilegio absoluto, que implica la exclusión inmediata de cualquier otro postulante.
No existe respeto por la relativa equidad de antecedentes en este tipo de concursos. En este sentido, la carta de Brodsky al director de La Segunda resulta inverosímil por el nivel de jocosa indolencia con que hace visible la honestidad de sus propósitos.
Hay gente que en posesión de esa condición no debiera éticamente presentarse a concurso alguno, porque las determinaciones de su situación no serán jamás profesionales en sentido estricto.
Todos los miembros de la comunidad del patrimonio y de los museos, consultados ante estos hechos consumados, no dejan de mostrarse horrorizados. ¿Qué tiene que hacer Brodsky en el Museo de Vicuña? ¿Tendremos que imaginar la factualidad de construcción de un Museo de la Memoria de Gabriela Mistral? Sin embargo, la memoria de la poesía es algo en lo que Brodsky no ha demostrado pertinencia alguna.
¿Brodsky escribe al menos? Por lo que se sabe, su “escritura funcionaria” es magistral. Lo conmino a publicar una antología.
Ahora bien; es probable que dicho museo no tenga nada que ver con la poesía, sino tan solo con el turismo cultural de la zona pisquera.
La gravedad de este asunto es que se hace evidente que el Estado de la Patrimonialidad en Chile está a merced de los distribuidores de horas compensadas por servicios rendidos “a la Reina”. Honestamente.
Acostumbrados ya como estamos a estas operaciones, resulta fácil imaginar que el director anterior fue promovido desde Vicuña a La Serena para dejar el cargo disponible a un compañero en desgracia. O bien, que el concurso para La Serena es independiente y que los estrategas de la Dibam pensaron en aprovechar el hueco para ofrecerlo a Brodsky.
Pero es aquí donde queda al descubierto como una operación de sobrecalificación termina siendo una operación punitiva de los esfuerzos de carrera funcionaria de los propios trabajadores de la Dibam.
El puntaje atribuido en forma literal altera la curricularidad de los postulantes de a pie. Lo que le falta a Brodsky en carrera literaria y en gestión de museos monográficos que deben responder a comunidades territoriales complejas, es reemplazado y colmado con los antecedentes de este otro tipo de puntaje.
Mencionar lo anterior y hacer referencias a las suspicacias y a las sospechas que semejante participación en el mencionado concurso no es de mala leche. La mala leche reside más bien en las operaciones de un individuo éticamente cuestionado, cuyo círculo de protección produce la percepción de un nivel de impunidad y de nepotismo que resultan intolerables a las comunidades de profesionales que solo tienen su trabajo como capital de respaldo.